sábado, 31 de marzo de 2012

VEN ESPÍRITU SANTO!!!

Ven Espíritu Santo

Espíritu Santo, fuente inagotable de perdón y misericordia, que pueda conocerme cada día mejor, para que te conozca y ame cada día más a vos. Así sea.

Espíritu Santo, te pido por medio de María, tu fiel esposa, que mi conversión no sea sólo de palabras, sino desde lo más hondo de mi ser, donde Tú habitas con tu gracia, transformándolo todo. Así sea.
Espíritu Santo, te pido por medio de María, tu fiel esposa, que mi conversión no sea sólo de palabras, sino desde lo más hondo de mi ser, donde Tú habitas con tu gracia, transformándolo todo. Así sea.


P. Florentín Brusa cmf

ME GUSTA...

Me gusta..

 Me gusta la sensación de libertad que siento cuando me quito la pesada capa de críticas, miedo, culpa, resentimiento y vergüenza.
Entonces puedo perdonarme a mí y perdonar a los demás. Eso nos deja libres a todos.
Renuncio a darle vueltas y más vueltas a los viejos problemas. Me niego seguir viviendo en el pasado. Me perdono por haber llevado esa carga durante tanto tiempo, por no saber amarme a mí mismo y a los demás.
Cada persona es responsable de su comportamiento y lo que da, la vida se lo devuelve. Así pues, no necesito castigar a nadie, todos estamos sometidos a la ley de nuestra propia conciencia.
Yo también continúo con el trabajo de limpiar las partes negativas de mi mente y dar entrada al amor. Entonces me curo.

Louise L.Hay


DOMINGO DE RAMOS

Domingo de Ramos

Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos habla del grano de trigo, nos habla de ser exaltados en la cruz, y nos hace una pregunta que tenemos que responder: “¿Puedes beber del cáliz que yo beberé?”.

Autor: P. Cipriano Sánchez



Jn 12, 12-19

El día de hoy para acompañar a Cristo en su pasión, su muerte y su resurrección, vamos a centrar nuestra reflexión en la entrada de Cristo a Jerusalén

La entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén, tal como la presenta San Juan, se encuentra centrada en un contexto muy particular. No hay que olvidar que los evangelios son una carga espiritual, teológica, de presencia de Cristo. Por así decirlo, son un retrato descrito.

San Juan ubica la entrada de Cristo en Jerusalén, por una parte, en el contexto de la unción de Betania, en la que se ha vuelto a hablar de la resurrección. Junto con este aspecto de la resurrección aparece, como sombra constante, la determinación de los sumos sacerdotes para deshacerse de Cristo. Y como un segundo trasfondo de la entrada de Cristo en Jerusalén está el contexto del discurso de Jesús sobre el grano de trigo que tiene que caer y morir para dar fruto.
Dice el Evangelio: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”. En el texto del grano de trigo se vuelve a repetir el mismo dinamismo que se encierra en la voz de “lo he glorificado”, junto con la conciencia clara de la presencia inminente de la pasión.

A nosotros nos llama mucho la atención que todo el misterio de la entrada de Jesús en Jerusalén quiera estar enmarcado en este contraluz de muerte y resurrección (el grano de trigo que muere para poder dar fruto), pero, independientemente de que pueda ser un poco literario, este contexto nos permite ver lo que es exactamente la entrada de Cristo en Jerusalén.

Por una parte vemos que el pueblo realiza lo que estaba escrito que tenía que realizar: “Esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado, se dieron cuenta de que esto estaba escrito sobre él, y que era lo que le habían hecho”.

Por otra parte, la voz del pueblo es un signo que indica lo que Cristo es verdaderamente: “Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel”. Sin embargo, como tantas veces sucede con Cristo, los hombres actúan sin saber que están actuando de una forma profética. El pueblo no sabe lo que hace, pero aclama el triunfo y el éxito maravilloso de un taumaturgo que resucitará. Además, las palabras de la gente tienen un total carácter de proclamación mesiánica, por la que Cristo se presenta como liberador de Israel. Y así, Cristo cumple un gesto mesiánico que Zacarías había profetizado: “No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna”. Cristo se sienta en el asno, aceptando con ello el que se le proclame Rey, realizando así la profecía de Zacarías.

Sin embargo, esto no obscurece su conciencia de que su mesianismo no es de tipo mundano, sino que esta unción como Mesías, esta proclamación, es el camino que lo va a llevar a la cruz. No hay que olvidar que el Mesías es el que resume, en sí mismo, todos los símbolos de Israel: el profeta, el sacerdote, el rey. Y como dijo el mismo Cristo, es el profeta que va a morir en Jerusalén, y es el sacerdote que llega hasta donde está el templo para ofrecer el sacrificio.

Pero, junto con esta visión externa que nos puede ayudar a preguntarnos: ¿qué tanto soy capaz de seguir a este Cristo, que como rey, profeta y sacerdote va a ser sacrificado por mí?, yo les invitaría a contemplar el alma de Cristo, el interior de Cristo en su entrada a Jerusalén.

El alma de Cristo tiene ante sí, con una gran claridad, el plan de Dios sobre Él. Cristo sabe que Dios ha querido unir su glorificación con el misterio de la pasión. Es una gloria que pasa a través de la infamia y del rechazo de los hombres, una gloria que pasa por la paradoja de los planes de Dios, una gloria que quiere pasar por la total donación del Hijo de Dios para la salvación de los hombres.

Cristo tiene claro en su alma este plan de Dios, y con toda libertad y con toda decisión, lo acepta. Él sabe que al ser proclamado Rey, y al entrar en Jerusalén como Mesías, está firmando la sentencia que le lleva al sacrificio, y sin embargo, lo hace. “Entonces los fariseos comentaban entre sí: “¿Veis cómo no adelantáis nada?, todo el mundo se ha ido tras él”. Él sabe que la exaltación real que a Él se le dará cuando sea levantado, es la de la cruz, la del cuerpo para el sacrificio.

La cruz será su gloria de dominio, será su palabra profética de discernimiento y también será la unción con la que su cuerpo será marcado como sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza. La cruz será su trono de dominio desde el que Él va a atraer a todos los hombres hacia sí mismo: “Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. En su alma aparece el deseo de donarse, porque ha llegado la hora para la que había venido al mundo, la hora del designio de amor sobre la humanidad, la hora por la que Dios entre, de modo definitivo, en la vida de los hombres por la gracia de la redención.

Sin embargo, todos los sentimientos se van mezclando en Cristo. Así como es consciente de que ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre, es también consciente de que el grano de trigo tiene que caer en tierra para poder dar fruto: “Pero mi alma se turba, ¿y cómo voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero es para esta hora que yo he venido al mundo”.

Podríamos terminar con una reflexión sobre nosotros mismos, sin olvidar que nuestra vocación cristiana también es una perspectiva de la luz que pasa a través de la cruz: Mi vocación es luminosa solamente cuando pasa a través de la cruz. Tiene que pasar por el mismo camino de Cristo: la aceptación generosa de la cruz, la aceptación generosa de los signos que nos llevan a la cruz.

Para Cristo, el signo de la entrada de Jerusalén, es el signo que le lleva a la cruz; para nosotros cristianos, nuestro Bautismo es un signo que nos indica, necesariamente, la presencia de la cruz de Cristo. Se trata de ser seguidor de Cristo, marcado con el signo indeleble de la cruz en el corazón y en la vida. El cristiano ha de ser capaz, como Cristo, de recoger los frutos de vida eterna del árbol fecundo de la cruz, para uno mismo y para sus hermanos.

Para quien juzga según Dios, la abnegación es Sabiduría Divina envuelta en el misterio de Cristo crucificado. No existe otro camino para ser seguidor de Aquél que no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.

Toda la vida de Cristo, y particularmente su pasión, tiene un profundo significado de servicio para la gloria del Padre y para la salvación de los hombres. El Primogénito de toda criatura —al cual corresponde el primado sobre todas las cosas que son en el cielo y en la tierra—, el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel, se ha hecho siervo de todos los hombres y dado a muerte en rescate de sus pecados.

Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos habla del grano de trigo, nos habla de ser exaltados en la cruz, y nos hace una pregunta que tenemos que responder: “¿Puedes beber del cáliz que yo beberé?”.

P. Cipriano Sánchez

GUÍA PARA LA ORACIÓN


Guía para la oración

Esta guía para la oración busca ser un método para meditar en la vida y enseñanzas del Señor Jesús. «La meditación, como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide.» Así, asistidos con la Gracia de Dios buscamos en la oración discernir cuál es su plan de amor para nosotros y nos nutrimos para responder a el con generosidad. El método de meditación que se propone es un camino que se inicia en la mente, transforma en el corazón y nos conduce a una acción concreta y cotidiana orientada a nuestra santificación y a la de nuestros hermanos.

1. Invocación inicial:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

2. Preparación:

a. Acto de fe en la presencia de Dios: Consciente de que el Señor está conmigo, explicito en mi fe en Él y mi deseo de abrir mi mente y mi corazón a su presencia, y de permanecer en ella durante la oración.
b. Acto de esperanza en la misericordia de Dios: Reconozco que soy pecador y me acojo con esperanza a la misericordia de Dios que sale a mi encuentro.
c. Acto de amor al Señor Jesús y a Santa María: Manifiesto mi adhesión a la persona del Señor Jesús y a Santa María, nuestra Madre.

3. Cuerpo:

a. Mente:
- Medito en el en sí del texto: Se trata de una aproximación objetiva. Busco entender qué dice el texto. Me acerco al texto bíblico y lo interperto desde y en la enseñanza de la Iglesia.
- Medito en el en sí-en mí del texto: Se trata de una aplicación del texto a la propia realidad. Hago una apropiación del mensaje buscando descubrir qué me dice la Palabra del Señor en este momento concreto de mi vida.

b. Corazón:
- Elevo una plegaria buscando adheririme de cordialmente a aquellos que he descubierto con la mente y abriéndole mi corazón al Señor.

c. Acción:
- Resoluciones concretas: A la luz de lo meditado, pongo medios concretos y proporcionados que me permitan despojarme de aquello que me sobra o revestirme de aquello que me falta en mi camino de conformación con el Señor Jesús.

