viernes, 9 de marzo de 2012

FELIZ FIN DE SEMANA

ABORRECER EL PECADO...



Aborrecer el pecado

  . El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos especiales gracias que debemos aprovechar.



I. La liturgia de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo. Todo pecado está relacionado íntima y misteriosamente con la Pasión de Jesús. Sólo reconoceremos la maldad del pecado si, con la ayuda de la gracia, sabemos relacionarlo con el misterio de la Redención. Sólo así podremos purificar de verdad el alma y crecer en contrición de nuestras faltas y pecados. La conversión que nos pide el Señor, particularmente en esta Cuaresma, debe partir de un rechazo firme de todo pecado y de toda circunstancia que nos ponga en peligro de ofender a Dios. Y así lo haremos, por la misericordia divina, con la ayuda de la gracia.

II. El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos especiales gracias que debemos aprovechar. Para comprender mejor la malicia del pecado debemos contemplar lo que Jesucristo sufrió por los nuestros. El Señor nos ha llamado a la santidad, a amar con obras, y de la postura que se adopte ante el pecado venial deliberado depende el progreso de nuestra vida interior, pues los pecados veniales, cuando no se lucha por evitarlos o no hay contrición después de cometerlos, producen un gran daño en el alma, volviéndola insensible a las mociones del Espíritu Santo. Debilitan la vida de la gracia, hacen más difícil el ejercicio de las virtudes, y disponen al pecado mortal. En la lucha decidida contra todo pecado demostraremos nuestro amor al Señor. Le pedimos a Nuestra Madre su ayuda.

III. Para afrontar decididamente la lucha contra el pecado venial es preciso reconocerlo como tal, como ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso llamarlo por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide perdón y no justifica sus errores. Fomentemos un sincero arrepentimiento de nuestros pecados y luchemos por quitar toda rutina al acercarnos al sacramento de la Misericordia divina. La Virgen, refugio de los pecadores nos ayudará a tener una conciencia delicada para amar a su Hijo y a todos los hombres, a ser sinceros en la Confesión y a arrepentirnos de nuestras pecados con prontitud.


Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

DAR LA VIDA PARA NO MORIR ....

Dar la vida para no morir
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD


Maximiliano Kolbe dio un paso al frente cuando nombraron a un compañero, padre de familia. Los nombrados en la lista fatal eran ejecutados al día siguiente en el campo de exterminio de Auschwitz. Kolbe llevó al heroísmo su amor desinteresado: murió para que se salvara su compañero de infortunio.

Amar desinteresadamente es difícil. Pocos son los que están dispuestos a entregar la vida por los demás, como lo hizo san Maximiliano Kolbe. Lo dice san Pablo: “Por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir. Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por  todos… Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rm 5,7ss).

Cuenta Karl Jaspers la impresión que le produjo el hallazgo de un escrito medieval que decía: “Vengo pero no sé de dónde. Soy, pero no sé quién. Moriré, pero no sé cuándo. Camino, pero no sé hacia dónde. Me extraño de estar contento”. “No quiero morir, no; no quiero, ni quiero quererlo.  Quiero vivir siempre, siempre; y vivir yo”, decía Miguel de Unamuno. Queremos vivir, por eso tememos la muerte. El miedo a la muerte es natural, ya que vamos a un mundo desconocido y esto siempre nos intranquiliza. El mismo Jesús sintió este miedo y se angustió en Getsemaní.

Cuando los santos hablan de la muerte, lo que desean es encontrarse con Jesús. El mismo Pablo lo expresaba cuando escribía: “Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte. Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Me siento apremiado por dos partes:  por una parte, deseo morir y estar con Cristo, que es mucho mejor; por otra parte, quedarme trabajando es mejor para vosotros” (Flp 1,20ss).

En esta vida de trabajo y de sufrimiento el creyente se siente confortado por la esperanza. La fe le dice que esta vida no es estéril, ya que tiene una razón de ser, como la tiene el mismo sufrimiento. San Pablo encontró una fórmula teológica admirable para expresar esta verdad: “Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1,24). El cristiano tiene el privilegio de ver así.

Sin fe la vida es absurda. “La vida que tiene en su horizonte la espada de la muerte, es absurda. Pero también es absurdo el suicidio. Todo es absurdo. Si hemos de morir, nuestra vida no tiene sentido, porque sus problemas no reciben solución” (J. P. Sartre). Ciertamente, esto es la muerte para quien carece de fe. Sin fe, no es posible la esperanza. Sin fe, sin oración y sin gracia, la vida se hace insoportable.

Sin Dios es difícil respirar y escoger la vida. La libertad deja abiertos ambos caminos. Para caminar por la senda del misterio es preciso hacer propia la confesión del papá de aquel joven epiléptico curado por Jesús: “Creo, pero aumenta mi fe” (Mc 9,24). Pascal, que reflexionó mucho sobre el misterio de Dios, escribió: “Dios nos ha dado señales de sí a los que le buscan, y no a aquellos que no le buscan. Hay suficiente luz para quienes quieren ver, y suficiente oscuridad para quienes no quieren ver”.

