sábado, 30 de abril de 2011

Fotógrafo personal de Juan Pablo II dice que el Papa es un santo

Fotógrafo personal de Juan Pablo II dice que el Papa es un santo
 
ROMA, 29 Abr. 11 / 08:53 am (ACI)

Arturo Mari, fotógrafo personal del futuro beato
Juan Pablo II, afirmó que todos los episodios que vivió con el extinto pontífice, en el Vaticano y en sus constantes viajes, le confirmaron que sin duda el Siervo de Dios es un santo, "un hombre de Dios".
"Te garantizo que era un santo vivo, por todo lo que podía ver con mis ojos, escuchar con mis oídos, no puedes creer todo lo que podía hacer ese hombre", dijo Mari, de 71 años de edad y que desde los 16 se dedicó a registrar la vida de cinco pontífices, desde Pío XII hasta parte del pontificado de Benedicto XVI, cuando se retiró en 2008.
Así, entre las miles de experiencias, Mari recuerda la visita de Juan Pablo II a la isla coreana de Sarok el 4 de mayo de 1984, que era una antigua colonia para leprosos que recibían tratamiento.
El fotógrafo recuerda que el Papa solo debía dar un breve discurso sobre el significado del sufrimiento y partir. Pero después de ver a los enfermos, Juan Pablo II apartó al Cardenal que apuraba las cosas y se acercó a los leprosos. "Los tocó con sus manos, los acarició, besó a cada uno", dijo Mari. "Ochocientos leprosos, uno por uno. ¡Uno por uno!".
En la entrevista concedida el 26 de abril a Associated Press en Roma, Mari rememora varios pasajes de los 27 años al servicio del futuro beato, como el viaje a Sudán en 1993, cuando Juan Pablo II regañó al presidente Omar Hassan el-Bashir durante la audiencia privada por no proteger a la minoría cristiana. Un Papa visiblemente molesto llamó la atención al mandatario y le dijo que era un "criminal" y sería juzgado por Dios.
Muchas de las fotos difundidas de Mari muestran a Juan Pablo II de vacaciones en las montañas del Valle de Aosta o descansando en los jardines de Castel Gandolfo. Pero también cuando el Papa estaba tendido en una cama de hospital después de un intento de asesinato en 1981; o la que lo muestra perdonando a Ali Agca, el hombre que le disparó.
Pero Mari también recordó diálogos personales, como las charlas durante el Concilio Vaticano II y qué significaba ser un sacerdote detrás de la Cortina de Hierro, o cuando lo consultó en Castel Gandolfo sobre qué hacer como padre de un sacerdote. Su único hijo fue ordenado en 2007.
Mari tiene en su sala un conjunto de fotos enmarcadas. Entre sus preferidas están la que tiene con el Papa durante el centésimo viaje al exterior del fotógrafo. También hay una donde aparecen él, Juan Pablo II y otros colaboradores del Vaticano en el Valle de Aosta.
Junto a estas aparece una foto tomada al Papa pocos días antes de su muerte y que lo muestra en su capilla privada, enfermo y aferrándose a un crucifijo mientras contempla por televisión la procesión del Viernes Santo que se realizaba en el Coliseo Romano.
"Mira sus manos, la fuerza de sus manos, cómo aferra la cruz", dijo Mari, contemplando la foto. "Mira, están rojas. Está haciendo un esfuerzo. Se ve su gran sufrimiento, como si toda su vida estuviera en esa cruz".
Finalmente, dijo que el 2 de abril del 2005, el día que falleció el Pontífice, fue a visitarlo a su apartamento convocado por el secretario para que se despidiera. Juan Pablo II estaba tendido sobre su costado izquierdo y había una máscara de oxígeno sobre la almohada.
"Giró y me sonrió y sus ojos eran enormes. ¡Hermosos! Hacía años que no los veía así. Caí de rodillas debido al momento, era más fuerte que yo. Me tomó la mano, acarició mi mano. Después de un rato, dijo 'Arturo, grazie, grazie', y apartó la cara", recordó.

SONRISA DE JUAN PABLO II

MARÍA Y LA RESURRECCIÓN DE CRISTO


Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net
María y la Resurrección de Cristo
María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso de la Resurrección.



Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María "es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección"

La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una "omisión", se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de "testigos escogidos por Dios" (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales "con gran poder" (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: "Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán" (Mt 28, 10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición "a más de quinientos hermanos a la vez" (1 Co 15, 6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: "Regina caeli, laetare. Alleluia". "¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!". Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el "¡Alégrate!" que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en "causa de alegría" para la humanidad entera.

BEATO JUAN PABLO II

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