4. Conclusión

- Breve acto de agradecimiento y súplica: al Señor Jesús y a Santa María.
- Rezo de la Salve u otra oración mariana.

5. Invocación final:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
 
 


ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALEN


Sexto Domingo de Cuaresma
Domingo de Ramos
Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén

    Desde la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora por ella. Mira cómo la ciudad se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de misericordia se compadece de esta ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en palabras... En nuestra vida tampoco ha quedado nada por intentar.


I. Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Hoy nos puede servir de jaculatoria repitiendo: Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, citado por A. VÁZQUEZ DE PRADA). El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esta ciudad, será clavado en la Cruz.

II. Desde la cima del monte de los Olivos, Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora por ella. Mira cómo la ciudad se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera. Lleno de misericordia se compadece de esta ciudad que le rechaza. Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en palabras... En nuestra vida tampoco ha quedado nada por intentar. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Sin embargo, podemos rechazarlo como Jerusalén. Es el misterio de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. Hoy nos preguntamos: ¿Cómo estamos respondiendo a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente?

III. Nosotros sabemos que aquella entrada triunfal fue muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto y cinco días más tarde el hosanna se transformó en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz. No nos separemos de la Virgen. Ella nos enseñará a ser constantes.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

viernes, 30 de marzo de 2012

PARA LOS QUE NO SE ENCUENTRAN PECADOS


Autor: Remedios Falaguera | Fuente: Catholic.net
Para los que no se encuentran pecados
Nos estamos olvidando de mirarnos a nosotros mismos, siempre responsabilizamos a los demás de nuestros problemas
 
Para los que no se encuentran pecados
Para los que no se encuentran pecados
“Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida” (San Agustín, Confesiones)

Hace más o menos un año, en una entrevista publicada en El País, la actriz Blanca Portillo señalaba muy sabiamente: “Nos estamos olvidando de mirarnos a nosotros mismos, siempre responsabilizamos a los demás de nuestros problemas, nos consentimos a nosotros mismos demasiado y nos perdonamos todo; mirando los defectos de los demás acabas sin ver los tuyos y uno mismo nunca es responsable de nada; la verdad es que si fuéramos honestos con las consecuencias de nuestros actos crearíamos un mundo más humano y más generoso“.

Dicho de otro modo: nos resulta demasiado fácil ver los defectos de los demás y los juzgamos tan a la ligera que nos parecen hasta “normales” las criticas, burlas, e incluso, los comentarios destructivos, sin darnos cuenta que entramos en un juego peligroso que puede destruir la fama, no solo de todo aquel que sea diana de nuestros comentarios, sino de nosotros mismos. Como dice el Catecismo de la Iglesia: “Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). Y añade: “La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo”. (Cat.1459)


Esta actitud nos envenena por dentro generando en nuestro interior un sabor amargo lleno de insatisfacciones que se reflejan negativamente en nuestra vida cotidiana y que no pasa desapercibida a los que tenemos más cerca: nuestra familia, amigos y compañeros.
Y nos plantea una realidad aún más negativa: la corrupción de nuestros corazones, raíz de todos nuestros males: la mentira, el rencor, el odio, las envidias, la injusticia,… “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre“.(Marcos 7,21-23)

Ilustrémonos con esta historia: Cuentan que una pareja de recién casados se mudó de casa. La primera mañana, mientras tomaban café, la mujer reparó a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero.

-¡Qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero…! - Le comentó a su marido. Quizás necesita un jabón nuevo… ¡Ojala pudiera ayudarla a lavar las sábanas!

El marido la miró sin decir palabra alguna.
Cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, viendo a través de la ventana, como la vecina tendía su colada.

Al mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas blancas, como nuevas, y dijo al marido: ¡Mira, por fin ha aprendido a lavar la ropa!¿Le enseñaría otra vecina?
El marido le respondió:
-¡No, hoy me levanté más temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana!

Imagino la cara de estupor de la mujer de esta pequeña historia a la que le vendría muy bien leer, a modo de moraleja, las palabras del Señor que dicen: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.” (Mt 7, 1-6)

Y dado que estamos en Cuaresma, tiempo de mortificación, reparación y cambio profundo en nuestra vida, podríamos aprovechar algún momento de las bien merecidas vacaciones para reflexionar con este examen de conciencia, dirigido “para aquellos de vosotros que, gracias a Dios, no soléis incurrir en actos gravemente pecaminosos, y que, por otra parte, experimentáis cierta dificultad a la hora de encontrar materia de la que acusaros en la Confesión”.

Dice así:
“Quizá pueda serviros de orientación la siguiente lista, hecha a vuela pluma, y con escasas pretensiones y que bien podría titularse algo así como “elenco muy incompleto de defectos y actitudes defectuosas en que suelen incurrir las buenas personas".

Como podréis observar, no se trata, en general, de cosas en sí necesariamente graves, sino de modos de ser, de pensar o de actuar que, aparte de desagradar a Dios, pueden hacer daño al alma y dificultar la vida de los demás. ¿Os imagináis, por ejemplo, lo dura que podemos hacer la vida de quienes con nosotros conviven -y más si de nosotros dependen- cuando nos dejamos dominar por el pesimismo, la intransigencia o la tacañería?

“Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es ese agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios".

Se trata de saber si somos -y si desde la última Confesión se nos ha notado claramente-, aparte de otras cosas más gordas:

caprichosos, tozudos, intransigentes, coléricos, irascibles, agresivos, discutidores implacables, quejicas, malhumorados, envidiosos, protestones por sistema, egoistones, susceptibles, tacaños, mezquinos, propensos al complejo de víctima, perezosos, comodones, flojos, sensuales, equilibristas de la impureza, noveleros, excesivamente soñadores, suavemente materialistas, irresponsables, frívolos, vacíos, superficiales, inconstantes, mentirosos, tramposos, faltos de autenticidad, desordenados, chapuceros, vanidosos, arrogantes, engreídos, impuntuales, rencorosos, murmuradores, chismosos, mal pensados, difamadores, duros para la comprensión, brutos en al expresión, mal dispuesto contra todo y todos, despreciativos, faltos de espíritu universal, fácilmente injustos, ingratos, desagradecidos, poco propicios a la generosidad, indiferentes hacia los demás, aislacionistas, individualistas, sembradores de pesimismo, incrédulos por comodidad, irreverentes, poco piadosos, faltos de visión sobrenatural, faltos de confianza en Dios, sordos a su voluntad, propensos a olvidarnos de El, distraídos en la liturgia, poco devotos de la Virgen.

Y examinar también:
si despreciamos el tiempo,
si vivimos permanentemente descontentos,
si nos falta sentido del pudor,
si estamos excesivamente seguros de las propias ideas,
si nos sentimos como reyes no reconocidos o injustamente destronados, y, en consecuencia, siempre enfadados,
si en todas las cosas estamos contra,
si vivimos exageradamente inquietos por el porvenir,
si no nos preocupa el sufrimiento ajeno ni las injusticias,
si sólo somos amables cuando nos conviene,
si somos propensos a instrumentalizarlo todo hacia lo que nos conviene,
si carecemos del “sentido del otro",
si pactamos fácilmente con la injusticia,
si siempre lo vemos todo desde el punto de vista propio,
si solemos pasar factura a los demás, por lo que hacemos o nos parece hacer por ellos,
si no damos limosna ni por casualidad,
si somos negligentes en la educación de los hijos, quizá con el pretexto del mucho trabajo,
si somos negligentes en la atención debida a los padres, esposa o esposo,
si aumentamos innecesariamente la carga de los demás con caprichos y nuevas necesidades,
si sólo nos preocupamos de que nuestros padres nos complazcan, y rara vez les damos una alegría,
si exigimos mucho y damos poco,
si aceptamos la mediocridad en las cosas de Dios,
si tenemos tendencia a confiar más en nosotros mismos que en la gracia,
si descuidamos la oración personal,
si no procuramos adquirir la debida formación religiosa,
si damos por supuesto que el apostolado es cosa de los otros,
si vivimos esquivando las cruces que nos santificarían,
si sentimos celos por el progreso espiritual de los otros,
si nos falta fe en el Magisterio de la Iglesia,
si tenemos tendencia a criticarla,
si nos consideramos el mejor intérprete del Vaticano II,
si contribuimos al desprestigio de las personas consagradas a Dios,
si somos tacaños en la ayuda económica a la Iglesia,
si llegamos habitualmente tarde a Misa,
si descuidamos el ayuno y la abstinencia,
si… , etc.

Después de esta relación meramente ejemplificativa, ¿continuaréis pensando algunos que todavía es difícil hallar -aun sin emplear demasiado tiempo-, cinco, seis, siete o diez pecados o defectos gordos de los que acusaros? Y si fuese así, ¿no sería cosa de ir pensando en introducir vuestro proceso de canonización?
Ya os dais cuenta de que ese elenco no es sino un cajón de sastre, donde hay cosas que pueden ser, o llegar a ser, incompatibles con una vida cristiana de verdad; y cosas menos importantes, si se lucha contra ellas.

Y si, refiriéndoos a estas últimas, me dijeseis que son pequeñeces, yo podría responderos con palabras ajenas, muy llenas de razón y muy experimentadas: “Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantienen viva la llama y encendida de la luz". Tomado del libro:ALFONSO REY. El sacramento de la Penitencia. Ed. Palabra. Madrid 1977/

Y para terminar, ¿Qué mejor que esta referencia a Nuestra Señora en estos momentos que recordamos la Pasión de nuestro Señor que se hacen tan amargos para nuestra Madre María?

