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domingo, 6 de noviembre de 2016

10 COSAS QUE DEBES SABER SOBRE LA PUERTA SANTA


10 cosas que debes saber sobre la Puerta Santa
La Puerta Santa permite que una persona, en el marco del Año Santo, gane una indulgencia plenaria si cumple con los requisitos mínimos


Por: María Ximena Rondón | Fuente: ACI Prensa 




Han pasado casi once meses desde que el Papa Francisco dio inicio al Jubileo de la Misericordia abriendo la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, tras lo cual se abrieron otras en todo el mundo. A pocos días de culminar dicho Jubileo, no nos olvidemos de aprovechar este medio especial de encuentro con el Señor.

La Puerta Santa permite que una persona, en el marco del Año Santo, gane una indulgencia plenaria si cumple con los requisitos mínimos.

Pero incluso ahora algunos se preguntan ¿Qué es una Puerta Santa? Para responder a la pregunta ACI Prensa entrevistó al P. Donato Jiménez, sacerdote agustino recoleto y también profesor emérito de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima.

1.- ¿Qué es una Puerta Santa?

El P. Jiménez indicó que la puerta es un “símbolo humano” y ha estado presente desde siempre en todas las culturas. “El hombre tiene unas actitudes respecto a la puerta”: entrar y salir.



Por ejemplo: “todos le decimos a un amigo ‘Oye mi casa está abierta, cuando quieras llama a la puerta’ y a un enemigo le dices ‘no te quiero ver más por esta puerta’”.

En el caso de una Puerta Santa también se entra y se sale pero hay un elemento importante: se derraman unas bendiciones y gracias especiales cuando la cruzamos.

En un Jubileo, la Puerta Santa sirve para “indicar a los fieles que pasar por la puerta de la iglesia significa una actitud de acogida, de agradecimiento, de pedir perdón, de pedir nuevas gracias o saber con seguridad que vamos a recibir una bendición y eso es lo que significa”, explicó.

2.- ¿Qué significa pasar por la Puerta Santa?

Cada vez que cruzamos una Puerta Santa ganamos una gracia especial y esa es la indulgencia plenaria.

El sacerdote indicó que cruzarla supone una “renovación” y una “actitud de conversión y de arrepentimiento”. “La Puerta Santa significa todas esas cosas buenas y renovadas que tiene que poner el cristiano para cambiar de vida”, añade.

El presbítero señaló que cuando Cristo se refiere a sí mismo como la “puerta” significa que la persona encontrará en Él “la salvación, la seguridad, la acogida y el calor. Todas las condiciones para que esté seguro el redil dentro de la puerta y el que entre por ella está en libertad. Puede entrar y salir”.

3.- ¿Por qué la Puerta Santa solo se abre en un Jubileo?

El sacerdote indicó que en el Nuevo Testamento hay una palabra llamada “kairos” que hace referencia al tiempo más propicio en el que Dios concede todos sus bienes.

“Sabemos que Dios está listo para concedernos sus bienes en cualquier momento, pero hay un tiempo en especial donde Dios está más dispuesto a darnos lo que le pidamos. Este tiempo es el año del perdón, el Año de la Misericordia. El año de la circunstancia más ventajosa que puedes encontrar.”, explicó.

4.- ¿La Puerta Santa es un llamado para que la gente se acerque a Dios?

El P. Jiménez indicó que entrar por la Puerta Santa es entrar en la “acogida de Dios”, sobretodo en el “Dios de la misericordia”.

“Hay muchos cristianos fríos o que están alejados de la Iglesia. Con este Año Santo se les hace el llamado para que reflexionen: ‘Bueno soy un cristiano y tengo una relación con mi Padre Dios. Es cierto que tengo muchos pecados pero Dios es un Dios de perdón’”.

Así, prosiguió el sacerdote, cuando la persona se arrepiente se confiesa, cumple los requisitos previos y cruza la Puerta Santa obtiene la indulgencia plenaria, la manifestación de la “misericordia de Dios”.

