domingo, 20 de febrero de 2011

ORACIÓN A MARIA SANTÍSIMA POR LA SALUD DE LOS ENFERMOS..


ORACIÓN A MARIA SANTÍSIMA
 POR LA SALUD DE LOS ENFERMOS..
Autor: Su santidad Juan Pablo II


Oh Virgen María, Salud de los enfermos,
que has acompañado a Jesús en el camino del Calvario
y has permanecido junto a la cruz en la que moría tu Hijo,
participando íntimamente de sus dolores,
acoge nuestros sufrimientos y únelos a los de Él,
para que las semillas esparcidas durante el Jubileo
sigan produciendo frutos abundantes en los años venideros.

Madre misericordiosa, con fe nos volvemos hacia Ti.
Alcánzanos de tu Hijo el que podamos volver pronto,
plenamente restablecidos, a nuestras ocupaciones,
para hacernos útiles al prójimo con nuestro trabajo.
Mientras tanto, quédate junto a nosotros en el momento
de la prueba y ayúdanos a repetir cada día contigo nuestro "sí",
seguros de que Dios sabe sacar de todo mal un bien
más grande.

Virgen Inmaculada, haz que los frutos del Año Jubilar
sean para nosotros y para nuestros seres queridos,
prenda de un renovado empuje en la vida cristiana,
para que en la contemplación del Rostro de Cristo Resucitado
encontremos la abundancia de la misericordia de Dios
y la alegría sin fin del Cielo.
Amén!

ORACIÓN DEL PERDÓN


Autor: P. Roberto De Grandis | Fuente: Catholic.net
Oración de Perdón
Señor Jesucristo, hoy te pido la gracia de poder perdonar a todos los que me han ofendido en mi vida.



Señor Jesucristo, hoy te pido la gracia de poder perdonar a todos los que me han ofendido en mi vida.

Sé que Tú me darás la fuerza para perdonar.
Te doy gracias porque Tú me amas y deseas mi felicidad más que yo mismo.

"Señor Jesucristo, hoy quiero perdonarme por todos mis pecados, faltas y todo lo que es malo en mí y todo lo que pienso que es malo.

Señor, me perdono por cualquier intromisión en ocultismo, usando tablas de uija, horóscopos, sesiones, adivinos, amuletos, tomado tu nombre en vano, no adorándote; por herir a mis padres, emborracharme, usando droga, por pecados contra la pureza, por adulterio, aborto, robar, mentir.

Me perdono de verdad. Señor, quiero que me sanes de cualquier ira, amargura y resentimiento hacia Ti, por las veces que sentí que Tú mandaste la muerte a mi familia, enfermedad, dolor de corazón, dificultades financieras o lo que yo pensé que eran castigos. ¡Perdóname, Jesús, Sáname!

Señor, perdono a mi madre por las veces que me hirió, se resintió conmigo, estuvo furiosa conmigo, me castigó, prefirió a mis hermanos y hermanas a mí, me dijo que era tonto, feo, estúpido o que le había costado mucho dinero a la familia, o cuando me dijo que no era deseado, que fui un accidente, una equivocación o no era lo que quería.

Perdono a mi padre por cualquier falta de apoyo, falta de amor, o de afecto, falta de atención, de tiempo, o de compañía, por beber, por mal comportamiento, especialmente con mi madre y los otros hijos, por sus castigos severos, por desertar, por estar lejos de casa, por divorciarse de mi madre, por no serle fiel.

Señor, perdono a mis hermanos y hermanas que me rechazaron, dijeron mentiras de mí, me odiaron, estaban resentidos contra mí, competían conmigo por el amor de mis padres; me hirieron físicamente o me hicieron la vida desagradable de algún modo. Les perdono, Señor.

Señor, perdono a mi cónyuge por su falta de amor, de afecto, de consideración, de apoyo, por su falta de comunicación, por tensión, faltas, dolores o aquellos otros actos o palabras que me han herido o perturbado.

Señor, perdono a mis hijos por su falta de respeto, obediencia, falta de amor, de atención, de apoyo, de comprensión, por sus malos hábitos, por cualquier mala acción que me puede perturbar.

Señor, perdono a mi abuela, abuelo, tíos, tías y primos, que hayan interferido en la familia y hayan causado confusión, o que hayan enfrentado a mis padres.

