viernes, 24 de octubre de 2014

HOMILÍA DE SANTA MISA, HOY VIERNES 24 DE OCTUBRE, PAPA FRANCISCO NOS LLAMA A LA UNIDAD


Papa Francisco en Sta. Marta: 
'Estamos llamados a trabajar por la unidad'
En la homilí­a de este viernes, el Santo Padre invita a edificar la la Iglesia con las virtudes de la humildad, la magnanimidad, la dulzura y la mansedumbre

Ciudad del Vaticano, 24 de octubre de 2014 (Zenit.org) Redacción | 30 hits

Todo cristiano está llamado a trabajar por la unidad de la Iglesia. Es la exhortación formulada por el papa Francisco en la misa de esta mañana en la capilla de la Casa Santa Marta. El Pontífice ha subrayado que debemos ser guiados por el Espíritu Santo, que hace la unidad de la Iglesia en la diversidad de las personas. 


"Yo, prisionero, os exhorto a construir la unidad en la Iglesia". El papa Francisco ha desarrollado su homilía a partir de esta exhortación de san Pablo en la Carta a los Filipenses. "Hacer la unidad de la Iglesia --ha observado el Santo Padre-- es el trabajo de la Iglesia y de cada cristiano en la historia". El apóstol Pedro, ha añadido, "cuando habla de la Iglesia, habla de un templo hecho de piedras vivas, que somos nosotros". Al contrario, ha advertido, "de ese otro templo de la soberbia que era la Torre de Babel". El primer templo, ha insistido, "trae la unidad", el otro "es el símbolo de la desunión, del no entendernos, de la diversidad de lenguas":

"Hacer la unidad de la Iglesia, construir la Iglesia, este templo, esta unidad de la Iglesia: esta es la tarea de cada cristiano, de cada uno de nosotros. Cuando se tiene que construir un templo, un edificio, se busca un terreno edificable, preparado para esto. La primera cosa que se hace es buscar la piedra basal, la piedra angular dice la Biblia. Y la piedra angular de la unidad de la Iglesia, o mejor, la piedra angular de la Iglesia es Jesús, y la piedra angular de la unidad de la Iglesia es la oración de Jesús en la Última Cena: '¡Padre, que sean uno!'. ¡Y esta es la fuerza!"

Jesús, ha reiterado, es "la roca sobre la que edificamos la unidad de la Iglesia", "sin esta piedra no se puede. No hay unidad sin Jesucristo como base: es nuestra seguridad". Pero, ¿quién, entonces, --se ha preguntado el Papa-- "construye esta unidad"? Este, ha sido su respuesta, "es el trabajo del Espíritu Santo. Es el único capaz de hacer la unidad de la Iglesia. Y por eso Jesús lo ha enviado: para hacer crecer la Iglesia, para que sea fuerte, para que sea una". Es el Espíritu, ha proseguido, el que hace "la unidad de la Iglesia" en la "diversidad de los pueblos, las culturas, las personas". ¿Cómo, entonces, se "construye este templo"?, se ha preguntado nuevamente Francisco. Si el apóstol Pedro, cuando hablaba de esto, "decía que eramos piedras vivas de esta cosntrucción", san Pablo "nos aconseja que no seamos piedras, sino más bien ladrillos débiles". Los consejos del Apóstol de los gentiles para "construir esta unidad son consejos de debilidad, de acuerdo con el pensamiento humano":

"La humildad, la dulzura, la magnanimidad: son cosas débiles, porque el humilde parece que no sirve para nada; la dulzura, la mansedumbre, parece que no sirven; la magnanimidad, estar abierto a todos, tener un gran corazón... Y luego dice más: 'Soportándoos los unos a los otros en el amor'. Soportándoos los unos a los otros en el amor, ¿dando importantacia a qué? A conservar la unidad. Y nos convertimos en piedras más fuertes de este templo mientras más débiles nos hacemos con estas virtudes de la humildad, la magnanimidad, la dulzura, la mansedumbre".