No estamos solos. De hecho, nadie como Ella conoce mejor nuestros corazones y sabe comprender nuestras palabras y gestos para presentárselas al Señor con una sonrisa cómplice de la que se sabe Mediadora de todas las gracias. Y ante nuestras vacilaciones, penas e imperfecciones nos susurra al oído: “No pasa nada, ven conmigo. Yo te acompáñame y te enseñaré el camino”.

Porqué, ¿a quién se dirige un niño pequeño cuando quiere que se le perdone por alguna “trastada” que acaba de cometer? No hay ninguna duda. Primero, a su madre, ¡claro! El sabe que ella le quiere con locura. Que a pesar de la regañina justa y necesaria para hacerle mejor persona, mejor hijo de Dios, ella le perdonará, y le ofrecerá su ayuda para corregirse y luchar contra las malas inclinaciones.

Recuerda: “María, Madre de Dios y Madre nuestra, nunca falla porque es madre. “Antes, solo, no podías… —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!”(S. Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 513)


   


LA AMISTAD ES UN DON Y UN MISTERIO

La amistad es un don y un misterio
Autor:  Tito de los Santos Hernández López

        El hombre ha sido creado como un ser en relación, proyección y realización. Nadie se puede privar de la relación con otras personas, animales, cosas y la naturaleza en general. El hombre no es un ser isla que puede mantenerse solitario al tiempo y al espacio en el que vive, crece y se desarrolla. Ya que de cualquier otro modo, no sería posible un crecimiento armónico y un desarrollo pleno, su vivir sería una existencia vacía y sin sentido. Es por eso, que el hombre y la mujer necesitan un mínimo de relación que le permita proyectarse como tal; es decir: si es infante, como niño; si es un adolescente o joven, pues como tal; si es adulto o anciano, pues como corresponde a su edad.

        La Amistad pues, no tiene edad, sexo o condición social. Por eso, como valor innato del ser humano de crecer y planificarse en su relación y realización, la amistad proyecta desde lo más íntimo del corazón y revela lo que es el misterio de cada hombre y mujer, entre quienes se da espontáneamente una auténtica relación de amistad. La amistad entendida así es un DON y un MISTERIO, que no depende de un solo individuo, sino de ambos. La amistad pues, no se inventa, no se forza, ni mucho menos se anda de ofrecida banalmente. Desde este sentido la auténtica amistad que humaniza las relaciones interpersonales, es la que sólo es posible entre los Seres Humanos, independientemente de la edad, sexo o condición social. Sería ilógico y deshumanizante querer sostener una amistad profunda con cualquier animal, al que simpáticamente se le llama "mascota" (perro, gato, loro, pez, etc.), o algún objeto o cosa, ya que el mínimo de relación amistosa por muy buena que esta pareciera no llenaría los más grandes anhelos de la persona, como: el diálogo, la confianza, el compartir mutuo, la comprensión, el consejo, el apoyo moral, etc. Respecto al animal u objeto con quien se cree ser amigos. En cambio, la amistad entre las personas surte el efecto y la satisfacción de tener en cualquier momento crítico de la vida, siempre una mano amiga y un hombro en quien descansar y sobrellevar las carga de la vida.

        Es así, que cualquier animal, objeto o cosa por muy cercanos que sean para mí siempre quedarían cortos ante tales anhelos propios de todo ser humano. Comprender pues, que la amistad es un DON de Dios y un MISTERIO, que como tal no se inventa, atreviéndome a sostener que ni aún así nace o se hace, como muchas veces se cree que yo solo tendré un amigo (a) cuando me nazca tenerlo, y a quien quiera ofrecerla o cuando desee hacerla o entrabarla la buscare incansablemente, aunque tenga que agotar los recursos habidos y por haber en la búsqueda de uno o varios amigos (as). Aquí es donde se encuentra la razón por la cual sostengo que la amistad es un DON. Como DON la amistad es un regalo que tiene su fuente y culmen en Dios, creador del hombre a su imagen y semejanza (Gen. 1, 26) Sólo Dios Autor de todo el universo, modelo de toda relación divina y humana, entre su Hijo Jesucristo y en comunión con el Espíritu Santo (Jn. 1, 1-10). Es quien ofrece continuamente este regalo a todo hombre y a toda mujer que se abre ¡cuál flor del campo! En gratitud a recibir en su persona y en su corazón el DON de la amistad, consciente de su Autor y Fuente. Por eso, la amistad como DON se AGRADECE, se CULTIVA y se COMPARTE.

        1. SE AGRADECE: Porque ¿Quién es digno de una auténtica y profunda amistad? Amigo solo uno, pues ese uno entre mil es como el número premiado ofrecido en gratitud, que viene a mi encuentro y yo salgo a su encuentro.

        2. SE CULTIVA: Es obvio que todo crecimiento requiere de un proceso, de aquí la necesidad de cultivar la amistad a través del diálogo, la confianza, el respeto mutuo, el cariño, el afecto mutuo, etc. Valores que requieren de una cierta dosis constante de repuesta y entrega personal.

        3. SE COMPARTE: La auténtica amistad siempre es abierta hacia los demás, nunca se cierra en sí misma, debe ser como una cedula viva que, se alimenta en si misma y alimenta a los demás, contagiando positivamente a los otros de valores y promoviendo un ambiente sano y fraterno.

        La amistad como MISTERIO debe entenderse a partir de su culmen. Si viene de Dios es porque conduce a Dios. Nadie sabe a ciencia cierta el ¿CUÁNDO, CÓMO Y DÓNDE? Se da exactamente la amistad.

        . ¿Cuándo viene a mí como regalo?
        . ¿Cómo hay que agradecerla y cultivarla?
        . ¿Dónde hay que compartirla?

        Por eso, la amistad es un MISTERIO, ya que no se limita al tiempo y al espacio de la historia humana, sino que una auténtica amistad es capaz de romper estos parámetros y fronteras geográficas llevando a las personas a trascenderse, más allá de lo que son capaces, creando hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Apoc. 5,9), aún así sea del credo que sea. Ahora podremos comprender lo que dice un pensamiento anónimo: "Las distancias no deben separar a los amigos, porque la amistad es el puente de Corazón a Corazón"

        Comprender la amistad así, nos dará la certeza de poder construir un mundo de justicia y de paz, una sociedad más humana en la que se promueva la dignidad de las personas, NO a costa de intereses egoístas e indiferentes a los intereses de los marginados, desposeídas y desprotegidos. Pedir al Autor de la Vida y de la Amistad, que nos haga ser auténticos Amigos en Él y con Él, para cooperar con su Hijo Jesucristo en la redención y salvación del mundo, realizando desde nuestra vocación concreta a la que hemos sido llamados, y por la cual hemos optado libre y conscientemente hasta el final de los tiempos, esto si quesera garantizar una calidad humana y cristiana en nuestras relaciones de Amistad con Dios y con los hombres de cada generación futura, agradeciendo la pasad y viviendo la presente en plenitud de vida y amor.

FORMULA PARA IR AL CIELO...


Formula para ir al cielo

En cierta ocasión le preguntaron a Ramesh uno de los grandes sabios de la India, lo siguiente: "¿ Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras que otro sufren por problemas muy pequeños y se ahogan en un vaso de agua?"

El simplemente sonrió y contó una historia . . .

Era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo decía que él iría al cielo, pues un hombre tan bondadoso solamente podría ir al Paraíso. En aquella época el cielo todavía no había pasado por un programa de calidad total. La recepción no funcionaba muy bien, y quien lo atendió dio una ojeada rápida a las fichas de entrada, pero como no vió su nombre en la lista, le orientó para que pudiera llegar al infierno. Y como en el infierno nadie pedía identificación, ni invitación cualquiera que llegara era invitado a entrar), el sujeto entró y se quedó.

Algunos días después Lucifer llegó furioso a las puertas del Paraíso y le dijo a San Pedro: "¡Eso que me estás haciendo es puro terrorismo! Mandaste aquel sujeto al infierno y el me está desmoralizando. Llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas, abrasándose, besándose. El infierno no es lugar para eso, por favor trae a ese sujeto para aca Cuando Ramesh terminó de contar esta historia dijo: "Vive con tanto amor en el corazón que, si por error vas a parar al infierno, el propio demonio te traiga de vuelta al Paraíso"

PENSAMIENTO DE SAN JOSÉ MARELLO


LA FE TIENE QUE CONVERTIRSE EN VIDA PARA MÍ

Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La fe tiene que convertirse en vida para mí
Viernes quinta semana de Cuaresma. ¿Hasta qué punto dejamos que nuestra alma sea abrazada plenamente por Cristo?
 
La fe tiene que convertirse en vida para mí
Jr 29, 10-13
Jn 10, 31-42

Ante el testimonio que Jesucristo le ofrece, ante el testimonio por el cual Él dice de sí mismo: “Soy Hijo de Dios”, ante el testimonio que le marca como Redentor y Salvador, el cristiano debe tener fe. La fe se convierte para nosotros en una actitud de vida ante las diversas situaciones de nuestra existencia; pero sobre todo, la fe se convierte para nosotros en una luz interior que empieza a regir y a orientar todos nuestros comportamientos.

La fundamental actitud de la fe se presenta particularmente importante cuando se acercan la Semana Santa, los días en los cuales la Iglesia, en una forma más solemne, recuerda la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor. Tres elementos, tres eventos que no son simplemente «un ser consciente de cuánto ha hecho el Señor por mí», sino que son, por encima de todo, una llamada muy seria a nuestra actitud interior para ver si nuestra fe está puesta en Él, que ha muerto y resucitado por nosotros.