CALMA...

Calma

Si usted está apunto de estallar mentalmente, silencie algunos instantes pensar.

Si el motivo es alguna molestia en su cuerpo, la intranquilidad la empeora.

Si la razón es la enfermedad en un ser querido, su descontrol es factor agravante.

Si usted sufrió perjuicios materiales, la actitud de reclamo es como bomba retardada.

Si perdió algún afecto, la queja hará de usted una persona menos simpática entre sus amigos.

Si perdió alguna oportunidad valiosa tiempo atrás,  la inquietud es desperdicio de tiempo.

Si aparecen contrariedades, el acto de irritarse apartará de usted la asistencia espontánea.

Si usted cometió un error, la desesperación es puerta abierta para fallas mayores.

Si usted no alcanzó lo que deseaba, la impaciencia hará más larga la distancia entre usted y el objetivo a alcanzar.

Sea cual fuere la dificultad, conserve la calma; porque en todo problema, la serenidad es el techo del alma pidiendo el servicio como solución.


EL RELOJ CUARESMAL

EL RELOJ CUARESMAL



LA HORA DE LA CONVERSIÓN. Es una llamada a redescubrir  nuestro origen. A poner en hora nuestra vida cristiana. No es tanto un esfuerzo personal cuanto, de nuevo, ir al encuentro de Aquel que nos ama.

.LA HORA DE LA VERDAD. No caminamos hacia la nada. El tiempo de cuaresma nos pone en órbita hacia la Pascua. Nuestro final definitivo no es la gran mentira en la que viven sumidos muchos hombres. Nosotros, porque Cristo nos lo aseguró con su propia existencia, sabemos que hay una gran Verdad: la vida de Jesús y sus promesas.

.LA HORA DE LA CARIDAD. Sin obras, nuestra fe, queda coja. Pero, nuestras obras sin referencia a Dios, pronto se agotan. Pueden derivar incluso en el puro humanismo. La hora de la caridad cuaresmal nos centra en Aquel donde nace el paradigma del amor: Cristo.

.LA HORA DEL SILENCIO. El silencio es un bien escaso. No se encuentra en cualquier lugar ni se compra en cualquier establecimiento. Una campana, una iglesia abierta….pueden ser una llamada a poner en orden lo que tal vez llevamos atrasado: la visita con el Señor. La oración.

.LA HORA DE LA PALABRA. ¿Cómo podemos encontrar el camino si no dejamos que el Señor nos lo indique? El reloj cuaresmal nos hace llegar con prontitud a la escucha de la Palabra. Es un tiempo de audición de lo santo, de captar aquello que es esencial para nuestra fe.

.LA HORA DEL AYUNO. Acostumbrados a mirar al reloj para la hora de la comida, la cuaresma, lo paraliza. Nos hace comprender que, la ansiedad, no es buena consejera para tener hambre de Cristo. Es un buen momento para ayunar de excesos, malos modos, blasfemias, odios, ingratitud, preocupaciones, críticas…..

.LA HORA DE LA PENITENCIA. Nos gusta el llano y antes que una simple carretera preferimos la autopista. La cuaresma nos recuerda que el sacrificio nos mantiene vigorosos, lo mismo que el entrenamiento hace grande  y fuerte a un futbolista. Rectificar es de sabios y moderar ciertos comportamientos nuestros nos pueden encaminar a identificarnos más con Cristo.

.LA HORA DE LA CONFESIÓN. Hasta la mejor prenda necesita, de vez en cuando, ser llevada a una buena lavandería. Nuestras almas, en las que se encuentra impreso el sello de Hijos de Dios, tienen derecho a ser puestas a punto. La hora de la confesión nos facilita un nuevo rostro: la alegría de sentirnos reconciliados con Dios y con nosotros mismos.

.LA HORA DEL HERMANO. El encuentro con Jesús empuja al abrazo con el hermano. No podemos observar el reloj cristiano y, a continuación, olvidarnos de las horas amargas en las que viven los que nos rodean. Poner a punto nuestra vida cristiana nos exige ayudar a aquellas personas que quedaron rezagadas en la felicidad, en el bienestar o en el amor.

.LA HORA DEL CORAZÓN. Las prisas y los agobios, el estrés o el ritmo de vida que llevamos…presionan en exceso la serenidad de nuestro corazón. El reloj cuaresmal procura que, el corazón, vaya despacio, medite, reflexione, ame y se oxigene a la sombra del Corazón de Cristo.

.LA HORA DE LA MISA. Frecuentemente señalamos el reloj y preguntamos ¿y si tomamos un café? El reloj cuaresmal nos interpela ¿y por qué no una eucaristía diaria? Nunca, en tan poco tiempo, se nos ofrece tanto: acogida, perdón, calor, palabra, fuerza, silencio, amor, paz interior y poder saborear lo que sólo Jesús nos puede dar: su Cuerpo y su Sangre.




P. JAVIER LEOZ.
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