martes, 6 de noviembre de 2012

LA PAZ ... CONTIGO

BROTARÁ LA ESPERANZA


        Brotará la esperanza
        Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD


        Durante la Segunda Guerra Mundial, Victor Frank llegó al campo de concentración. La secreta razón por la que él no quería suicidarse era que tenía dos metas específicas: encontrarse con su familia y escribir un libro.

                    “El error de la gente, dice Frank, es preguntarse: ¿Qué puedo esperar de la vida? Cuando el acierto está en preguntarse: ¿Qué está esperando la vida de mí?”.

                    Vivimos de rentas. A veces almacenamos esperanza, pero poco a poco vamos agotándola y no la reponemos en nuestro caminar. Es preciso, pues, soñar; pero es, sobre todo, necesario renovar nuestra esperanza en Dios y seguir trabajando.

                    Isaías fue un profeta soñador. Soñó que todas las naciones se dejarían instruir por Dios y desde ahí podrían caminar por las sendas de la paz y del amor. Soñó que todas las personas se podrían dar la mano, podrían hacer de las lanzas podaderas, que a los niños se les enseñaría a cuidar y defender la paz y no a adiestrarse para la guerra.

                    La historia ha tenido grandes soñadores. También cuentan los pequeños, los que con su vida purifican el aire de odio, rencor, violencia... Estos soñadores esperan un presente y un futuro mejor. Así, hay madres que esperan ver al niño que llevan en las entrañas, jóvenes enamorados que se desean y se buscan, enfermos que anhelan una buena noticia del médico...

        Si hay gente y lugares de esperanza, también hay rostros que de alguna forma proclaman con sus vidas que no es posible la esperanza. Son personas abatidas, destrozadas, sin ganas de respirar ni de vivir. Se han cansado de caminar, de luchar y, por supuesto, de soñar. Hay infinidad de rostros como el del ludópata que se ha arruinado, el del padre de familia que perdió el trabajo, el del hincha que contempla la derrota de su equipo, el del enfermo que no tiene cura, el del drogadicto que, a pesar de las promesas, no logra salir de la adicción. Toda esta gente manifiesta una angustiosa búsqueda de sentido, necesidad de interioridad, deseo de aprender nuevas formas y de encontrar esperanza.

        La esperanza es gozosa, paciente y confiada. Gozosa por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera. La alegría y la paciencia son dos alas que nos permiten volar por encima de todas las dificultades.

        La esperanza cristiana tiene un fundamento último en Dios que no nos puede fallar, porque “es imposible que Dios mienta” (Hb 6,18), porque “Él permanece fiel” (2 Tm 2,13).

        Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor, y debemos hacerlo con una espera activa y colectiva. Debemos esperar como la madre, el enfermo, el preso... como tanta gente que vive de esperanza. Es necesario que brote la esperanza en nuestras vidas. “Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones. Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados” (San Agustín).

                    Y junto a esos deseos hay que pedir, también, al Señor, que fortifique los corazones, que haga fuertes las rodillas de los débiles, que cure las heridas de los enfermos, que devuelva la alegría y la esperanza a los tristes y deprimidos.

                    Si abrimos la puerta a la esperanza, todo recobra luz y color; todo se llena de sentido y la vida brota en pleno invierno. Cada día se nos repite: Brotará un renuevo del tronco de Jesé. Sobre él se posará el Espíritu del Señor. Y Él podrá llenarlo todo de espíritu nuevo, de ideales nuevos, de valores nuevos, de gracia

GRACIAS SEÑOR!!


Gracias Señor

Gracias, Señor, por ese espacio lleno de cielo que sale a nuestro
paso para llenar el corazón con su belleza. Gracias por el pan que
nos das para aplacar el hambre. Por la risa del niño que se vuelve
caricia. Por el mar y la nube. Por el don de sentir a plenitud la
vida.

Gracias por cada hora, aún cuando no todas sean iguales de buenas.
Gracias por el valor de la mariposa que enciende sin conciencia de su milagro, un pabilo de ensueño. Gracias, Señor, por los espejos
maravillosos del mirar de nuestros padres y nuestras mentes. Por la
amistad que prolonga ese sereno privilegio de ser hermanos.

Gracias por la lluvia fuerte, por la llovizna bienhechora, por haber
puesto trinos y alas en las ramas. Gracias por cada gota de rocío y
por el arco y por el árbol que madruga su júbilo en el fruto.

Gracias, Señor, por el ayer que se prendió al recuerdo. Por el hoy
que vivimos y por el mañana que nos espera con sus brazos repletos de misterio. Gracias, a través de mis labios, desde mi alma, en nombre de aquellos que se olvidaron de dártelas, en nombre de los que somos y los que seremos.

Gracias por toda la eternidad

Amen

TE DESEO QUE TENGAS...


Te deseo que tengas...

Alivio en los días difíciles ..Sonrisas cuando haya amenaza de tristeza...Arcoiris después de las nubes...Risas que besen tu boca... Atardeceres que entibien tu corazón... Tiernos abrazos, cuando decaiga tu espíritu....Amistades que alumbren tu vida... Belleza para tus ojos...Confianza cuando te embargue la duda...Fe para que puedas creer...Valor para conocerte de verdad...Paciencia para aceptar la verdad...Amor para llenar tu vida.