Solamente así nosotros vamos a estar, auténtica- mente, celebrando la Semana Santa; solamente así nosotros vamos a estar encontrándonos con un Cristo que nos redime, con un Cristo que nos libera. Si por el contrario, nuestra vida es una vida que no termina de aceptar a Cristo, es una vida que no termina en aceptar el modo concreto con el cual Jesucristo ha querido llegar a nosotros, la pregunta es: ¿Qué estoy viviendo como cristiano?

Jesús se me presenta con esa gran señal, que es su pasión y su resurrección, como el principal gesto de su entrega y donación a mí. Jesús se me presenta con esa señal para que yo diga: “creo en ti”. Quién sabe si nosotros tenemos esto profundamente arraigado, o si nosotros lo que hemos permitido es que en nuestra existencia se vayan poco a poco arraigando situaciones en las que no estamos dejando entrar la redención de Jesucristo. Que hayamos permitido situaciones en nuestra relación personal con Dios, situaciones en la relación personal con la familia o con la sociedad, que nos van llevando hacia una visión reducida, minusvalorada de nuestra fe cristiana, y entonces, nos puede parecer exagerado lo que Cristo nos ofrece, porque la imagen que nosotros tenemos de Cristo es muy reducida.

Solamente la fe profunda, la fe interior, la fe que se abraza y se deja abrazar por Jesucristo, la fe que por el mismo Cristo permite reorientar nuestros comportamientos, es la fe que llega a todos los rincones de nuestra vida y es la que hace que la redención, que es lo que estamos celebrando en la Pascua, se haga efectiva en nuestra existencia.

Sin embargo, a veces podemos constatar situaciones en nuestras vidas —como les pasaba a los judíos— en las cuales Jesucristo puede parecernos demasiado exigente. ¿Por qué hay que ser tan radical?, ¿por qué hay que ser tan perfeccionista?

Los judíos le dicen a Jesús: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". Esta es una actitud que recorta a Cristo, y cuántas veces se presenta en nuestras vidas.

La fe tiene que convertirse en vida en mí. Creo que todos nosotros sí creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, Luz de Luz, pero la pregunta es: ¿lo vivimos? ¿Es mi fe capaz de tomar a Cristo en toda su dimensión? ¿O mi fe recorta a Cristo y se convierte en una especie de reductor de nuestro Señor, porque así la he acostumbrado, porque así la he vivido, porque así la he llevado? ¿O a la mejor es porque así me han educado y me da miedo abrirme a ese Cristo auténtico, pleno, al Cristo que se me ofrece como verdadero redentor de todas mis debilidades, de todas mis miserias?

Cuando tocamos nuestra alma y la vemos débil, la vemos con caídas, la vemos miserable ¿hasta qué punto dejamos que la abrace plenamente Jesucristo nuestro Señor? Cuando palpamos nuestras debilidades ¿hasta qué punto dejamos que las abrace Cristo nuestro Redentor? ¿Podemos nosotros decir con confianza la frase del profetas Jeremías: “El Señor guerrero, poderoso está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso, y su ignominia será eterna e inolvidable”?

¿Que somos débiles...?, lo somos. ¿Que tenemos enemigos exteriores...?, los tenemos. ¿Que tenemos enemigos interiores...?, es indudable.

Ese enemigo es fundamentalmente el demonio, pero también somos nosotros mismos, lo que siempre hemos llamado la carne, que no es otra cosa más que nuestra debilidad ante los problemas, ante las dificultades, y que se convierte en un grandísimo enemigo del alma.

Dios dice a través de la Escritura: “quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable”. ¿Cuando mi fe toca mi propia debilidad tiende a sentirse más hundida, más debilitada, con menos ganas? ¿O mi fe, cuando toca la propia debilidad, abraza a Jesucristo nuestro Señor? ¿Es así mi fe en Cristo? ¿Es así mi fe en Dios? Nos puede suceder a veces que, en el camino de nuestro crecimiento espiritual, Dios pone, una detrás de otra, una serie de caídas, a veces graves, a veces menos graves; una serie de debilidades, a veces superables, a veces no tanto, para que nos abracemos con más fe a Dios nuestro Señor, para que le podamos decir a Jesucristo que no le recortamos nada de su influjo en nosotros, para que le podamos decir a Jesucristo que lo aceptamos tal como es, porque solamente así vamos a ser capaces de superar, de eliminar y de llevar adelante nuestras debilidades.

Que la Pascua sea un auténtico encuentro con nuestro Señor. Que no sea simplemente unos ritos que celebramos por tradición, unas misas a las que vamos, unos actos litúrgicos que presenciamos. Que realmente la Pascua sea un encuentro con el Señor resucitado, glorioso, que a través de la Pasión, nos da la liberación, nos da la fe, nos da la entrega, nos da la totalidad y, sobre todo, nos da la salvación de nuestras debilidades.


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Cipriano Sánchez LC

    jueves, 29 de marzo de 2012

    CRISTO, OFRENDA PERMANENTE

    Cristo, ofrenda permanente

    "La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual" (C.E.C., 1.62 y 1.364). Cristo permanece en la Eucaristía como estaba en la Cruz, ofreciéndose al Padre, y ofreciéndose por nosotros.

    Jesús vino a este mundo, como decimos en el Credo, "por nosotros los hombres y por nuestra salvación". El momento álgido (el kairós) de su estancia en la tierra fue su muerte y resurrección, el misterio pascual. Por medio del pan y del vino, la Eucaristía hace presente a Cristo en ese misterio salvífico de su vida: Siempre que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva (1 Cor 11,26), escribió san Pablo. Para los primeros cristianos y para los que vendrían después, Jesús resucitado era "el Señor", Dios; y aunque cuando se hace presente ahora, lo hace tal como vive actualmente, es decir, resucitado, su modo estar ahí es en estado de ofrenda, de entrega.

    Cristo nos salvó por su obediencia y su amor, manifestados en su sufrimiento y la muerte -Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2,8)- en un acto de entrega y de ofrenda al Padre en favor de sus hermanos los hombres, y esa misma disposición es la de Cristo cuando aparece en el momento de la Consagración de la Misa, y no sólo en ese momento, sino mientras duran las especies sacramentales.

    "Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado hasta el fin, hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor" (C.E.C. 1380).

    Y de la misma manera que decimos que Jesús no vino a la tierra simplemente para estar sin más por Palestina, sino para entrar en relación con los hombres, para hablarnos, para salvarnos, darnos ejemplo y que los hombres pudiéramos entrar en relación personal con Él, también podemos decir que la presencia de Cristo en la Eucaristía no es simplemente para "estar ahí", sino que se ha quedado "para nosotros". Su presencia real tiene unos fines: "fin primario y primordial es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión fuera de la misa y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento" (Ritual de la sagrada comunión y del culto eucarístico fuera de la misa, n. 5).

    Jesús nos invita -siempre que nos acerquemos con las debidas disposiciones- en primer lugar a la Comunión con Él. Así lo expresan sus mismas palabras: Tomad, comed: esto es mi cuerpo (Mt 26,26). La Eucaristía no fue instituida para estar simplemente milagrosamente en el sagrario, sino que es "para nosotros", para que Le recibamos como alimento espiritual de nuestras almas.

    Pero además su presencia constante en las especies sacramentales es una invitación suya a que le acompañemos pues bien sabe Dios que necesitamos de su cercanía, ya que la amistad lo requiere y desea. Ha sido un deseo de Jesús de estar cerca de nosotros, y es una necesidad para el cristiano, porque después de la misa siente la necesidad de decirle lo que Le dijeron los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros (Lc 24,29). Y Él, que tanto desea nuestra compañía, ha accedido a nuestro querer. Su presencia real se ofrece a nosotros para que entremos en ese diálogo de persona a Persona con Él. Jesús en la Eucaristía es una ofrenda permanente al Padre y una ofrenda permanente para nosotros.

    A la vez, es siempre una interpelación a que el amigo viva como Él vive en la Eucaristía: ofreciéndose al Padre. Es una invitación a participar en el sacrificio de la nueva alianza -que es vida para nosotros-, con las actitudes de Cristo, que se anonadó y obedeció al Padre entregando su vida hasta el fin. Una invitación, en fin, que comprometa a quien adora, y también él esté dispuesto a ofrecerse al Padre en favor de sus hermanos los hombres.

    La adoración eucarística no puede quedarse, por tanto, en una asistencia pasiva ante la Hostia expuesta o ante el sagrario. Adorar ha de ser ante todo una comunión con Cristo en su misterio pascual de muerte y resurrección.

    Comunión que tiene como fin la plena configuración con Cristo hasta poder decir como San Pablo Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí (Gal 2,20). La adoración eucarística se convierte entonces en una adoración al Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo, en una adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,24), como desea Dios que se le adore.

    EXPERIENCIA AJENA


    Experiencia ajena
    Autor: Justo López Melús



    El consejo de las personas sensatas podría ayudarnos a evitar muchos descalabros en la vida. Pero suele servir de poco. Muchos drogadictos, alcohólicos, afectados de SIDA..., lamentan, cuando ya no tiene remedio, no haber escuchado los buenos consejos que les dieron.

    Suele decirse que hay que escarmentar en cabeza ajena, pero la verdad es que se aprende poco con el fracaso ajeno, y muchos prefieren experimentos fuertes, aunque tengan veneno. La experiencia ajena sirve de poco, y cuando se tiene la propia, ya no se puede usar: si un joven quisiera..., si el anciano pudiera... La experiencia es una señora que nos da un peine cuando ya estamos calvos. La experiencia es un billete de lotería que adquirimos cuando ya se efectuó el sorteo.

    ASÍ TE QUIERO

    Así te quiero

    Abre tu boca... y yo la llenaré.
    Dame tu corazón... y yo lo cambiaré.
    Entrégame tu mente... y yo la limpiaré.
    Dame tus pies... y yo los encaminaré.
    Así de literal, así de cierto.