Este, ha recalcado, es "el mismo camino que ha hecho Jesús", que "se ha hecho débil" hasta la Cruz "¡y se convirtió en fuerte!" Y así debemos hacer nosotros: "El orgullo, la suficiencia, no sirven". Cuando se hace una construcción, ha afirmado, "es necesario que el arquitecto haga el plano. ¿Y cuál es el plano de la unidad de la Iglesia?":

"La esperanza a la que hemos sido llamados: la esperanza de ir al Señor, la esperanza de vivir en una Iglesia viva, hecha de piedras vivas, con la fuerza del Espíritu Santo. Sólo sobre el plano de la esperanza podemos avanzar en la unidad de la Iglesia. Hemos sido llamados a una gran esperanza. ¡Vamos allí! Pero con la fuerza que nos da la oración de Jesús por la unidad; con docilidad al Espíritu Santo, que es capaz de transformar los ladrillos en piedras vivas; y con la esperanza de encontrar al Señor que nos ha llamado, encontrarlo cuando ocurra la plenitud de los tiempos".

(24 de octubre de 2014) © Innovative Media Inc.

EL EVANGELIO DE HOY: VIERNES 24 DE OCTUBRE DEL 2014


Los signos de los tiempos
Tiempo Ordinario
Lucas 12, 54-59. Fiesta san Rafael Guízar y Valencia. ¿Somos capaces de leerlos, de discernir lo esencial de lo accidental? 


Por: P. Luis Gralla | Fuente: Catholic.net


Del santo Evangelio según san Lucas 12, 54-59
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: "Viene bochorno", y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

Oración introductoria
Padre, te pedimos que al escuchar tus palabras, nos des la gracia que nos permite esperar y encaminarnos llenos de confianza a Tu encuentro, como Juez, como nuestro "abogado".

Petición
Jesús, te pedimos que nos des la gracia de ser capaces de leer los signos de los tiempos, de discernir lo esencial de lo accidental y de conocer la solidez de Tu doctrina y ponerla en práctica.

Meditación del Papa Francisco

Una palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que se ha de explicar, porque de otro modo puede generar malentendidos. Jesús dice a los discípulos: “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división”. ¿Qué significa esto?

Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se le decora con nata [betún]. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros.» (S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013)


Reflexión
El Concilio Vaticano II supuso una lectura de los “signos de los tiempos”. Cambiaron muchas cosas: liturgia, costumbres, lenguaje, etc. Eran necesario adaptarse a la realidad del siglo XX. La Iglesia supo discernir los acontecimientos y se adaptó. Suprimió lo innecesario, profundizó en lo esencial y estableció un diálogo más estrecho con las ciencias humanas y las otras realidades religiosas.

Pero había cosas que no podían cambiar: el Papa sigue siendo el Vicario de Cristo en la tierra; en la Eucaristía está verdaderamente presente Cristo Jesús y la caridad sigue siendo el mandamiento nuevo. No hay lugar a dudas. Los tiempos cambian pero las palabras de Cristo y de su Iglesia permanecen y permanecerán eternamente.

¿Somos capaces de leer los signos de los tiempos, de discernir lo esencial de lo accidental? ¿Somos de los cristianos que conocen la solidez de la doctrina del Señor y la ponen en práctica? ¿O estamos cayendo en el error de los que dicen conocer los signos de los tiempos pero luego dan cabida en sus vidas a comportamientos que dicen mucho de una verdadera pertenencia a la Santa Madre Iglesia? De allí la sabia recomendación de Cristo: vivir con justicia, saber dar a Dios lo debido y a los hombres.

Y en el corazón de tal justicia, que está lejos de ser una legalista y fría justicia humana, encontramos el perdón y la misericordia. Si falta el ingrediente del perdón, para obtener la conversión del corazón; si falta la virtud de la misericordia para saber perdonar a quien nos lo pide, no hay verdadera justicia y somos de los que aparentamos una vida incólume, adaptada a los tiempos, pero en realidad no somos más que una fotocopia de cristiano.

Por tanto la justicia de nuestro corazón, la justicia divina, la justicia a modelo de Cristo nos permitirá saber leer los signos de los tiempos, saber discernir lo esencial de lo accidental, saber saborear las palabras de vida eterna del Señor y nos evitará aparentar una vida de justos y cumplidores, de dobles e hipócritas que nos reportaría el peso de una dura paga quizás ya en esta tierra, tal vez en aquella otra de purgación o, Dios nos libre, en donde no hay paga que valga.

Propòsito
Pidamos al que es Justísimo, el don de la verdadera justicia y Él que brilla en justicia y verdad no tardará en donárnosla con amor.

ORAR, SIMPLEMENTE ORAR



Orar, simplemente orar



"Un pobre campesino regresaba del mercado al atardecer. Descubrió de pronto que no llevaba su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta.