EL PENSAMIENTO DEL DÍA


POR QUÉ CREER

Autor: P. Alejandro Ortega LC | Fuente: www.la-oracion.com
Por qué creer
Nuestro corazón no puede conformarse con el limitado horizonte de este mundo. Las expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.
 
Por qué creer

Por qué un Año de la fe

Este 11 de octubre pasado inició el Año de la fe. El motivo histórico de este año especial dedicado a la fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, es el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, que el Papa Juan XXIII inauguró en 1962; y el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

Ahora bien, el Año de la fe no es un evento sólo conmemorativo. Es una invitación a redescubrir el tesoro de la fe y a renovar la fe misma, en un mundo que sufre cada vez más una "desertificación espiritual". Es una invitación a una nueva primavera de la fe.

Las dos dimensiones de la fe

El Papa, en su carta Porta fidei ("La puerta de la fe") con la que convocó este Año de la fe, nos recuerda que la fe tiene dos dimensiones: Una es el contenido de la fe; y otra, el acto de la fe.

El contenido de la fe es, en cierto modo, lo que creemos, y que está sintetizado en el Credo. El acto de la fe, en cambio, es nuestra adhesión personal a ese Credo. Es preciso que cada uno crea de nuevo, con una fe más personal, más viva y más consciente. O, para decirlo con otras palabras del mismo Papa, es preciso pasar de una fe de segunda mano a una fe de primera mano.

Los desafíos para la fe hoy

La celebración de un Año de la fe en los comienzos del tercer milenio cristiano es providencial. Creer se ha vuelto cada vez más difícil. Muchas certezas han caído y muchas confianzas han sido defraudadas. No pocos dicen: "Ya no sé qué creer".

Por otra parte, el mundo de hoy nos ha hecho sentir, como nunca, la necesidad del control y la seguridad; del dominio sobre todas las variables de la existencia. En cierto modo, el hombre del siglo XXI ha aprendido a "cuidarse solo", al margen de Dios.

Creer, en cambio, es un acto en dirección opuesta. Creer supone "perder el control" y aceptar que Alguien más lleva nuestra vida. Creer es abandonarse en manos de una Providencia que desafía nuestras certezas.

Por qué creer

En el fondo, ¿por qué creemos? Creemos, ante todo, porque Dios se nos ha revelado. Él tomó la iniciativa de salirnos al encuentro y dársenos a conocer. Él es el garante de nuestra fe. «Dios -como dice el Concilio Vaticano II- habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum, n. 2).

Creemos porque Dios nos reveló que Él es Dios Creador y que nosotros somos sus creaturas; nos reveló que Él es Amor y nosotros somos sus hijos muy amados; nos reveló que Él es el nuestro Origen y nuestra Meta, y nosotros somos viajeros en tránsito hacia Él. Nuestra fe, por tanto, más que una pregunta por Dios, es una respuesta a Dios.

La fe se vuelve así el acto más "razonable" del hombre. Porque más que buscar a Dios es dejarse encontrar por Él. Lo expresó Pascal con admirable agudeza: «Solo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen».

Nuestro corazón no puede conformarse con el limitado horizonte de este mundo. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también. La fe es, en definitiva, la apertura al Amor que le da pleno sentido, consistencia y comprensión a toda nuestra vida.

Tres consignas prácticas para el Año de la fe

  • Conoce tu fe. Retoma, sobre todo, el Catecismo de la Iglesia Católica. No como un "compendio teórico" de nuestra fe, sino como un encuentro personal con Cristo (cfr. Porta fidei, n. 11). Estudia de nuevo los Documentos del Concilio Vaticano II. Te recomiendo, en particular, la Constitución Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual. Te sorprenderás de la actualidad de sus planteamientos y propuestas.
  • Celebra tu fe. Especialmente a través de una práctica sacramental y de oración más intensa. La fe no es sólo algo "personal". Es también una fe "comunitaria". Por eso se recomienda tanto la participación viva y fervorosa en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia.
  • Comunica tu fe. El Año de la fe constituye un nuevo compromiso apostólico para todos. Es una oportunidad para compartir el tesoro de nuestra fe. No podemos olvidar que la fe se transmite por el oído (fides ex auditu), como decía san Pablo. Por eso, no "compartimentalices" tu fe. No la dejes en la Iglesia. Llévala a todas partes. Que tu palabra y testimonio de vida sean un anuncio vivo y eficaz que toque a muchos corazones (Cfr. Randy Hain, The Catholic Briefcase).

    "Feliz la que ha creído"

    María es el más grande modelo de fe que conocemos. Ella fue "feliz por haber creído", aunque su vida fue un continuo caminar por el "claroscuro" de la fe. Su fe fue puesta a prueba muchas veces. Pero Ella se mantuvo firme, y su fe no la defraudó. Ella nos alcance la gracia de redescubrir y renovar el tesoro de nuestra fe. Y así experimentemos también la felicidad de creer en un Dios que es Amor y que sólo nos pide la apertura suficiente para dejarnos encontrar.

    ______

    La Palabra de Dios debe ser la materia fundamental de nuestros diálogos con Dios en la oración personal. Ojalá que este comentario a la liturgia te sirva para la meditación durante la semana. Agradecemos esta aportación al P. Alejandro Ortega LC




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