    No esperes recibir para guardar,
    yo les daba mana día por día.
    Así quiero que vivas.
    Tu dependencia en mí,
    te da la fuerza...
    no anules mi poder,
    en ti descansa.

    Yo no soy un Dios que da y que quita.
    si la tierra me es fiel,
    cuanto plantas en ella, fructifica...
    cuanto más no será en mis primicias!.
    Séme fiel hasta el fin... nada te importe.
    El mundo cambia siempre y lo que es oro hoy,
    lodo es mañana.

    Yo te respaldo,
    ve... listo esta el mundo;
    solo vé y comunica.
    Tu trabajo es hablar,
    dar mi palabra...

    Mi responsabilidad: salvar las almas.
    No sientas como pesada carga,
    el hablar a la gente de mi amor.

    SER VERDADERAMENTE HIJOS DE DIOS

    Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
    Ser verdaderamente hijos de Dios
    Jueves quinta semana de Cuaresma. Tenemos un Dios que nos persigue y busca llegar hasta el fondo de nosotros mismos.
     
    Ser verdaderamente hijos de Dios
    Gn 17, 3-9
    Jn 8, 51-59

    El tiempo cuaresmal es un camino de conversión que no es simplemente arrepentirnos de nuestros pecados o dejar de hacer obras malas. El camino de conversión no es otra cosa sino el esfuerzo constante, por parte nuestra, de volver a tener la imagen, la visión que Dios nuestro Señor tenía de nosotros desde el principio. El camino de conversión es un camino de reconstrucción de la imagen de Dios en nuestra alma.

    La liturgia del día de hoy nos presenta dos actitudes muy diferentes ante lo que Dios propone al hombre. En la primera lectura, Dios le cambia el nombre a Abram. Y de llamarse Abram, le llama Abraham. Este cambio de nombre no es simplemente algo exterior o superficial. Esto requiere de Dios la disponibilidad a cambiar también el interior, a hacer de este hombre un hombre nuevo.
    Pero, al mismo tiempo, requiere de Abraham la disponibilidad para acoger el nombre nuevo que Dios le quiere dar.

    Por otro lado, en el Evangelio vemos cómo Jesús se enfrenta una vez más a los judíos, haciéndoles ver que aunque se llamen Hijos de Abraham, no saben quién es el Dios de Abraham.

    Son las dos formas en las cuales nosotros podemos enfrentarnos con Dios: la forma exterior; totalmente superficial, que respeta y vive según una serie de ritos y costumbres; una forma que incluso nos cataloga como hijos de Abraham o hijos de Dios. Y por otro lado, el camino interior; es decir, ser verdaderamente hijos de Abraham, ser verdaderamente hijos de Dios.

    Lo primero es muy fácil, porque basta con ponerse una etiqueta, realizar determinadas costumbres, seguir determinadas tradiciones. Y podríamos pensar que eso nos hace cristianos, que eso nos hace ser católicos; pero estaríamos muy equivocados. Porque todo el exterior es simplemente un nombre, y como un nombre, es algo que resuena, es una palabra que se escucha y el viento se lleva; es tan vacía como cualquier palabra puede ser. Es en el interior de nosotros donde tienen que producirse los auténticos cambios; de donde tiene que brotar hacia el exterior la verdadera transformación, la forma distinta de ser, el modo diferente de comportarse.

    No son las formas exteriores las que configuran nuestra persona. Son importantes porque manifiestan nuestra persona, pero si las formas exteriores fuesen simplemente toda nuestra estructura, toda nuestra manera de ser, estaríamos huecos, vacíos. Entonces también Jesús a nosotros podría decirnos: “Sería tan mentiroso como ustedes”. También Jesús nos podría llamar mentirosos, es decir, los que vacían la verdad, los que manifiestan al exterior una forma como si fuese verdad, pero que realmente es mentira.

    Qué difícil y exigente es este camino de conversión que Dios nos pide, porque va reclamando de nosotros no solamente una «partecita», sino que acaba reclamando todo lo que somos: toda nuestra vida, todo nuestro ser. El camino de conversión acaba exigiendo la transformación de nuestras más íntimas convicciones, de nuestras raíces más profundas para llegar a cristianizarlas.

    Para los judíos solamente Dios estaba por encima de Abraham, por eso, cuando Cristo les dice: “Antes de que Abraham existiese, Yo soy”, ellos entendieron perfecta- mente que Cristo estaba yendo derecho a la raíz de su religión; les estaba diciendo que Él era Dios, el mismo Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y es por eso que agarran piedras para intentar apedrearlo, por eso buscan matarlo.

    No es simplemente una cuestión dialéctica; ellos han entendido que Cristo no se conforma con cambiar ciertos ritos del templo. Cristo llega al fondo de todas las cosas y al fondo de todas las personas, y mientras Él no llegue ahí, va a estar insistiendo, va a estar buscando, va a estar perseverando hasta conseguir llegar al fondo de nuestro corazón, hasta conseguir recristianizar lo más profundo de nosotros mismos.

    El hecho de que Dios le cambie el nombre a Abram, además de significar el querer llegar al fondo, está también significando que solamente quien es dueño de otro le puede cambiar el nombre. (Según la mentalidad judía, solamente quien era patrón de otro podía cambiarle el nombre). Algo semejante a lo que hicieron con nosotros el día de nuestro Bautismo cuando el sacerdote, antes de derramar sobre nuestra cabeza el agua, nos impuso la marca del aceite que nos hacia propiedad de Dios.

    ¿Realmente somos conscientes de que somos propiedad de Dios? Dios es tan consciente de que somos propiedad suya, que no deja de reclamarnos, que no deja de buscarnos, que no deja de inquietarnos. Como a quien le han quitado algo que es suyo y cada vez que ve a quien se lo quitó, le dice: ¡Acuérdate de que lo que tú tienes es mío! Así es Dios con nosotros. Llega a nuestra alma y nos dice: Acuérdate de que tú eres mío, de que lo que tú tienes es mío: tu vida, tu tiempo, tu historia, tu familia, tus cualidades. Todo lo que tú tienes es mío; eres mi propiedad.

    Esto que para nosotros pudiera ser una especie como de fardo pesadísimo, se convierte, gracias a Dios, en una gran certeza y una gran esperanza de que Dios jamás va a desistir de reclamar lo que es suyo. Así estemos muy alejados de Él, sumamente hundidos en la más tremenda de las obscuridades o estemos en el más triste de los pecados, Dios no va a dejar de reclamar lo que es suyo. Sabemos que, estemos donde estemos, Dios siempre va a ir a buscarnos; que hayamos caído donde hayamos caído, Dios nos va a encontrar, porque Él no va a dejar de reclamar lo que es suyo.

    Éste es el Dios que nos busca, y lo único que requiere de nosotros es la capacidad y la apertura interior para que, cuando Él llegue, nosotros lo podamos reconocer. “El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”. No habrá nada que nos pueda encadenar, porque el que es fiel a las palabras de Cristo, será buscado por Él, que es la Resurrección y la Vida.

    Ojalá que nosotros aprendamos que tenemos un Dios que nos persigue y que busca llegar hasta el fondo de nosotros mismos, y que nos va hacer bajar hasta el fondo de nosotros para que nos podamos, libremente, dar a Él.

    ¿De qué otra manera más grande puede Dios hacer esto, que a través de la Eucaristía? ¿Qué otro camino sigue Dios sino el de la misma presencia Eucarística? ¿Acaso alguien en la tierra puede bajar tan a lo hondo de nosotros mismos como Cristo Eucaristía? Cristo es el único que, amándonos, puede penetrar hasta el alma de nuestra alma, hasta el espíritu de nuestro espíritu, para decirnos que nos ama.

    Permitamos que el Señor, en esta Semana Santa que se avecina, pueda llegar hasta nosotros. Permitámosle hacer la experiencia de estar con nosotros. Y nosotros, a la vez, busquemos la experiencia de estar con Él. Un Dios que no simplemente caminó por nuestra tierra, habló nuestras palabras y vio nuestros paisajes. Un Dios que no simplemente murió derramando hasta la última gota de sangre; un Dios que no solamente resucitó rompiendo las ataduras de la muerte. Un Dios que, además, ha querido hacerse Eucaristía para poder estar en lo más profundo de nuestras vidas y poder encontrarnos, si es necesario, en lo más profundo de nosotros mismos.


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Cipriano Sánchez LC

    miércoles, 28 de marzo de 2012

    ENCONTRARÁS A DIOS...

    Encontrarás a Dios

    Dondequiera que pongas tu mirada,
    dondequiera que fijes tu atención,
    dondequiera que un átomo subsista,
    ENCONTRARAS A DIOS.


    En las formas diversas de las nubes,
    en los rayos dorados que da el sol,
    en el brillo que lanzan las estrellas,
    ENCONTRARAS A DIOS.


    En los dulces balidos que en los prados
    el rebaño da al silbo del pastor,
    en los trinos cambiantes de las aves.
    ENCONTRARAS A DIOS.


    En la sangre que corre por tus venas,
    en la misma conciencia de tu YO,
    en los propios latidos de tu pecho,
    ENCONTRARAS A DIOS.


    En la santa figura de la madre
    cuyo seno la vida te done,
    en la franca sonrisa de una hermana,
    ENCONTRARAS A DIOS.


    En las lindas pupilas de la joven
    que de amores prendió tu corazón,
    en la grata visión de un ser querido,
    ENCONTRARAS A DIOS.


    En las horas de sombra y amargura
    cuando a solas estás con tu dolor
    si le buscas en la sombría noche
    ENCONTRARAS A DIOS....

    ORACIÓN DE FE


    Oración de Fe

    Creo, aunque todo te oculte a mi fe.
    Creo, aunque todos me griten que no.