“Entonces es el momento de aprovechar, Dios me hace llamadas por todas partes para que no nos alejemos del a Iglesia”, precisó.

5.- ¿Qué le pasa a una persona cuando cruza una Puerta Santa?

En primer lugar, el sacerdote dijo que cruzar una Puerta Santa “no es nada mágico”. Lo que la persona va a sentir “es aquello para lo que se ha preparado”.

“Es decir no es que la gente vaya a pasar la puerta y luego ya está se sale con una señal de la cruz, se santigua y ha cumplido. No. El que cruza la Puerta Santa tiene que hacerlo con espíritu de conversión y con un espíritu de renovación. Debe entrar confiado a Dios que es misericordioso”.

6.- ¿Por qué es importante la indulgencia plenaria?

“La indulgencia plenaria es una amnistía, es decir que Dios perdona todo: perdona todos los pecados, sean los que fueren y cuando sean”.

El P. Donato explicó que cuando uno se confiesa, se perdona el pecado pero permanece la culpa y las consecuencias.

Por ejemplo “yo robo un dinero que no es mío y lo gasto. Me arrepiento, voy a confesarme pero aún permanece la culpa de que yo ya no podré devolver el dinero”. La indulgencia plenaria borra esta culpa y las consecuencias, además de los pecados. El alma queda totalmente libre, como si la persona estuviera recién bautizada y si muere ya no tendrá que pasar por el purgatorio.

7.- ¿Qué condiciones se deben cumplir para cruzar la Puerta Santa y obtener la indulgencia?

El P. Donato dijo que antes de cruzar la Puerta Santa, y obtener la indulgencia, la persona debe confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa.

8.- ¿Cualquier persona puede abrir una puerta Santa?

No. El P. Donato Jiménez recalcó que la Puerta Santa sólo puede ser abierta por el Papa y por los obispos en los lugares que ellos designen.

9.- ¿Por qué no se abren las puertas de todos los templos?

Según el sacerdote, se eligen ciertos templos “sencillamente para llamar un poco más la atención”. Asimismo, indicó que una Puerta Santa no es algo “simple u ordinario” sino que es “extraordinario”.

Además, el P. Donato, comentó que las iglesias señaladas presentan una ocasión propicia para que la personas haga “una peregrinación”. Explicó que esta puede ser simplemente “salir de mi barrio e ir a esa iglesia que está a dos horas de mi casa”.

“Todo ese peregrinaje forma parte de la actitud de conversión y de deseo de recibir la gracia del creyente”, dijo.

10.- ¿Cómo se cruza una Puerta Santa?

Físicamente, se puede cruzar la Puerta Santa como “uno puede y según su devoción”. El P. Donato expresó que una persona puede pasar de rodillas, con la cabeza baja o “con una actitud que refleje que está pensando en ella”.

A nivel espiritual, la persona la cruza según su devoción y haciendo las oraciones que crea pertinentes. Añadió que hay otras personas que van con la intención de atravesar la Puerta Santa pero que no sienten nada, que no tienen la devoción o que no saben manifestarla. Sin embargo, ellos también “reciben la gracia de la indulgencia plenaria y del Jubileo siempre que cumplan con las condiciones anteriores”.

Si ya entendiste qué es una Puerta Santa ¿Qué estás esperando para cruzarla? Averigua cuántas hay en tu diócesis y comienza tu peregrinación espiritual.

Artículo originalmente publicado en ACI Prensa

jueves, 22 de septiembre de 2016

DÓNDE ENCONTRAMOS LA MISERICORDIA DE DIOS?


¿Dónde encontrarnos la misericordia de Dios?
Cinco medios para experimentar a este Dios rico en misericordia.


Por: P. Eugenio Lira Rugarcía | Fuente: Libro: ¡Venga a mí! La Divina Misericordia 




El padre Eugenio Lira Rugarcía en su libro ¡Venga a mí! La Divina Misericordia nos recuerda cinco medios para experimentar a este Dios rico en misericordia.

