viernes, 16 de noviembre de 2012

CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO


CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Recibe, ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones: mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza y todo el Amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a tus divinas operaciones y quiero ser siempre dócil a tus santas inspiraciones.

¡Oh Espíritu Santo!, dígnate formarme con María y en María según el modelo de vuestro amado JESÚS.

Gloria al Padre Creador; Gloria al Hijo Redentor; Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén.

(Rezar un Padrenuestro por las intenciones del Sumo Pontífice)

Consolar a quien me consuela



Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Consolar a quien me consuela
Jesús quiere ser consolado. Precisamente por aquellos que tantas veces hemos recibido su consuelo.

Consolar a quien me consuela

Casi puedo acostumbrarme: tras el pecado, Dios se volcó nuevamente sobre mi alma. Me invitó a la confianza, me alentó al arrepentimiento, me acercó al sacramento de la confesión, me abrazó con su misericordia. ¡Es tanto lo que Dios ha hecho y hace tantas veces por mí!

Sí: puedo acostumbrarme, hasta el punto de ver casi como algo seguro el hecho de que mi Padre volverá mañana a buscarme para limpiar pecados, para encender la esperanza, para resucitar el amor que se apagaba. Pero si tan sólo recordase qué precio fue pagado por mi rescate, si tuviese ante mis ojos los esfuerzos tan grandes que pasó el Hijo para redimirme...

Necesito, por eso, tener un alma abierta, profunda, agradecida. El amor que recibo sólo puede pagarse con amor. Por eso, al que mucho se le perdona mucho ama (cf. Lc 7,47).

Pero no me basta simplemente con la gratitud. Hay momentos en los que siento que también Él necesita algún consuelo. Su grito en el Calvario, escuchado por la Madre Teresa de Calcuta y por miles y miles de católicos de todos los tiempos, llega a mi corazón: "Tengo sed" (cf. Jn 19,28).

Es cierto: mis heridas son mayores que las suyas, pues el pecado pone en peligro el sentido bueno de mi vida, mientras que los clavos del madero no enturbiaron el amor de Cristo hacia su Padre y hacia los hombres. Pero no por ello el Señor deja de anhelar consoladores para su sed de amor, para sus sueños de encender un fuego en el mundo, para que la oveja perdida vuelva pronto al hogar donde será amada.

Jesús quiere ser consolado. Precisamente por aquellos que tantas veces hemos recibido su consuelo. Esa será la mejor manera de decirle, desde lo más íntimo de mi alma, ¡gracias! por tantas ocasiones en las que me ha susurrado, con la voz humilde de un sacerdote, "yo te absuelvo de tus pecados...".


Preguntas o comentarios al autor
P. Fernando Pascual LC

CUANDO DIGO QUE SOY CATÓLICO


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