    Porque he basado mi fe en un Dios inmutable, en un Dios que no cambia, en Dios que es amor.

    Creo, aunque todo parezca morir. Creo, aunque yo no quisiera vivir, porque he fundado mi vida en palabras sinceras, en palabras de amigo, en palabras de Dios.

    Creo, aunque todo subleve mi ser. Creo, aunque sienta muy solo el dolor, Porque un cristiano que tiene al Señor por amigo, no vacila en la duda, se mantiene en la fe.

    Creo, aunque veo a los hombres matar. Creo, aunque veo a los niños llorar. Porque aprendo con certeza que El sale al encuentro en las horas más duras, con su amor y su luz.

    Creo, pero aumenta mi fe.

    Y a ti... ¿quién te condena?


    Y a ti... ¿quién te condena?
     Dos hombres fueron condenados. La sentencia consistía en que en un día determinado, en veinte años, serían torturados lentamente hasta la muerte.

    Al escuchar la sentencia, el más joven se retorció de la pena y del dolor, y a partir de ese día, cayó en una profunda depresión.

    "¿Para qué vivir?" se preguntaba, "si de todas maneras van a arrebatarme la vida, y de una manera inconcebiblemente terrible"

    Desde ese día nunca fue el mismo. Cuando alguno de sus cercanos, compadecido por su estado, le ofrecía apoyo para tratar de alegrarlo, respondía rencorosamente diciendo:
    - Claro, como tú no tienes que cargar mis penas, todo te parece fácil.

    En otras ocasiones también replicaba:
    - Tú no sabes lo que sufro, no es posible que me entiendas...

    Y, a veces, alegaba en voz alta:
    - ¿Para qué me esfuerzo? Si de todas formas...
    Y así, poco a poco, el hombre se fue encerrando en su amarga soledad y murió mucho antes de que se cumpliera el plazo de los veinte años.

    El otro hombre, al escuchar la sentencia, se asustó y se impresionó, sin embargo a los pocos días resolvió que, como sus días estaban contados, los disfrutaría.

    Con frecuencia afirmaba:
    - No voy a anticipar el dolor y el miedo empezando a sufrir desde ahora.

    Otras veces decía:
    - Voy a agradecer con intensidad cada día que me quede.
    Y, en vez de alejarse de los demás, decidió acercarse y disfrutar a los suyos, para sembrar en ellos lo mejor de sí.
    Cuando alguien le mencionaba su condena, respondía en broma:
    - Ellos me condenaron, yo no me voy a condenar sufriendo anticipadamente y, por ahora, estoy vivo.

    Fue así que, paulatinamente, se convirtió en un hombre sabio y sencillo, conocido por su alegría y su espíritu de servicio. Tanto, que mucho antes de los veinte años, le fue perdonada su condena.

    El 99% de tus miedos no se realizarán. Cree en tu fuerza, disfruta la libertad de ser feliz. La verdadera libertad no está en lo que haces, sino en la forma como eliges vivir lo que haces, y sólo a ti te pertenece tal facultad.

    P.D.: Sólo por hoy elige pensamientos y emociones positivas. Notarás la diferencia.

    LA VIRGEN MARÍA ...


    LA VIRGEN MARÍA...

    En su vida, la Virgen María no ha realizado cosas llamativas ni ha emprendido hazañas extraordinarias. Ella se santificó haciendo todas las cosas que hacían las mujeres de su tiempo.
    Tampoco nosotros debemos buscar la santidad en cosas extraordinarias sino en hacer las cosas ordinarias de un modo extraordinario, por el amor con que las hacemos.

    María, impúlsanos a realizar las tareas de cada día con mucho amor y bondad.

    martes, 27 de marzo de 2012

    ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD


    Oración a la Santísima Trinidad

    Creo en Ti Dios Padre, creo en Ti Dios Hijo, creo en Ti Dios Espíritu Santo, pero aumentad mi fe.

    Espero en Ti Dios Padre, espero en Ti Dios Hijo, espero en Ti Dios Espíritu Santo, pero aumentad mi esperanza.

    Te amo Dios Padre, te amo Dios Hijo, mi Señor Jesucristo Dios y hombre verdadero, te amo Dios Espíritu Santo, pero aumentad mi amor.

    Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo, Gloria a la Santísima e indivisa Trinidad, como era en el principio, ahora y siempre, por todos los siglos de los siglos. Amen

    Padre omnipotente, ayuda mi fragilidad y sácame del abismo de mi miseria. Sabiduría del Hijo, endereza todos mis pensamientos, palabras y obras de este día. 

    Amor del Espíritu Santo, sé el principio de todas las obras de mi alma, para que sean siempre conformes con la Voluntad del Padre.

    A Ti Padre Ingénito, a Ti Hijo Unigénito, a Ti Espíritu de Santidad, un solo Dios en Trinidad, de todo corazón te confieso, te bendigo , te alabo.

    A Ti, Trinidad Santísima se te dé siempre, todo honor, gloria y alabanza por toda la eternidad.
     
    Amén.

    MANERAS DE ENFRENTAR LA VIDA


    Maneras de enfrentar la vida
    Autor:  Padre Juca
     

    Cada uno tiene una manera especial de enfrentar la vida, de buscar la felicidad: unos se quejan de la vida, otros agradecen a Dios; unos buscan la felicidad en el dinero, en el sexo, en los placeres y encuentran un mayor vacío dentro de sí; otros entienden que la felicidad es un estado del espíritu, es sentir la paz en el corazón, es la manera de enfrentar la vida dándole valor a aquello que realmente lo posee. Mucha gente piensa que la felicidad está en las cosas y después se queja del tedio y de las frustraciones.

            ¡Qué cosa! ¡Cómo se huye de la vida! Hay personas que pasan por algún problema o sufren alguna desilusión y se van a desahogar las tristezas en el alcoholismo, en las drogas, en aventuras. Piensan que, actuando así, van a olvidarlos. Y, además de no lograr nada, crean todavía más de una situación difícil: corren el riesgo de volverse dependientes de esos vicios, cuyas consecuencias todos conocen. Tenemos que enfrentar la vida, enfrentarla cueste lo que cueste; huir nunca fue y nunca será solución, además de seguir ahí, el problema se agrava más todavía.

            Tenemos la costumbre de buscar en los demás la causa de nuestros fracasos, ¿será que realmente son los demás los responsables por nuestros fracasos? Si usted se equivocó de profesión, de vocación, todavía es tiempo de cambiar, de arreglárselas, de intentar otro tipo de trabajo, de vida. Usted puede recomenzar todo de la nada, si tiene coraje, en poco tiempo verá su situación transformada.


            NUNCA ES TARDE PARA RECOMENZAR UNA VIDA

    INVOCACIONES A LA VIRGEN MARÍA

    Invocaciones a la Virgen María


    Ave, Tú por quien resplandecerá la dicha.
    Ave, Tú por quien se renueva la creación.
    Ave, iniciada en los misterios
    de una inefable voluntad.
    Ave, fe de acontecimientos que requieren silencio.
    Ave, oh puente que de la tierra hace pasar al cielo.
    Ave, Tú que inefablemente generaste la luz.
    Ave, terreno que germina
    abundancia de misericordia.
    Ave, porque haces reflorecer el jardín de delicias.
    Ave, incienso que haces escuchar las súplicas.
    Ave, propiciadora del mundo entero,
    Ave, benevolencia de Dios por los hombres.
    Ave, confianza de los hombres en Dios.
    Ave, de los Apóstoles vez perenne.
    Ave, de los mártires invencible valor,
    Ave, luminoso signo de la gracia.
    Ave, Tú por quien fuimos revestidos de gloria.
    Ave, rayo de místico día.
    Ave, Tú que iluminas los iniciados en los misterios de la Santísima Trinidad.
    Ave, alegría de todas las generaciones.
    Ave, flor de pureza.
    Ave, corona de fortaleza.
    Ave, que en Ti resplandece el tipo de la resurrección.
    Ave, morada del Dios infinito.
    Ave, columna de la virginidad.
    Ave, iniciadora de espiritual plenitud.
    Ave, Tú que revistes corno esposas
    a las almas santas.
    Ave, fulgor que ilumina las almas.
    Ave, de la Iglesia irremovible torre.
    Ave, arca revestida de oro por el Espíritu Santo.

    lunes, 26 de marzo de 2012

    ¿SABES... TE AMO?

    ¿Sabes... te amo?


    Un día cuando desperté no había luz, todo estaba obscuro. Las luces y las estrellas se encontraban lejos. Me vi sola y un par de lágrimas me hicieron compañía. Caminé, camine... mis rodillas y manos sangraban por las caídas, mis ojos no alcanzaban a ver nada, mi llanto era un diluvio de dolores, las cuales la luz no traspasaba. Lloré, lloré... caminé y caí, una... y otra vez; Caí y ya no pude levantarme más. El cansancio y la tristeza actuaron en mí. Y profundamente dormí...
    ¡LEVÁNTATE¡
    Al instante desperté y un viento cálido me acarició.
    ¡LEVÁNTATE!!.
    ¡¡YO YA CAI POR TI TRES VECES!!
    Alcé la cara y busqué con desesperación. Fue inútil, mis ojos estaban cegados y nada distinguían. La voz se oyó con ternura, cargada de amor muy cerca de mí.
           
    "Levántate, dame tu mano, tú no me has buscado con el
    corazón, no te asustes, yo soy el que ha velado tu sueño, el que ha secado tus lágrimas y tus heridas las he curado, ese corazón tan roto lo he pegado, anda siéntate acércate, ¡Te amo!" No sé como, pero de pie me puse. Nada me dolía, ya no había pesar en mi alma.
          