 

1- MEDITACIÓN ORANTE DE LA PALABRA DE DIOS

“Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo” .  De ahí que el Magisterio de la Iglesia nos recomiende la lectura asidua de la Palabra de Dios , ya que en ella Dios conversa con nosotros  Por eso el Salmista proclama: Antorcha para mis pies es tu Palabra, luz en mi sendero (Sal 119,105).

Si, por nuestro bien debemos conocerla, meditarla, vivirla y anunciarla, a la luz de la Tradición de la Iglesia y del Magisterio : “Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó sobre roca (Mt 7, 24). Consciente de esto, aún en medio de su locura, don Quijote afirmaba de las letras divinas: “tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste ninguno otro se le puede igualar” .

Sin embargo, hay quienes no le dan importancia; y mezclando la fe con supersticiones, dejan que cualquier libro o película les confunda y les arrebate esa preciosa semilla. Otros se entusiasman de momento, pero al no ser constantes están débiles, y cuando les llega un problema, lo dejan todo. En cambio, quienes reciben la Palabra de Dios, y confiando en su eficacia la meditan con la guía de la Iglesia y la alimentan con los Sacramentos y la oración, dan tal fruto, que son capaces de resistir la adversidad, sabiendo que los sufrimientos de esta vida no se comparan con la felicidad que nos espera.


2- CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA

En la Liturgia está presente Cristo , quien uniéndonos por el Bautismo a su Cuerpo, que es la Iglesia, nos permite ofrecerlo y ofrecernos juntamente con Él, para participar, con la fuerza del Espíritu Santo, en su alabanza y adoración al Padre, fortaleciéndonos en la unidad, y llenándonos del poder transformador de Dios para ser signo e instrumento de salvación para toda la humanidad, participando también de lo que será la Liturgia celestial. De entre los miembros de este Cuerpo, el Señor llama a algunos para que, a través del sacramento del Orden sacerdotal representen a Cristo como Cabeza del Cuerpo, anunciando la Palabra de Dios, guiando a la comunidad, y presidiendo la liturgia, especialmente los sacramentos, entre los que destaca la Eucaristía, donde Él se nos entrega para comunicarnos todo el poder salvífico de su pasión, muerte y resurrección, por el que nos une a la Santísima Trinidad y a toda la Iglesia; con la Virgen María y los santos, con el Papa, con el propio Obispo, con todo el clero y con el pueblo de Dios entero, dándonos la esperanza de alcanzar la vida eterna y resucitar con Él el último día, fortaleciéndonos así para vivir el amor y ser constructores de unidad en nuestra familia y en nuestros ambientes, siendo solidarios particularmente con que más nos necesitan.


3- LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE MISERICORDIA

Esto es mi cuerpo.. esta es mi sangre (Mt 26, 26-28). El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6, 54). Por eso, el propio Jesús exhortaba a santa Faustina: No dejes la Santa Comunión, a no ser que sepas bien de haber caído gravemente... Debes saber que Me entristeces mucho, cuando no Me recibes en la Santa Comunión . Mi gran deleite es unirme con las almas. Has de saber, hija Mía, que cuando llego a un corazón humano en la Santa Comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas al alma

En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, en Abitina,  cristianos fueron arrestados un domingo mientras celebraban la Eucaristía. Cuando el procónsul les preguntó por qué habían desobedecido la prohibición del emperador, sabiendo que el castigo sería la muerte, uno de ellos respondió: “sin la Eucaristía dominical no podemos vivir”. 70A los cristianos de hoy, el Papa Benedicto XVI nos ha dicho: “Participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad... es una alegría”. En ella podemos encontrar “la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana”

Procuremos comulgar con frecuencia, participando siempre en la Misa Dominical. Dediquemos también algunos momentos a visitar al Santísimo Sacramento . “Es hermoso estar con Él –decía Juan Pablo II- y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón”.  Y si tenemos conciencia de estar en pecado grave, recordemos que antes de Comulgar debemos primero recibir el sacramento de la Reconciliación .