Señor, perdono a mis parientes políticos, especialmente a mi suegra, mi suegro, perdono a mis cuñados y cuñadas.

Señor, hoy te pido especialmente la gracia de perdonar a mis yernos y nueras, y otros parientes por matrimonio, que tratan a mis hijos sin amor.

Jesús, ayúdame a perdonar a mis compañeros de trabajo que son desagradables o me hacen la vida imposible. Por aquellos que me cargan con su trabajo, cotillean de mí, no cooperan conmigo, intentan quitarme el trabajo. Les perdono hoy.

También necesito perdonar a mis vecinos, Señor. Por el ruido que hacen, por molestar, por no tener sus perros atados y dejar que pasen a mi jardín, por no tener la basura bien recogida y tener el vecindario desordenado; les perdono.

Ahora perdono a mi párroco y los sacerdotes, a mi congregación y mi iglesia por su falta de apoyo, mezquindad, falta de amistad, malos sermones, por no apoyarme como debieran, por no usarme en un puesto de responsabilidad, por no invitarme a ayudar en puestos mayores y por cualquier otra herida que me hayan hecho; les perdono hoy.

Señor, perdono a todos los profesionales que me hayan herido en cualquier forma, médicos, enfermeras, abogados, policías, trabajadores de hospitales. Por cualquier cosa que me hicieron; les perdono sinceramente hoy.

Señor, perdono a mi jefe por no pagarme lo suficiente, por no apreciarme, por no ser amable o razonable conmigo, por estar furioso o no ser dialogante, por no promocionarme, y por no alabarme por mi trabajo.

Señor, perdono a mis profesores y formadores del pasado así como a los actuales; a los que me castigaron, humillaron, insultaron, me trataron injustamente, se rieron de mí, me llamaron tonto o estúpido, me hicieron quedar castigado después del colegio.

Señor, perdono a mis amigos que me han decepcionado, han perdido contacto conmigo, no me apoyan, no estaban disponibles cuando necesitaba ayuda, les presté dinero y no me lo devolvieron, me criticaron.

Señor Jesús, pido especialmente la gracia de perdonar a esa persona que más me ha herido en mi vida. Pido perdonar a mi peor enemigo, la persona que más me cuesta perdonar o la persona que haya dicho que nunca la perdonaría. "Gracias Jesús, porque me estás liberando del mal de no perdonar y pido perdón a todos aquellos a los que yo también he ofendido.

Gracias, Señor, por el amor que llega a través de mí hasta ellos. Amén.

RECETA SECRETA PARA LA FELICIDAD

Receta secreta de la felicidad
(Porciones para toda la familia... con el sabor de lo nuestro)

INGREDIENTES
1 kilogramo de recuerdos infantiles
2 tazas de sonrisas
2.5 kilogramos de esperanzas
100 gramos de ternura
5 latas de cariño
40 paquetes de alegría
1 pizca de locura
8 kilogramos de amor
5 kilogramos de paciencia

PREPARACIÓN
1.- Limpia los recuerdos, quitándoles las partes que estén echadas a perder o que no sirvan, Agregarle una a una las sonrisas, hasta formar una pasta suave y dulce.
2.- Ahora, añade las esperanzas y permite que repose, hasta que doble su tamaño.
3.- Lava con agua cada uno de los paquetes de alegría, pàrtalos en pequeños pedacitos y mezcla con todo el cariño que encuentres.
4.- Aparte, incorpora la paciencia, la pizca de locura y la ternura cernida. Reserva.
5.- Divide en porciones iguales todo el amor y cúbrelos con la mezcla anterior.
6.- Hornéalas durante toda tu vida en el horno de tu corazón.
7.- Disfrútalas siempre con toda tu familia... con el sabor de lo nuestro.
**Consejo: Puedes agregar a la mezcla anterior dos cucharadas de comprensión y 300 gramos de comunicación para que esta receta te dure para siempre.**

LA ABEJA Y EL HOMBRE




Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
La abeja y el hombre
En una familia de abejas cada quien tiene un lugar en la colmena mientras sirve para algo...¿En algo se parecen? Ojalá solo en lo bueno.



Las abejas, en general, gozan de buena fama. Bueno, tienen buena fama siempre que no nos dejen el grato recuerdo de su aguijón y de su veneno... Las abejas son famosas por su miel y su jalea real. Se nos presentan como un complejo modelo de laboriosidad, de “altruismo”, de organización eficaz, de vida comunitaria productiva.

