jueves, 24 de marzo de 2011

ORACIÓN A JESÚS SOLITARIO EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO


Oración a Jesús solitario en el Santísimo Sacramento
(antes de acostarse)

¡Oh Divino Jesús! que durante la noche estáis solitario en tanto tabernáculos del mundo, sin que ninguna de vuestras criaturas vaya a visitaros y adoraros. Yo os ofrezco mi pobre corazón, deseando que todos sus latidos sean otros tantos de amor y adoración. Vos, Señor, estáis siempre en vela bajo las especies Sacramentales, vuestro amor misericordioso nunca duerme ni se cansa de velar por los pecadores.

¡Oh Jesús amantísimo!, ¡Oh Jesús solitario!, haced mi corazón cual lámpara encendida; en caridad se inflame y arda siempre en vuestro amor. Vela ¡oh centinela Divino!, vela por el mísero mundo, por los sacerdotes, por las almas consagradas, las extraviadas, por los pobres enfermos cuyas noches interminables necesitan tu fortaleza y tu consuelo, por los moribundos y por ésta tu humilde sierva que, para mejor servirte, descansa pero sin alejarse de Ti, de tu Sagrario... donde vives en la soledad y el silencio de la noche.

Sea siempre bendito, alabado, adorado, amado y reverenciado el Corazón Sagrado de Jesús en todos los Sagrarios del mundo. Amén.

Dios nos juzgará por el corazón


Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Dios nos juzgará por el corazón
Jueves segunda semana Cuaresma. La auténtica Cuaresma es la purificación del corazón.


El Evangelio nos narra la parábola de Epulón y Lázaro, donde nos damos cuenta de que al morir, Dios los juzga por su corazón. ¿Qué ha hecho Lázaro de bueno para subir al seno de Abraham? Nada. ¿Qué ha hecho Epulón de malo para no subir al seno de Abraham? Nada. Podríamos pensar que la diferencia está en que uno es muy pobre y el otro rico, pero no es el motivo por el cual Cristo los juzga. Cristo los juzga por el corazón. La diferencia está en ser una persona de corazón abierto o de corazón cerrado a Dios nuestro Señor.

Quizá a nosotros en Cuaresma se nos podría nublar un poco la vista y estemos juzgando nuestra vida por nuestro exterior y, entonces, estaremos viviendo una Cuaresma simplemente exterior, olvidándonos de que la auténtica Cuaresma es la purificación del corazón. El profeta dice: “El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras.”

Es Dios quien sondea el corazón, a nosotros nos toca, si queremos vivir de cara a Dios nuestro Señor, vivir con un corazón listo a ser sondeado por Él. El primer gesto de purificación que en nuestra Cuaresma tenemos que buscar es la purificación de nuestro corazón, la purificación de nuestra voluntad, la purificación de nuestra libertad.

Purificar el corazón, purificar la voluntad y purificar la libertad es atreverse a tocar una fibra muy interior, porque es la fibra en la cual nosotros reposamos sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros, en última instancia, reposa sobre su propia voluntad: la voluntad de querer algo o la voluntad de rechazarlo. Cada uno de nosotros en la vida acepta o rechaza las cosas por su corazón, por su voluntad. El profeta es muy claro: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”. Son palabras muy duras, sobre todo en cuanto a las consecuencias: “Será como cardo plantado en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable”.

Si nuestro corazón no aprende a purificarse, si nuestra voluntad no aprende a actuar bien, si nuestro interior no opta en una forma decidida, firme y exigente por Dios nuestro Señor, se puede ir produciendo, poco a poco, una especie como de desertificación de nuestra vida, un avanzar del desierto en nuestro corazón. Si nuestro corazón no está apoyándose en todo momento en Dios nuestro Señor y nuestra voluntad no está purificándose para ser capaz de encontrarse con Él, sino que por el contrario, nuestra voluntad está confiando en el hombre, es decir, confiando simplemente en esa veleta de acontecimientos que constantemente nos suceden, querrá decir que nuestra vida acabará plantada en medio de una estepa, tierra salobre e inhabitable.