El pobre hombre estaba afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus plegarias. Entonces oró de este modo: He cometido una verdadera estupidez, Señor. He salido sin mi libro de rezos. Tengo tan poca memoria que sin él no sé orar. De modo que voy a decir cinco veces el alfabeto muy despacio. Tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar las plegarias que ya no recuerdo.

Y Dios dijo a sus ángeles: De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha salido sin duda alguna, la mejor. Una oración que ha brotado de un corazón sencillo y sincero".

PARAR DE SUFRIR, SUFRIR POR SUFRIR Y SABER SUBRIR. HE AQUÍ LAS DIFERENCIAS



Parar de sufrir, sufrir por sufrir y saber sufrir. He aquí las diferencias
El valor del sacrificio
En estos tiempos de progreso parece de mal gusto hablar del sacrificio como un valor...


Por: Hermano Franciscano | Fuente: www.diocesisdecelaya.org.mx



Por naturaleza, los hombres huimos de todo lo que huele a sacrificio y buscamos lo que es placentero.

Dios no ha creado haciéndonos reyes de la creación, para que dispongamos de todas las cosas para nuestro bien. Por lo tanto, parece de mal gusto hablar del sacrificio como un valor.

Sobre todo en estos tiempos de progreso, que nos presentan constantemente novedades para nuestros gustos y beneficios, este "valor" ya pasó de moda.

En realidad hoy son muchos los que razonan así, y con facilidad se burlan de quien se atreve a hablar de sacrificio.

Sabemos que, bajo el aspecto bíblico, el sacrificio no es un castigo, sino un medio de redención. Este tema lo encontramos desarrollado en Isaías: "El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados" (Is 53, 5), y en todo el Nuevo Testamento.

En la Carta de los Hebreos leemos: "Cristo se ofreció a Dios como víctima sin mancha, y su sangre nos purifica interiormente de nuestras malas obras".

Nos hace falta reportar muchos textos para convencernos del tema del sacrificio como acto redentor. La dificultad que se encuentra hoy tiene una doble faceta de parte de los creyentes: este sacrificio ya se dio una vez para siempre (Heb 7, 27); de parte de los que no aceptan las Escrituras: ¿Por qué este mal gusto de pagar con el sacrificio?

Acerca de la primera dificultad, es fácil comprender que la vida del cristiano consiste en tomar la cruz de cada día e ir en pos del Señor (Mt 16, 24-25; MC 8, 34; Lc 9, 23).

También San Pablo nos presenta su testimonio, haciéndonos entender que nosotros somos la prolongación de Cristo en el tiempo: "Al presente, me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes; así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para el bien de su Cuerpo que es la Iglesia". (Col 1, 24).

Referente a la objeción de los que no conocen o no creen en La Biblia, conviene observar que para triunfar hay que luchar y sufrir. Quitar al hombre esa lucha de superación, ese sufrimiento que supone forjarse un carácter mediante el estudio, el trabajo y el ejercicio de la voluntad, es echarlo a perder.

Realmente, el hombre de hoy, que se deja llevar por una vida fácil, placentera y ausente de cualquier sacrificio, se ha debilitado mucho. Las consecuencias las vemos diariamente en la corrupción que hay casi en todas las esferas y en la violencia en constante aumento que está haciendo la vida imposible.

No queremos el sacrificio por el sacrificio, porque no estamos enfermos de masoquismo. Aceptamos el sacrificio como una medicina amarga, pero efectiva para curar nuestras tendencias hacia una vida egoísta.

La teoría de aquellos que aceptan doctrinas y técnicas orientales para hacer desaparecer el dolor no va de acuerdo con el Evangelio. Primero, porque no siempre se puede eliminar.

Por cuanto uno procure enajenarse, no quita el hecho de tener un cáncer incurable, un hijo secuestrado y quizás ejecutado.

Más que enajenarse, hay que santificar el dolor ofreciéndolo como sacrificio de purificación para alcanzar el perdón y la felicidad eterna. El que actúa así, sufre, sí, pero en paz.

En segundo lugar, luchar para eliminar el dolor equivale a enseñar a evitar todo o que hace sufrir, perdiendo de vista que el hombre no se realiza cuando no sufre, sino cuando ama.

Quien ama de verdad es capaz de afrontar cualquier sacrificio con tal de ayudar a la persona amada.

Al contrario, quien no sabe sufrir no es capaz de amar de verdad, y por eso no se realiza.
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