martes, 17 de mayo de 2011

DIEZ CLAVES PARA LA PAZ

Diez claves para la paz
(Autor desconocido)

1. Mira a todos con respeto y benevolencia.

2. No hables mal contra nadie, no condenes a ninguna persona a ningún grupo, a ningún pueblo, a ninguna institución.

3. Perdona las injurias presentes y pasadas, líbrate de las garras del odio, guarda la libertad de tu corazón para amar, para convivir, para comenzar una vida nueva cada día.

4. Desea simplemente la paz con todos, la colaboración, la convivencia, el gozo de la fraternidad y del servicio.

5. Trata de simplificar los problemas en vez de agrandarlos; no acumules las sombras, busca en todo los resquicios de luz y los caminos de la esperanza.

6. Ten el valor de negarte a colaborar con cualquier proyecto violento, apártate de los que enseñan y practican el odio, la venganza, el amedrentamiento y la violencia.

7. Crea en torno a ti sentimientos y actitudes de paz, de concordia, de convivencia, de misericordia y de consuelo.

8. Apoya a los que trabajan sinceramente por la paz, en la verdad, libertad y justicia.

9. Dedica algún tiempo a trabajar tú también por la paz, con serenidad, esperanza y generosidad.

10. Pide a Dios que te dé el espíritu de la sabiduría de la bondad, de la fortaleza y de la generosidad para ser instrumento de su bondad y de su amor en un mundo renovado donde todos podamos vivir en la verdad, el amor, la libertad y la fraternidad.

HOY POR TI, MAÑANA POR MI


Hoy por ti, mañana por mi



Un día, un muchacho muy pobre - vendedor de puerta a puerta para pagar sus estudios - se encontró con sólo diez centavos en su bolsillo y tenía mucha hambre. Entonces decidió que en la próxima casa pediría comida.

No obstante, perdió su coraje cuando una linda y joven muchacha abrió la puerta, y sólo se atrevió a pedir un vaso con agua. Ella pensó que él se veía hambriento y le trajo un gran vaso con leche. Lo bebió lentamente y luego preguntó: "¿Cuánto le debo?". "No me debe nada - le respondió -. Mi mamá nos enseñó a nunca aceptar pago por bondad.." Él dijo:

"Entonces le agradezco de corazón". Cuando Howard Kelly, que ya estaba listo para rendirse y renunciar, se fue de esa casa, no sólo se sintió más fuerte físicamente sino también en su fe en Dios y en la humanidad.

Años más tarde esa joven enfermó gravemente. Los doctores locales estaban muy preocupados. Finalmente la enviaron a la gran ciudad donde llamaron a especialistas para que estudiaran su rara enfermedad. Uno de esos especialistas era el Dr. Howard Kelly.

Al leer el nombre del pueblo de donde venía la muchacha, una extraña luz brilló en sus ojos. Inmediatamente se levantó. Vestido en sus ropas de doctor fue a verla y la reconoció inmediatamente. Luego volvió a su consultorio, determinado a hacer lo posible para salvar su vida.

Desde ese día le dio atención especial al caso. Después de una larga lucha, la batalla fue ganada. El Dr. Kelly pidió a la oficina de cobros que le pasaran la cuenta final para darle su aprobación. La miró, luego escribió algo en la esquina, y la cuenta fue enviada al cuarto de la muchacha.

Ella sintió temor de abrirla porque estaba segura de que pasaría el resto de su vida tratando de pagarla. Finalmente la miró, y algo llamó su atención en la esquina de la factura, donde se leían las siguientes palabras:

"Pagado por completo con un vaso de leche." 
Firmado, Dr. Howard Kelly.

DOGMAS MARIANOS

 
LA MATERNIDAD DIVINA
 
El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.
El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:
"Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."
 
El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:
"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66)

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LA INMACULADA CONCEPCIÓN
 
El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.
"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles."

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LA PERPETUA VIRGINIDAD
 
El dogma de la Perpetua Virginidad se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente después del parto.
"Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel" (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt., 1, 22-23) (Const. Dogmática Lumen Gentium, 55 - Concilio Vaticano II).
"La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la 'Aeiparthenos', la 'siempre-virgen'." (499 - catecismo de la Iglesia Católica)
 

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LA ASUNCIÓN
 
El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus:
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

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La Santísima Virgen es nombrada también
bajo los títulos de:
 Madre de la Iglesia y Madre de los hombres.

La Virgen no puede ser objeto de culto de adoración o latría (la adoración sólo corresponde a Dios). Pero sí se honra a la Virgen de una manera especial, a la que la Iglesia llama "hiperdulía" que es una veneración mayor a la que se da a los santos del cielo, ellos son objeto de culto de "dulía" o veneración.

No juzgar para no ser juzgados

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
No juzgar para no ser juzgados
Jesús, emitió juicios severos sobre quienes condenaban y perseguían a otros, mientras no hacían nada por eliminar sus propios delitos.



Condenar es fácil. Tan fácil como beber un vaso de agua. Porque la sed nos lleva a buscar una bebida que nos alivie, y porque la condena, aparentemente, sirve para desahogar rencores que corroen nuestras almas.

Pero las condenas pueden ser injustas, o desproporcionadas, o amargas. La facilidad con la que juzgamos a otro como despreciable, como enemigo, como indigno, nos lleva a cometer errores graves de apreciación, nos arrastra en ocasiones a condenar a inocentes.

Otras veces la condena es acertada: censuramos a alguien por sus fallos reales, por sus cobardías, por sus omisiones, por sus delitos. Pero, ¿sirven siempre este tipo de condenas? ¿Ayudan al delincuente a mejorar su vida? ¿Alivian a las víctimas y restablecen la justicia herida? ¿Nos convierten en mejores seres humanos?

Antes de condenar, podríamos preguntarnos si estamos seguros respecto del mal supuestamente cometido y de la mejor manera de avanzar hacia la justicia. No sirven las condenas cuando son simples desahogos llenos de amargura. Sirven cuando están unidas a un profundo respeto hacia las víctimas y a un sincero deseo de rescatar a los verdugos.

Junto a la condena, es importante mirar la propia alma para ver si no tenemos una viga en el propio ojo cuando queremos eliminar la paja del ojo ajeno. Es señal de incoherencia condenar a unos por hechos no muy graves mientras tenemos, como un peso del corazón, la certeza de haber dañado a otros en sus bienes o en su buena fama.

En la historia humana hubo quien, desde una justicia perfecta y un corazón bueno, tenía pleno derecho a condenar. Sabía lo que estaba escondido dentro de cada uno. Conocía las hipocresías y las miserias de los seres humanos.

Ese Hombre, que se llamaba Jesús, emitió juicios severos sobre quienes condenaban y perseguían a otros, mientras no hacían nada por eliminar sus propios delitos. Al mismo tiempo, dijo con serenidad que no había sido enviado para juzgar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17; 12,47), aunque tenía pleno poder para emitir sentencias (cf. Jn 5,27).

Por eso su invitación sigue en pie, quizá más urgente que nunca: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mt 7,1-2).
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