 
4- LA CONFESIÓN: EXPERIENCIA DE MISERICORDIA

No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno sólo (Mt 18, 14). El pecado nos degrada, nos aleja de Dios y de los hermanos, y nos arrebata la vida. Pero Dios, que nos sigue amando, nos busca y nos ofrece en el Sacramento de la Penitencia el perdón que nos reconcilia con Él y con la Iglesia . “Como se deduce de la parábola del hijo pródigo, la reconciliación es un don de Dios, una iniciativa suya” . Y “todo lo que el Hijo de Dios obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no lo conocemos solamente por la historia de sus acciones pasadas, sino que lo sentimos también en la eficacia de lo que él realiza en el presente” .

Esto, gracias a que la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 22-23) . Por eso, San Pablo afirma: “Dios nos ha confiado el misterio de la reconciliación... y la palabra de reconciliación” (2 Cor 5, 18 s.). En el Sacramento de la Penitencia, el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, a través de sus sacerdotes que son presencia y prolongación de Jesús Buen Pastor, corre hacia nosotros para abrazarnos y colmarnos de su amor, y la Iglesia se alegra por la vuelta de aquél hermano que estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado (Lc 15, 32).

Jesús es el cordero de Dios que, con su sacrificio, quita el pecado del Mundo (Cfr. Jn 1, 29. Por eso, Él, que ha venido no para condenar, sino para perdonar y salvar (Cfr. Jn 3, 16), nos invita a acercarnos con confianza a la confesión, donde por su voluntad, el Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa “in persona Christi”. Así se lo comentó a Santa Faustina: El sacerdote, cuando Me sustituye, no es él quien obra, sino Yo a través de él ;79 Como tú te comportarás con el confesor, así Yo Me comportaré contigo .

5- LA ORACIÓN

Una persona subió con entusiasmo a un pequeño barco, con el deseo de aventurarse en el mar. Al zarpar, con emoción sintió la brisa y admiró la inmensidad y la belleza del océano. Pero después, a causa del movimiento, experimentó un terrible mareo. Entonces, el capitán le dijo: “si no quiere sentirse mal, mire hacia arriba”. ¡Qué buen consejo para quienes surcamos el gran mar de la vida!: miremos hacia arriba, para no marearnos, ni con los bienes del mundo, ni con las crisis y problemas. Y mirar hacia arriba es hacer oración, escuchando a Jesús que nos dice: Permaneced en mí, como yo en vosotros (Jn 15,4).

“Para mí, -escribe Santa Teresa del Niño Jesús- la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto en la prueba como en la alegría” .  Necesitamos orar para pedir ayuda, dar gracias, alabar, adorar, contemplar, y escuchar a Dios, abriéndole el corazón a Él y al prójimo . ¡En la oración, es Dios quien nos busca para saciar nuestra sed de una vida plena y eternamente feliz! .  De ahí que Santa Teresa de Ávila diga: “Si alguien no ha empezado a hacer oración...yo le ruego por amor de Dios, que no deje de hacer esto que le va a traer tantos bienes espirituales. En hacerla no hay ningún mal que temer y si mucho bien que esperar” .

Habla con tu Dios que es el Amor y la Misericordia Misma , exhortó el Señor a Santa Faustina. Pero ¿cómo orar?; con humildad , confianza y perseverancia . Pidan y se les dará, ha prometido Jesús. Sin embargo, quizá alguno diga: “Muchas veces he pedido y no he recibido. Orar no sirve para nada”. Pero seguramente lo que le sucede es aquello que Santa Teresa describe así: “Algunos quisieran tener aquí en la tierra todo lo que desean y luego en el cielo que no les faltase nada. Eso me parece andar a paso de gallina, escarbando entre el basurero” .  ¡No perdamos el tiempo, ni entorpezcamos nuestro camino!; creer en Dios es fiarse de Él, sabiendo que nos da lo que más nos conviene, no para una alegría pasajera, sino para nuestra felicidad plena y eterna.

lunes, 9 de mayo de 2016

DAR TESTIMONIO DE LA MISERICORDIA DE DIOS


Dar testimonio de la misericordia de Dios
Es importante y necesario dar testimonio de la misericordia de Dios para vivir como verdaderos discípulos de Jesucristo.