¿No podría ser, el verse plantadas así, el destino de muchos corazones, de muchas vidas? Y cuando empezamos a preguntarnos el por qué, en el fondo, acabamos encontrando siempre una misma respuesta: No supieron poner su libertad totalmente en Dios nuestro Señor. Y aquí no importa si les faltó poco o les faltó mucho, aquí lo que importa es que les faltó.

En el Evangelio, no importa si el rico fue poco injusto o muy injusto, lo importante es que no llegó a estar del otro lado. Su libertad no se puso del lado que tenía que ponerse, su voluntad no se orientó hacia donde tenía que orientarse. Nos puede dar miedo pensar siquiera en la posibilidad de orientar nuestra voluntad. Nos puede dar miedo el intentar tocar nuestro corazón para empezar a preguntarle: ¿Estás verdaderamente orientado a Dios? ¿En quién confías? ¿Auténticamente tu confianza está puesta en el Señor?

De nada nos servirá después, la súplica del rico: “Padre Abraham, ten piedad de mí”, porque nuestra libertad necesita ser ahora purificada.

Es importantísimo que esta Cuaresma se convierta para nosotros en un momento de reflexión sobre hacia dónde está orientada nuestra voluntad, qué estamos haciendo con nuestra vida, qué ha elegido nuestra libertad, qué caminos tiene, qué opciones ha tomado. De poco nos serviría pensar que nuestra libertad y nuestra voluntad están orientada hacia Dios nuestro Señor, si en el fondo, nosotros mismos no hemos sido capaces de purificarnos, de tal manera que, auténticamente se orienten hacia Dios.

“El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar ¿Quién lo puede entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón”. Atrevámonos a ponernos en Dios nuestro Señor. Atrevámonos a ponernos en Él como el único que va a ser capaz de decirnos si auténticamente nuestra voluntad y nuestra libertad están orientadas de tal forma que, en esta vida nos abramos a Dios, y en la futura nos encontremos con Él.

Atrevámonos a permitirle a Dios tocar los recursos, los resortes interiores de nuestra libertad.

Cuántas veces podríamos juzgar que estamos haciendo bien, y realmente podría ser que estuviésemos viviendo engañados, traicionados por lo más interior de nosotros mismos, que es nuestro corazón, “la cosa más traicionera y difícil de curar”. ¿Me atrevo yo a permitir que ese médico del alma que es Dios, entre a mi corazón, toque y cuestione mi libertad y toque y fortalezca mi voluntad?

Creo que éste sería un buen camino de Cuaresma: el ir purificando nuestra voluntad y nuestra libertad de tal manera que, en el encuentro con la Pascua de nuestro Señor, lleguemos a decir que nuestro corazón, siendo débil como es, tiene una certeza y tiene una garantía: el estar apoyado sólo y únicamente en Dios nuestro Señor. Porque así, “será árbol plantado junto al agua que hunde en las corrientes sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en el año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.

En nuestras manos está el hacer de nuestra libertad y de nuestra voluntad un camino de esterilidad, apoyado en nosotros; o un camino de fecundidad, apoyado en Dios.

¿Qué es la Iglesia?


Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
¿Qué es la Iglesia?
Hoy en día hay muchas iglesias y denominaciones que dicen ser los verdaderos seguidores de Cristo


¿Qué es la Iglesia?
Hoy en día hay muchas iglesias y denominaciones que dicen ser los verdaderos seguidores de Cristo. Sin embargo, en los inicios del cristianismo no era así. Había una sola Iglesia y todos los cristianos permanecían unidos bajo las enseñanzas de los apóstoles.

Hoy hablaremos de cuál es esta Iglesia, y para qué funda Cristo una Iglesia.

Hay personas que encuentran, muchas veces, a la Iglesia como un obstáculo, incluso reconocen que prefieren ir a la Iglesia sólo cuando lo sienten. Otros, sostienen que en la Iglesia católica hay muchas normas y prefieren dejarla. Y hay quienes alegan que ellos prefieren confesarse directo con Dios, o que tratan de acomodar los Mandamientos de la Iglesia según su conveniencia.


¿Por qué Cristo fundó una Iglesia?

Hay muchos cristianos que encuentran a la Iglesia como un obstáculo por las normas, las reglas y la estructura; creen que los asfixia y sugieren entonces vivir algo espontáneo, sin lineamientos. Pero, si lo pensamos bien, no podemos vivir un auténtico cristianismo sin la Iglesia fundada por Cristo.