    Mis ojos... mis ojos ¡veían!. Levanté la cara y ahí, cerca de mí estaba Él. Era un hombre de mirada más dulce que la miel, y la sonrisa más hermosa que he visto, me extendía los brazos...
    " Ya no necesitas caer, ya no necesitas llorar, si estás herido, sólo, búscame, yo estoy cerca de ti siempre...".
    Comprendí que nunca estuve sola ,alguien me observaba, me cuidaba, ¡estaba junto a mí!...

    ¡LEVÁNTATE¡, ¡LEVÁNTATE¡.
    YO HE DADO LA VIDA POR TI, HE VENCIDO A LA MUERTE,
    VAMOS, EL CAMINO LO HE ABIERTO, NO TEMAS YO IRÉ JUNTO
    A TI, ¿SABES?... TE AMO.

    ALÉGRATE LLENA DE GRACIA

    Alégrate Llena de Gracia
    Padre Javier Soteras



    Lc. 1, 26-38
    Hoy vamos a detenernos particularmente en esta expresión que utiliza el Ángel para vincularse con María, de manera tan sorprendente como que ella dice de no entender nada, cómo puede ser esto, yo no convivo con ningún hombre. Es la expresión que dice LLENA DE GRACIA. ¡ Alégrate, Llena de Gracia !

    Fíjate que el Ángel no le dice "María, el Señor te trae una noticia", sino dice "alégrate, Llena de Gracia". Como si le hubiera cambiado el nombre. No la llama por el nombre suyo, sino por este otro nombre que le resulta a ella del todo familiar aunque nunca lo había escuchado.

    Del todo familiar, porque allí radica la identidad misma de María, que justamente en Lourdes se va a presentar como la Inmaculada Concepción, que es una de las formas de decir que está llena de gracia. Es una de las maneras de decir esto mismo, Llena de Gracia. La identidad de María corresponde a esta expresión del Ángel.

    Decimos que una persona tiene gracia cuando es bella, cuando tiene destreza, cuando en ella hay hermosura. Pero también decimos que una persona ha sido agraciada, cuando ha sido perdonada de una determinada culpa con la que debía pagar una pena. Recibió la gracia de ver saldada su deuda.

    Estas dos realidades tienen lugar en María. Ella es Llena de Gracia, Plena de Gracia, porque es hermosa, bella. La más bella de todas las creaturas que Dios ha hecho sobre la faz de la tierra. Pero al mismo tiempo es porque ha sido preservada del pecado. Ha sido creada por el Padre, sin pecado. Sin pecado concebida. Es lo mismo que decir inmaculada en su concepción.

    Llena de Gracia, Plena de Gracia, Inmaculada en la concepción, hermosa y bella, sin pecado concebida. Esto es lo que hoy celebramos justamente, al celebrar a María de Lourdes. Fíjate que la Iglesia, después de un largo tiempo, haciendo memoria de su tradición, en la expresión de Pío Nono, la declara como "Inmaculada" a María, como la concebida sin pecado.

    Al mismo tiempo Ella se le presenta a Bernardita Soubirou, con esa misma expresión: YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN. La inmaculada quiere decir la que no tiene mácula, no tiene mancha, la que no tiene pecado. Ha sido concebida sin pecado.

    Esta expresión, sin pecado,, que dice de estar llena de gracia por parte de Dios, en el Iglesia latina se manifiesta de esa manera. Pero en la Iglesia ortodoxa, se la llama María en vez de Inmaculada, para expresar un rasgo de su plenitud de gracia, toda santa. Lo que nosotros, en la Iglesia latina llamamos Inmaculada, la Iglesia ortodoxa la llama "Toda Santa".

    Toda Santa es "toda llena de virtud", toda llena de los dones de Dios, plena, llena de la gracia. Es como una definición puesta en positivo. Es lo mismo dicho de otra manera. En la Iglesia latina marcamos este rasgo de Inmaculada en su concepción, sin mancha, mientras que en la ortodoxa se expresa se expresa esta otra realidad: la plenitud de los dones del Espíritu en su corazón.

    ¿De dónde le viene esto a María? Dios ha mirado la pequeñez de su servidora, dice ella. La gracia es Gracia. Y esto es como "gratuidad", como otro rasgo que conviene hoy como remarcar muy bien. No corresponde a su bondad. No corresponde a su condición virtuosa primero, para que Dios mire esto ni en función de eso, la llena de su gracia: corresponde a una total gratuidad de Dios.

    La gracia de Dios es gratis. Con todo esto el Señor nos está invitando a nosotros a la apertura a su gracia. Si queremos imitar a María en algo, abrámonos a la Gracia de Dios. Es decir, pongámonos de cara al Señor y dejemos que nos penetre su mirada. Que una vez más no tome su bondad. Que una vez más nos bendiga su presencia grande.

    María, la Llena de Gracia, nos invita a nosotros a ser, entre otras cosas, agradecidos. Ser agradecidos no es como cuando jugábamos al truco ayer con unos amigos, decirle al otro: quiero retruco. Mientras Dios te da algo, vos le respondés poniéndote por arriba a Dios en ese mismo reconocimiento, pero poniéndosela redoblada a la cuestión que el mismo Dios te ofrece.

    Ser agradecido es levantar los brazos y alabarlo a Dios, alabarlo y bendecirlo en el reconocimiento de la indignidad de que aquello que nos es dado, no lo merecemos, pero al mismo tiempo lo necesitamos, nos hace falta. Eso es ser agradecido, es tener el corazón de hijos.

    La Llena de Gracia lo reconoce así: MI ALMA CANTA LA GRANDEZA DEL SEÑOR. Mi alma alaba la grandeza del Señor. Canta, alaba y bendice a Dios porque ha mirado la humildad de su servidora. Reconoce que ha sido totalmente tomada por el Señor, y por eso lo bendice y por eso lo alaba.

    Nosotros también, de cara a Dios, en el día de la Inmaculada Concepción de la Toda Santa, somos invitados a bendecir, alabar y agradecerlo al Señor.

    San Agustín, hablando de la humanidad de Jesús, dice ¿cómo mereció llegara a ser hijo unigénito de Dios? ¿Precedió algún mérito a esta unión? ¿Qué obró, qué creyó o qué exigió precisamente para llegar a tan inefable y soberana dignidad, Jesús? Y responde Agustín: busca méritos busca justicia, busca motivos, y a ver si encuentras algo que no sea gracia. Ésta es la respuesta.

    También en María. En su plena comunión de alianza nueva con Jesús. ¿Qué le mereció a llegar a ser la Madre de Dios? ¿Qué mérito previo tuvo esta mujer para ser visitada por el Ángel y recibir semejante mensaje y semejante misión? ¿Qué obró o qué creyó o qué exigió para llegar a tan inefable y soberana dignidad?

    Busquemos méritos, dice Agustín, de Jesús, nosotros decimos de María, busquemos justicia, busquemos motivos y sólo vamos a encontrar gracia. La Llena de Gracia. Éste es el nombre que le cabe y allí está su identidad.

    ¡ ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA !

    Cuando nosotros vamos emparentándonos con Ella, cuando nos vamos familiarizando en el trato con Ella, descubrimos que no solamente esto es así para Ella, sin también para los hijos que nacemos y renacemos cada día en el trato con Ella. Aprendemos a descubrir en Ella y desde Ella, con Jesús, que todo es Gracia de Dios, que todo es don gratuito de Dios.

    Pablo lo decía de una manera maravillosa en al primera Carta a los Corintios, en el cap. 15, en el v. 10 hay una expresión que dice justamente esto, respecto del Apóstol: Por gracia de Dios soy lo que soy. Llegamos a ser lo mejor de nosotros mismos, es decir, alcanzar nuestra vocación, alcanzar el proyecto que Dios tiene para con nosotros, cuando dócilmente nos entregamos con sencillez y con fidelidad a la Gracia de Dios, aceptando de Él lo que así venga, con absoluta indiferencia. Dice Ignacio de Loyola, no importándonos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, tener que no tener: santa indiferencia, con el corazón solo dispuesto a aceptar la voluntad y e querer, el Amor de Dios en nosotros.

    Cuando el corazón se dispone y entra en esta clave de sintonía con el Señor, nosotros vamos también descubriendo que lo que podemos llegar a ser, sólo es don gratuito de Dios, que obra en nosotros de manera meritoria, haciéndonos vencer el pecado, la muerte, los vicios, los defectos y todo aquello que en nuestra naturaleza se muestra como herido.

    Nosotros sí, tenemos una herida.

    Y es tanto el amor de la Madre y de Jesús por nosotros y tanto el deseo de identificarse con nosotros, para ponernos donde ellos están llenos y plenos de gracia, que también ellos han querido dejarse herir. La Cruz es el lugar donde la Alianza de Amor entre María y Jesús nos alcanza también a nosotros, los que así nacimos, con pecado. Es decir, nacimos con una herida.

    De hecho, en el momento en que la espada atraviesa el corazón del Maestro, también atraviesa el corazón de la Madre. La espada que atraviesa el corazón del Maestro es justamente la del pecado de la humanidad toda, y alcanza a la Madre por la plena comunión con Jesús. Ahora la sin pecado también aparece al pie de la cruz, herida por Amor. Y el que viene de lo alto, del Padre, el que fue concebido sin pecado, también es alcanzado por los efectos del pecado y aparece herido en la cruz.

    Este misterio de alianza de amor que existe entre Jesús y la Madre, nos alcanza también a nosotros. Nosotros, en nuestro pecado, los herimos y ellos, en el derramamiento de su sangre, nos liberan del pecado, Jesús nos libera del pecado en comunión plena con la Madre, la concebida sin pecado, y nos permite entrar en plena comunión con ese misterio de amor.

    Podemos llegar nosotros también a la plenitud del proyecto que Dios tiene para con nosotros, si nos dejamos alcanzar por la gracia de Jesús. Si nos dejamos tomar por la gracia. Llegamos a ser plenos, totalmente felices, sólo cuando nos dejamos tomar por la Gracia. Somos lo que estamos llamados a ser cuando la gracia de Dios nos gana el Corazón.