Por: P. Johan Pacheco




(RV).- “Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” (Jn 20, 21), dijo Jesucristo a sus discípulos enviándolos a ser anunciadores de su Divina Misericordia, capacitando así bajo la acción del Espíritu Santo la obra misionera de los apóstoles.

En la actualidad también se perciben puertas cerradas, como en aquella ocasión estaban los discípulos por miedo. Es un llamado para el bautizado, anunciar la Divina Misericordia siendo testigos de la paz que Cristo dona con la resurrección y viviendo la pascua con el deseo firme de la reconciliación.

En la bula Misericordiae Vultus el Papa Francisco recuerda las palabras de San Juan Pablo II que motiva “la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo: Ella está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso. El misterio de Cristo... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo” (n. 11).

Hoy sigue siendo necesario implorar la misericordia de Dios, y dar testimonio de ella. Luego del encuentro de los discípulos con Jesús (Jn 20, 19-31), ellos empezaron a tener vida en Él, anunciando su palabra e imitando sus obras; ser testigos de la misericordia de Dios significa vivir como verdaderos discípulos y misioneros de Jesucristo.    

viernes, 1 de abril de 2016

JESUCRISTO, MUESTRA DE LA MISERICORDIA DEL PADRE


Jesucristo, muestra de la misericordia del Padre
No te preguntes ya, oh hombre, por qué tienes que sufrir tú; pregúntate más bien por qué sufrió él.
Por: De los sermones de San Bernardo 



Dios, nuestro Salvador; hizo aparecer su misericordia y su amor por los hombres. Demos gracias a Dios, pues por él abunda nuestro consuelo en esta nuestra peregrinación, en éste nuestro destierro, en ésta vida tan llena aún de miserias.

Antes de que apareciera la humanidad de nuestro Salvador, la misericordia de Dios estaba oculta; existía ya, sin duda, desde el principio, pues la misericordia del Señor es eterna, pero al hombre le era imposible conocer su magnitud. Ya había sido prometida, pero el mundo aún no la había experimentado y por eso eran muchos los que no creían en ella. Dios había hablado, ciertamente, de muchas maneras por ministerio de los profetas. Y había dicho: Sé muy bien lo que pienso hacer con ustedes: designios de paz y no de aflicción. Pero, con todo, ¿qué podía responder el hombre, que únicamente experimentaba la aflicción y no la paz? "¿Hasta cuándo - pensaba- irán anunciando: «Paz, paz», cuando no hay paz?" Por ello los mismos mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién ha dado fe a nuestra predicación? Pero ahora, en cambio, los hombres pueden creer, por lo menos, lo que ya contemplan sus ojos; ahora los testimonios de Dios se han hecho sobremanera dignos de fe, pues, para que este testimonio fuera visible, incluso a los que tienen la vista enferma, el Señor le ha puesto su tienda al sol.

Ahora, por tanto, nuestra paz no es prometida, sino enviada; no es retrasada, sino concedida; no es profetizada, sino realizada: el Padre ha enviado a la tierra algo así como un saco lleno de misericordia; un saco, diría, que se romperá en la pasión, para que se derrame aquel precio de nuestro rescate, que él contiene; un saco que, si bien es pequeño, está totalmente lleno. En efecto, un niño se nos ha dado, pero en este niño habita toda la plenitud de la divinidad. Esta plenitud de la divinidad se nos dio después que hubo llegado la plenitud de los tiempos. Vino en la carne para mostrarse a los que eran de carne y, de este modo, bajo los velos de la humanidad, fue conocida la misericordia divina; pues, cuando fue conocida la humanidad de Dios, ya no pudo quedar oculta su misericordia. ¿En qué podía manifestar mejor el Señor su amor a los hombres sino asumiendo nuestra propia carne? Pues fue precisamente nuestra carne la que asumió, y no aquella carne de Adán que antes de la culpa era inocente.