Por eso en algunos nace, casi de modo espontáneo, el comparar a las abejas (y hormigas) con los hombres. El hombre, como la abeja, vive en sociedades enormemente complicadas y, a la vez, altamente organizadas. El hombre, como la abeja, consigue niveles muy altos de productividad. El hombre, como la abeja, es capaz, en modo altruístico, de arriesgar su vida por los demás, por “la especie”.

En estas comparaciones, sin embargo, se pueden cometer errores más o menos graves. Quienes trabajan más de cerca con las abejas, saben bien que el “altruismo” termina pronto. Cuando una obrera, envejecida después de intensos días de trabajo, ya no puede valerse por sí misma, puede ser arrojada fuera de la colmena. Muchas veces morirá a la entrada, sin que nadie le tienda una pata para que entre en casa y reciba una asistencia médica terminal...

La lógica organizativa de una familia de abejas es férrea: cada quien tiene un lugar en la colmena mientras sirve para algo. Apenas el servicio termina, pierdes tu puesto, y sólo te queda morir en algún lugar donde no obstaculices el frenético ir y venir de quienes todavía pueden trabajar. Incluso la abeja más privilegiada, la reina, corre el riesgo de perder todo su poder cuando envejece. Las obreras, que notan sus pocas energías y que pone un número bajo de huevos diarios, deciden dejarla de lado para construirse reinas nuevas y más fuertes.

Desde luego, es un error acusar a las abejas de “injustas” y de “explotadoras”. Como los demás animales, siguen comportamientos fijos según el propio instinto. Pero sí nos asusta el que puedan darse (y no hablamos de hipótesis irrealizables) sociedades humanas que dejen de lado a quienes, después de años de servicio y de vida profesional y familiar, entran a formar parte de la “tercera edad”.

Cuando un hombre envejece, o cuando sufre un accidente que produce una invalidez más o menos grave, deja de producir, al menos no tanto como antes. A la vez, necesita más ayuda de los demás para poder llevar una vida digna. Se hace más dependiente. Y, por desgracia, para algunos, se convierte en un peso social, en un costo sanitario o en un problema para una vida familiar dinámica y alegre.

En la colmena, también, viven los “zánganos”. Entre los apicultores no faltan quienes alaban la utilidad del zángano, no sólo porque gracias a ellos las reinas pueden fecundarse, sino porque una colmena fuerte recibe de los numerosos zánganos que la pueblan algo de calor y un cierto sentido de seguridad. Pero también es verdad que el zángano no ayuda en los intensos trabajos de la colmena, y por eso está condenado a desaparecer cuando la comida escasea y cuando la colmena prefiere dedicarse a lo fundamental.

En los momentos de crisis y de hambre, los hombres no actuamos así. Ciertamente, siempre habrá quienes no sólo quitan el pan del vecino, sino que incluso prefieren llenar su propio estómago aunque los hijos se ahoguen en cataratas de lágrimas y en dolores de hambre. Monstruos los hay en todas partes. Pero es mucho más frecuente el ejemplo de miles y miles de personas que alivian el hambre, el dolor o la soledad de otros hombres y mujeres que viven en condiciones dramáticas. Alguno pensará que este comportamiento no es productivo, y que en esto las abejas son más eficaces que nosotros. Pero el hombre, que vale no por lo que hace, sino por lo que es, sabe que no puede despreciar a ninguno de sus semejantes. Incluso si se trata de un bandido o de un ladrón. ¿No invitaba Jesús a sus discípulos a visitar a los presos y a perdonar a los enemigos?

Hay, por lo tanto, semejanzas entre los hombres y las abejas, pero hay también diferencias fundamentales. La mayor de todas es que los hombres necesitan aprender a vivir juntos. Por eso no siempre una sociedad consigue la paz y la armonía entre quienes la componen. El reto de la educación consiste en lograr que cada nuevo niño aprenda a vivir con los otros. No sólo para producir y para generar riqueza, sino para aprender que el dar es más importante que el recibir. Y para aprender que, cuando los avatares de la vida no nos permitan compartir nada, porque ya nos falta la salud o el dinero, quedará en muchos la posibilidad de responder con una sonrisa y un gesto de gratitud hacia quienes cuiden del pobre, del enfermo y del marginado. Aunque, para algunos, dedicarse a la beneficencia no sea productivo...
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