    Yo soy lo que soy, dice el Apóstol, sólo por la gracia de Dios. ¿Te pusiste a pensar a qué estás llamado o llamada a ser? Toda persona tiene una vocación, nace con un designio. Dios Padre creador nos puso un código con el cual identificarnos en el tiempo. Hay que descubrirlo.

    María lo descubre en el anuncio del Ángel. Hasta aquí nadie la llamó Llena de Gracia. Se llamaba María de Nazaret, la hija de Joaquín, de Ana, pero María, hasta aquí. Sólo María, pero Llena de Gracia....

    Este secreto estaba reservado hasta ese tiempo. Hay un tiempo en tu vida donde Dios también quiere revelarte el secreto, que es tu vocación, que es tu llamado. Esto tiene que ver con tu proyecto. Es más que tener un trabajo. Es más que encontrar una solución a tus problemas económicos, matrimoniales; es más que encontrar una respuesta a tus problemas familiares, es mucho más que eso.

    Una vocación es un don. Es un llamado. Es un llamado a la felicidad y a la plenitud. Solamente uno puede descubrirlo cuando, con santa indiferencia, dirá Ignacio de Loyola, se abre al querer y a la voluntad de Dios. A "sea lo que sea", lo que Dios quiera. Supone una actitud de abandono y de entrega, que se percibe claramente en el corazón de María ante el anuncio del Ángel.

    Cuando el Ángel la invita a ser la Madre de Dios, después de Ella decir "yo no sé cómo será esto", el Ángel le explica y ella dice "Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho". Es decir, se entrega. Se abandona.

    Para que nosotros alcancemos el proyecto que Dios pensó desde siempre para nosotros, para que alcancemos la plenitud y la felicidad que Dios soñó para siempre para nosotros, hace falta tener esta actitud en el corazón: la actitud del abandono y de la entrega. De ponernos en las manos de Dios y decirle, como María, que se haga tu voluntad.

    ¿Qué tenemos que hacer ante la gracia que Dios nos derrama en nuestros corazones donde está contenido el proyecto, el plan, el designio de Dios para nuestra vida? Lo primero que debemos hacer es, nos enseña Pablo, dar gracias. A la gracia se responde con gracias, no queriendo retrucarla, sino ubicándonos en el lugar de creaturas. Pablo dice de una manera maravillosa en la primera Carta a los Corintios: Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, y, dice, a causa de la gracia de Dios. Doy gracias a Dios a causa de la misma gracia de Dios.

    A la gracia de Dios debe seguir el gracias de nosotros, los hombres. Dar gracias no significa restituirle a Dios un favor que nos hizo, eso que decíamos recién, Dios nos dice truco, nosotros decimos quiero retruco. No se trata de eso.

    ¿Quién podría darle a Dios la contrapartida de lo que Dios le da? ¿Quién de nosotros?

    Dar gracias significa mas bien, reconocer la gracia, aceptar la gratuidad. No querer por nosotros mismos salvarnos y encontrar el camino, sino humildemente ponernos a la mirada de Dios, como María y desde allí dejarnos rescatar por Dios.

    Ésta es como una actitud religiosa fundamental, el ser agradecidos, el reconocernos deudores, dependientes, significa dejarle a Dios el lugar de Dios. Ser agradecidos es eso. María lo dice en el Magnificat: "Mi alma glorifica al Señor porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.”

    La lengua hebrea no conoce una palabra que significa "gracias", o exprese la idea de agradecimiento. Esa palabra no está en el lenguaje hebreo. Cuando se quiere dar gracias a Dios, el hombre bíblico, el hebreo, se dispone a alabarlo, a exaltarlo, a proclamar sus maravillas con entusiasmo. No solamente de boca, sino con todo su ser.

    David aparece así en el templo, bailando, cantando, con los brazos en alto, con júbilo, con alegría por la grandeza de Dios. El Magnificat es el agradecimiento de María por tanta gracia recibida, inmerecida. "Ha mirado la humildad de su esclava". La nada. Quiere decir esto. No tuvo un acto de humildad y por eso Dios le dio determinada gracia, sino María reconoce que no es nada, sino en Dios.

    Quizás también sea que por eso que en el Magnificat no aparece la palabra agradecer, sino glorificar, exultar, y cuando nosotros la contemplamos en esa oración, no podemos contemplarla sino con los brazos en alto, sonriente, alegre, feliz, cantando y bailando.

    En la cultura semita las palabras siempre van en profunda consonancia con el cuerpo. Exultar y alabar es decirle a Dios: GRACIAS, DIOS, gracias por tu bondad, expresándolo también con el cuerpo. Así la contemplamos. Así la miramos.

    María le devuelve a Dios el hecho de ser Dios en su acción de gracias y reconoce que todo lo que hay en ella es por Él. Ella le atribuye a Dios la mirada al decirle gracias. Lo extraordinario que está ocurriendo en ella, no se atribuye a sí misma ningún mérito. Ella está llena de gracia y esto es obra de Dios.

    El icono que mejor expresa, dice Cantalamesa, en un texto que te lo recomiendo, "María, Espejo de la Iglesia". Dice Raniero Cantalamesa, predicador de Juan Pablo II, y de la Curia Romana, antes de que lo hiciera Mons. François Van Thuan, el icono que mejor expresa todo esto es el de la Panajia, o Toda Santa.

    Hay una imagen que la muestra así y que se venera en Rusia muy especialmente. ¿Cómo aparece María? La Madre de Dios está en pie, con los brazos elevados y en una actitud de total apertura y de total acogida. El Señor está con ella. Esta imagen lo dice, relata Cantalamesa. Es la expresión del rostro de un niño que se hace visiblemente transparente. En el centro de la imagen aparece el rostro de María, como una niña, resplandeciente de transparencia. Es un rostro todo asombro, es un rostro todo silencio, es un rostro todo acogida, como si dijera, dice Cantalamesa, miren, miren lo que el Señor ha hecho en mí en el día en que quiso poner sobre esta pequeñez de creatura su mirada.

    Esta invitación de "miren", miren esta transparencia, miren esta sencillez, miren lo que Dios ha hecho en mí, en esa expresión hay una invitación a hacerse discípulo de María.

    Brota de la misma expresión. María es un camino que Dios nos abre, para entender cómo debemos disponer el corazón para recibir la gracia de Dios.

    Ayer lo compartíamos en la Eucaristía, en la reflexión de la mañana por la radio. Unos catequistas invitaron a unos chicos a ir a la iglesia Catedral de su ciudad, y cuando se acercaron a los vitreaux donde estaban las imágenes de algunos santos, el catequista les explicaba a los chicos: Miren, esos que están allí son los santos. Los amigos de Dios.

    Uno de los chicos, al regreso a su casa, se encuentra con la madre haciéndole algunas preguntas de cómo le fue, de qué hicieron, por donde anduvieron. Cuando le contó que fueron a la catedral y vieron algunos santos, la madre le preguntó: ¿y quiénes son los santos? Los santos, contestó el chico, son los que dejan pasar la luz. Haciendo referencia al vitreau.

    María es eso. La Llena de Gracia deja pasar la luz y nosotros estamos llamados a eso también. Lo podemos hacer si nos dejamos tomar por Ella, y nos hacemos uno en alianza de amor con Ella, al punto tal, que nosotros podamos decir también, como lo dice el Apóstol, y como de algún modo también lo expresa Ella, "Yo ya no vivo, es Cristo quien vive en mí". Este es el camino de la santidad.

    Ya no ser uno, sino la gracia de Dios en uno. "Soy lo que soy, por la gracia de Dios", dice el Apóstol también. Esta posibilidad está dada en el reconocimiento de la pequeñez. Esta posibilidad de dejarnos tomar todo por la gracia de Dios para que nuestra vida alcance su plenitud, y el proyecto de Dios sea plenitud en nuestra vida, está dada por el reconocimiento de nuestra pequeñez, de nuestra condición humilde.

    Cuando Pablo siente que en su carne tiene clavada una espina, cuando se encuentra con su límite, cuando se encuentra con su pobreza, con su pequeñez, escucha una voz que le dice: te basta mi gracia. En tu debilidad Yo me hago fuerte.

    Esto es lo que Dios quiere de nosotros, que reconozcamos nuestra pequeñez, que dejemos de lado la omnipotencia, que dejemos de lado la prepotencia, que nos apartemos de aquel lugar donde nos paramos para defendernos de nosotros mismos, que ponernos la coraza, y empezar a descubrir aquello que mejor tenemos a los ojos de Dios, que es nuestra pobreza.

    Cuando soy débil entonces soy fuerte, dice el Apóstol. Él hace esta experiencia. Es la misma que hace María, y es la que Jesús pide que hagamos nosotros, que reconozcamos que somos pequeños, que sin Dios no podemos, que sin Él nada podríamos hacer. Que todo lo bueno en nosotros depende de la gracia de Dios.

    "Yo soy el que soy, -le decía el Señor a Santa Catalina,- tú eres la que no eres", y entonces Catalina comienza a descubrir que ella puede comenzar a ser ella misma, en Aquél que le decía YO SOY EL QUE SOY. Lo mismo le decía el Señor a Moisés en el desierto: Yo soy.

    Yo soy, dice el Señor, pero también utilizaba otra expresión para hablara de ese "Yo soy el que soy". El Señor pasó ante él proclamando. El Dios compasivo, el clemente, el paciente, el misericordioso y fiel. Tarado en la cólera y rico en gracia. Cuando Dios dice "ser el que es", está diciendo que en Él está la riqueza de todo don y de toda gracia.

    Nosotros, como Catalina de Siena, tenemos que reconocer que "no somos", que sin Él, no podemos.
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