¿Qué cosa manifiesta tanto la misericordia de Dios como el hecho de haber asumido nuestra miseria? ¿Qué amor puede ser más grande que el del Verbo de Dios, que por nosotros se ha hecho como la hierba débil del campo? Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Que comprenda, pues, el hombre hasta qué punto Dios cuida de él; que reflexione sobre lo que Dios piensa y siente de él.

No te preguntes ya, oh hombre, por qué tienes que sufrir tú; pregúntate más bien por qué sufrió él. De lo que quiso sufrir por ti puedes concluir lo mucho que te estima; a través de su humanidad se te manifiesta el gran amor que tiene para contigo. Cuanto menor se hizo en su humanidad, tanto mayor se mostró en el amor que te tiene, cuanto más se abajó por nosotros, tanto más digno es de nuestro amor. Dios, nuestro Salvador -dice el Apóstol-, hizo aparecer su misericordia y su amor por los hombres. ¡Qué grande y qué manifiesta es esta misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una grande prueba de su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al título de hombre.

jueves, 31 de marzo de 2016

DIEZ EJEMPLOS DE LA MISERICORDIA DE DIOS


10 ejemplos de la Misericordia de Dios


Con el ánimo de aprovechar este año de gracia que nuestra madre Iglesia nos ofrece, hemos traído para ti 10 ejemplos de la misericordia de Dios en nuestro diario vivir. Si mencionamos todas las veces donde la ternura y la acción de Dios está presente, la lista sería demasiado larga y la longitud variaría de acuerdo a la experiencia de cada uno. Sin embargo, esperamos que te sientas identificado con alguna de ellas. ¡Comparte con tus amigos!


1. Cuando nos sentimos abatidos por la tristeza
La tristeza puede llegar en cualquier momento de la vida. Las formas en las que se reacciona frente a ella varían de acuerdo a la edad y la situación en la que nos encontremos. Seguramente nadie se salvará de sentirse triste en algún punto de su vida, pero lo que sí es seguro es que Dios no es indiferente a nuestro dolor. Él, al igual que un padre o una madre, se preocupa por sus hijos y se manifiesta a través de otras personas para hacernos sentir mejor. El dolor en ocasiones nos convierte en ciegos renegadores de Dios y no nos permite ver que hay muchas situaciones de nuestra vida que están llenas de la misericordia y el consuelo de Dios. En ocasiones nos sentimos agotados y tendemos a perder la esperanza, creemos que los problemas no tienen solución o que simplemente nada será suficiente para que volvamos a recobrar la felicidad. En esos momentos es importante tener en cuenta que Dios no nos da la espalda, no nos abandona, no flaquea como lo hacemos nosotros, Él es firme en sus promesas. «Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados» (Mateo 5, 4).


2. Cuando cometemos un pecado
Imaginemos que somos un vaso con agua pura. A medida que pecamos el agua se turbia y se vuelve negra, ya no somos nosotros, es el pecado quien habita en nuestro corazón. La misericordia de Dios nos brinda la oportunidad de volver a ser esa agua pura y transparente, todos los días y casi a cualquier hora. La confesión es el sacramento divino que Dios nos ha otorgado para redimir nuestros pecados, para descargar todo el peso que llevamos a cuestas, es la oportunidad perfecta para volver a empezar. Acudir a este sacramento no es signo de debilidad, como muchos suelen pensar, al contrario, nos hace más fuertes pues tenemos el valor de reconocernos débiles y pecadores, con sed y hambre de Dios. A nadie le gusta hacer una lista de debilidades y errores, para nadie es fácil tener que decirlos en voz alta, pero es el medio más efectivo para estar en verdadera paz con Dios y con nosotros mismos. Es casi como darnos un buen duchazo: entramos al confesionario sucios hasta la coronilla y salimos de él limpios y relucientes. Enfrentar nuestros pecados no es fácil, pero es la única manera de aceptar la ayuda de Dios. En medio de nuestra miseria es cuando más se manifiesta la misericordia de Dios por el arrepentimiento y la necesidad de volver a la casa del Padre.


