viernes, 4 de noviembre de 2011

PIENSA BIEN Y ACERTARÁS

Piensa bien y acertarás
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 
En nuestras manos está el ser libres o esclavos. Nosotros mismos nos hacemos señores o dependientes de lo que somos y tenemos. Los pensamientos, según sean, hacen de nosotros personas libres o esclavas. “Nuestras vidas son el producto de nuestros pensamientos” (Marco Aurelio).
 
Indudablemente que cada uno es lo que piensa. Si se piensa en cosas tristes, se vivirá tristemente; si se piensa en positivo, se vivirá alegremente. Si el miedo al fracaso se ha apoderado de nuestra mente y nuestro corazón, no tardaremos en ver cómo toda nuestra existencia se arruina. Es, pues, necesario acostumbrarse a pensar bien. El que la vida sea bella o trágica depende, muchas veces, de cómo se piense, de cómo se oriente. Si se mejora el pensamiento sobre las cosas y personas, todo mejorará en la vida. “Lo que amarga nuestra vida es que pensamos muy poco en lo bueno que tenemos y vivimos pensando en lo que nos falta” (Schopenhauer). La felicidad está en disfrutar lo que se tiene y no vivir quejándose de lo que falta.

        Para cambiar los pensamientos, los dolores y los problemas, se tiene que actuar como si no existieran. Hay personas que ponen peros a todo. Son profetas de lamentaciones, de aguar cualquier fiesta y matar hasta las ilusiones más puras. Es necesario reemplazar los pensamientos y palabras tristes por pensamientos, palabras y obras positivas y entusiastas. “La acción logra cambiar los sentimientos. Así que si alguien siente que ha perdido alegría y entusiasmo, que se dedique a obrar como si tuviera entusiasmo y alegría, y verá cómo la acción transforma su sentimiento” (W. James).
 
“Al mal tiempo, buena cara”, dice el refrán popular. Buena cara pedía San Francisco de Asís a  sus frailes: “Tengan cuidado para no aparecer jamás como melancólicos, con semblante hosco y cabizbajo”. El alegre no se queja por nada; en cambio, el triste se queja de todo. “Las personas más desdichadas que he conocido no son las más enfermas, ni las más pobres, ni las más ignorantes, sino las que no sienten amor a Dios y las que no tienen alegría” (Madre Teresa de Calcuta).
 
 Hay una receta mágica que obra milagros hasta en el corazón más herido y endurecido: dejar los problemas a Dios y darle gracias por todo. Hay un buen negocio al alcance de cualquiera: cambiar quejas por acción de gracias.
 
Nunca tenemos que angustiarnos, aunque el problema sea enorme. Hay que hacer lo que se pueda y el resto dejárselo a Dios. “Descarga en Yahvé tu peso, y él te sustentará” (Sal 55,23). Cada día hay que renovar fuerzas y energías, olvidándose de las espinas de ayer, confiando en Jesús. “En el mundo tendréis dificultades. Pero, ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
                    Hay que agradecer a Dios todo lo que nos ha dado. Hay que acostumbrarse a ver con los ojos de Dios, a creer profundamente que de todo lo que acontece se puede sacar provecho...

El hombre «light»

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El hombre «light»
 
El adjetivo inglés «light» en su sentido originario viene referido a cierto tipo de productos alimenticios: la coca-cola light sin cafeína ya no será la «chispa de la vida», la cerveza light sin alcohol, la mantequilla light sin grasa, la sacarina light o azúcar sin glucosa.
Al decir hombre «light» queremos definir a ese tipo de hombre sin sustancia, ligero, casi vacío, hueco por dentro, con mucha fachada y escaso fondo, que vive de impresiones, de fogonazos, sin ninguna resonancia interior, sin brío y sin brillo. Esta palabra se puso de moda en USA hacia los años ochenta y después llegó a Europa y a todo el mundo.
 
I. Perfil espiritual del hombre light:

1) Horizontalista: sin esa verticalidad que dan las virtudes teologales que oxigenan el espíritu y conectan inmediatamente con Dios, que nos ponen en su misma onda y sintonía hertziana. El hombre light vive la hipertrofia de lo material, de lo inmediato para satisfacer las necesidades más elementares y primarias (comer, divertirse, dormir, vestirse) y no busca satisfacer las necesidades íntimas: su hambre de Dios, de eternidad, de sentido. Ya su mente no busca la verdad suprema... ni su voluntad se adhiere al bien supremo... ni su corazón se enamora del amor supremo. Es una flota sin asideros, una casa sin cimientos, un piso sin columnas.
 
2) Desorientado: no sabe a dónde va, qué quiere, qué anhela en la vida de consagración. Va a la caza de espejismos que encuentra en la cuneta de la vida, cuando camina por la vereda de su egoísmo. Cuando lo urgente sería ponerse en el camino de Dios y de su voluntad santísima. Hombre sin orientación clara: no sabe exactamente a dónde va, qué pretende con esta formación que está recibiendo. Ha perdido el rumbo. No tiene a Dios como última referencia de su pensar, querer, obrar.
 
3) Desorganizado: Hombre sin programas serios, comprometidos que camina a la deriva; no se ha sentado para hacerse su mapa de ruta: no tiene programa de meditaciones, ni de exámenes prácticos, ni de lecturas espirituales, ni programa de primavera ni de verano ni de otoño ni de invierno. Vive al «ahí se va», «a lo que se tercie».
 
4) Desmotivado: La motivación en general siempre es energía, fuerza, resorte, incentivo, estímulo interno, impulso para reaccionar frente a una situación determinada. Por ejemplo, ante la sed se siente uno movido a buscar algo que le sacie esa sed. Por tanto la motivación viene a ser como un mecanismo interno de defensa, de autoconservación en la vida. El hombre light es un hombre sin motivaciones espirituales: no estudia por motivos espirituales, sino por motivos espúreos: acrecentar su ciencia y fama, sus intereses y curiosidades intelectuales. No trabaja sino para conseguir más dinero.
 
5) Descrucificado: el hombre light ha tirado a la cuneta la cruz. Y cuando no puede, la ha dulcificado, amortigua la aspereza de esa cruz: el hombre light pone cojines, terciopelo, algodón de su comodidad. Ya la cruz no pesa, no raspa, no hiere, no se hunde en nuestra carne, no corta nuestras pasiones, no purifica nuestro corazón, no nos madura, no nos da peso interior, no nos convierte en corredentores junto con Cristo. Me contaba ayer un señor que él no entiende lo del sufrimiento y que está dispuesto a hacer que sus hijos no sufran, como él ha tenido que sufrir en esta vida.
 
Autor: Antonio Rivero, L.C.
 
 
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