Sin la Iglesia, el cristianismo se hace inofensivo. La Iglesia traduce el cristianismo en un cristianismo real. Sin la Iglesia, el Evangelio sería como cualquier libro o como una plastilina en donde cada quien modelaría su propio cristianismo, el que quisiera, como más le convenga o le guste, haciendo a un lado aquello que le desagrada y exige.

Hay personas que pueden decir que son católicas, pero que nunca van a Misa, que no se acercan a la Iglesia y sus sacramentos, o que están lejos del Papa y los sacerdotes, representantes de Cristo, y no se dan cuenta que justamente la Iglesia es al Católico como la tortilla a un taco (valga la comparación sencilla): sin la tortilla no hay taco, pues sin la Iglesia no hay cristianismo.

Es la Iglesia la que traduce al cristianismo en un compromiso real y que pone lo rieles de nuestro tren para que sepa hacia donde ir; no puede ser un estorbo para un verdadero cristiano. Es un estorbo sólo para aquellos que quieren vivir el cristianismo como les viene en gana, y que deciden hacerla a un lado y fundar su "iglesia propia".

Por ejemplo, el joven que se escapa de la escuela, que dice sentirse muy feliz y contento por que no hay quien le exija, aún cuando sabe que su deber es estar estudiando; sólo se engaña a él mismo. Pues en nuestra religión, es la Iglesia la que nos pone las normas, la que hace que el cristianismo sea compromiso, la que nos motiva e impulsa a seguir, la que responde nuestras dudas, la que nos señala por donde ir, que nos da un espíritu de lucha, de superación, de esfuerzo, de exigencia, reto y autoconquista para transformarnos en otro Cristo.

Es gracias a la Iglesia que sabemos que lo importante no era tener el cabello largo, usar sandalias, y traer túnica para ser católico. Sin la Iglesia, el cristianismo no hubiera pasado de ser el club de amigos de Jesús de Nazaret. Fue la Iglesia la que propagó, perpetuó y creó ese movimiento de fe, amor práctico y compromiso de vida. Para eso Cristo creó su Iglesia para que perpetuar a lo largo del tiempo su mensaje.


¿Por qué, a veces, estorban las normas de la Iglesia?

La única respuesta es por falta de amor. Por ejemplo, cuando tu amas a una persona estás dispuesto a hacer todo lo que ella te pide: hasta te sacas diez en el examen, o hasta te cae bien tu suegra. Dejas todo por corresponder a ese amor que te tienen, cumples con tus responsabilidades y hasta dejas el partido de fútbol por estar con esa persona.

Cuando se ama, aún el gesto más sencillo, un pequeño detalle lo sabemos apreciar. Si decimos ser cristianos y amar a Cristo, ¿por qué entonces no sabemos apreciar lo que Cristo hizo por nosotros al dejarnos concretamente, y sin fallas, todo lo que quiere que hagamos y como hacerlo?

Hay veces en que apreciamos más un detalle que nos brinda un desconocido, que el gran regalo que nos tiene Cristo; y hasta lo dejamos a un lado con el moño puesto.

Cuando hay amor no dejas a Cristo abandonado con los brazos abiertos por que te pidió que hicieras ciertas cosas: te das por completo aceptando las normas y condiciones. Como cuando una pareja se va a casar, la novia no puede pensar "me caso contigo y te entrego toda mi vida incondicionalmente, pero yo no plancho, ni lavo, ni hago de comer". Cuando amas lo das todo sin límites, y aceptas los requisitos sin límites.

Cristo fundó una Iglesia y estableció una jerarquía a ser respetada (El Papa, los Obispos); puso unas leyes y normas para que no estuviéramos cada año, cada tiempo y cada moda re-inventando la Iglesia, sino para que vivamos en la Iglesia como Él quiso, por amor a ella y así, formemos con ella un sólo cuerpo en Cristo.


¿Qué significa Iglesia?

Iglesia quiere decir "comunidad convocada". En este caso, convocada por Cristo.

Cristo dio ciertas características a la Iglesia para que la distinguiéramos como la verdadera. Entre estas características está la unidad.

En primer lugar, unidad de fe, que se muestra por el Credo que rezamos todos los Domingos, que es el mismo que rezaban los apóstoles y describe en pocas palabras en qué creemos como católicos.

En segundo lugar, unidad de comunión, pues formamos una sola Iglesia en todo el mundo, en donde nuestro jefe, nuestro rey es Cristo, y su vicario, la cabeza visible de la Iglesia es el Papa. Es la misma en todas partes del mundo, ya sea en Cuba, en México, o en España. Igual que en los primeros tiempos, en donde existía la misma Iglesia en Filipo o en Corintio. Unidad de comunión, también porque comemos del mismo pan y formamos un mismo cuerpo (Hechos 2:42).

Es necesario que colaboremos en esta unidad, que estemos unidos entre nosotros, unidos entre los grupos sin que haya divisiones, y después, estos grupos unidos al sacerdote; y él, a su vez, al obispo y al Papa. Y así, dar testimonio verdadero de que somos la Iglesia de Cristo y que en nosotros se cumple ese deseo de Cristo, la unidad. Esta es una característica que nos distingue a los católicos.

La Iglesia es llamada, también, Cuerpo Místico de Cristo, en donde Jesús es la cabeza y nosotros todo el cuerpo. Y está viva como el cuerpo de cualquiera de nosotros lo está; y siente dolor cuando una parte se enferma; y alegría cuando una parte se mejora. Cada uno de nosotros forma la Iglesia de Cristo, y es en nosotros, en los jóvenes, donde la Iglesia se mira a sí misma. "Vosotros jóvenes sois la esperanza de la Iglesia", afirmó hacia el comienzo de su pontificado, el papa Juan Pablo II.

Gracias a muchas personas, hoy tenemos nuestra fe. Desde los primeros tiempos hasta el día de hoy, desde los apóstoles, mártires, y tantos santos que, al dar su vida, nos mostraron el valor de nuestra fe. Ahora, el Santo Padre nos dice que nosotros, que cada uno de nosotros somos la esperanza de la Iglesia, porque ahora nos corresponde tomar la estafeta de nuestra fe y transmitirla, para continuar a través de nuestro testimonio esa gran labor que Cristo ha dejado: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio".

Hace poco, me dijo una amiga, que desde que se cambió de la Iglesia Católica a otra distinta, vive mejor y hace más cosas buenas, y hasta ha logrado deshacerse de vicios. Podemos con esto concluir que en muchas otras "iglesias" (recuerda que es el cuerpo místico de Cristo, y ni modo que tuviera varios cuerpos) algo bueno debe haber, y si aunque sea eso bueno se vive, se pueden lograr buenas cosas; pero es necesario hacer notar que si ella hubiera vivido todo lo bueno que tiene nuestra Iglesia, simplemente llegaría a niveles como el de la Madre Teresa de Calcuta: a la santidad.

Si nosotros la viviéramos, la conociéramos y la amáramos, nos daríamos cuenta de todas sus características y podríamos sacarle más fruto que cualquiera de las otras. Es importante que usemos los medios que nos ofrece la Iglesia Católica, como ir a Misa, confesarse, leer la Biblia, participar en grupos parroquiales, conocer la palabra y escritos del Santo Padre. Es importante conocer, amar y vivir lo que en ella se enseña.


Notas de la Biblia

1. San Juan 17, 20, nos habla de cómo Cristo es quien convoca la Iglesia, nos invita a que seamos una sola Iglesia.

2. Carta a los Efesios 4,4, nos describe la Iglesia que predicaba San Pablo, una sola.


En resumen:

- Cristo fundó la Iglesia, la única y auténtica depositaria de lo que Dios quiere de nosotros, y puso a Pedro y a sus sucesores, los Papas, para reconocerla como la verdadera y para guiarla.

- Un católico que no vive dentro de las líneas de la Iglesia, es como un tren que decide no seguir las vías... ¿has oído de las consecuencias de un descarrilamiento?

- Hay personas que hacen su propia iglesia porque no quieren seguir reglas ni obedecer; por comodidad.

- Un verdadero miembro de la Iglesia vive diariamente el mandato de Jesús: "Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio..."

- Si viviéramos en profundidad todo lo que la Iglesia Católica nos recomienda, llegaríamos al máximo nivel y plenitud que un hombre y una mujer pueden llegar: la santidad.
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