3. Cuando Dios nos da la oportunidad de recuperarnos de alguna enfermedad
Podemos ser nosotros mismos quienes en este preciso momento padezcamos alguna grave enfermedad, pueden ser nuestros familiares o amigos. Es un tema muy difícil y doloroso. Frente a él es importante recordar que Dios en su insondable misericordia nos da dos oportunidades. La primera es la de ser testimonio de fe y valentía enfrentando nuestra enfermedad como medio de purificación y no haciendo de ella una carga sino un ejemplo de vida. Muchos santos ofrecían sus dolores a Dios e intentaban hacer de su vida un verdadero testimonio de entrega y amor. La otra oportunidad es la cura. La cura por la cual rezamos todos, cuando milagrosamente Dios posa su misericordia en nosotros y nos susurra al odio «levántate y anda» (Juan 11, 1 – 43). La enfermedad puede acompañarnos desde el nacimiento, puede aparecer en plena juventud o visitarnos cuando ya no nos quedan tantas fuerzas, en cualquier etapa de vida la misericordia de Dios se puede manifestar: el milagro puede ocurrir en un recién nacido, en un niño con leucemia, en un joven o en un anciano. A nadie se le da un manual para enfrentar la enfermedad, pero a todos se nos da la oportunidad de acudir a la misericordia de Dios. Aceptarla es otro reto. Algunos pensarán "pero, ¿quién no quiere la misericordia de Dios?”. Como seres humanos nos cuesta aceptar nuestra fragilidad y la necesidad de ser ayudados, podemos llegar a un estado de negación y tomar la actitud errada de sentir que Dios juega con nuestros sentimientos en circunstancias como estas que prueban realmente nuestra fe. La enfermedad puede ser ese empujón que necesitábamos para llegar a ser más fuertes y darnos cuenta de lo que somos capaces de lograr.


4. Cuando nos rompen el corazón
Una y mil veces podrán rompernos el corazón y no me refiero solo a lo que ocurre en un noviazgo, puede ser un hijo, un padre, un hermano o un amigo el que nos rompa el corazón. Cada vez que siento estar «destrozada» pienso cuán destrozado ha de estar el Corazón de nuestro Dios, que lo dio todo por nosotros y aun así cada vez que pecamos lo volvemos a clavar en la Cruz. Es un muy pero muy buen ejercicio: sentiremos que nuestro corazón roto no es nada comparado con el de nuestro Señor. Pero ¿adivinen qué? Él nos ama tanto que incluso ante nuestras pataletas de corazones rotos siente compasión, nos consuela en silencio, nos brinda calma y nos pone en el camino de otras personas que pueden remendarnos el corazón. Lo que nos hace falta es estar en contacto con nuestros vecinos, con los más necesitados, para darnos cuenta de cuál puede llegar a ser un verdadero sufrimiento. Es verdad que nuestro dolor es real y no podemos minimizar su dramatismo en nuestra vida, pero cuando nos sentimos lastimados tendemos a tomarnos todo muy personal: las miradas de las personas, los comentarios o las actitudes, y esperamos que todos sientan compasión de nuestro dolor, que todos estén de nuestro lado. Dios claramente estará junto a nosotros durante el dolor que experimentamos pero gracias a su misericordia podemos descubrir que no somos los únicos. El error que cometemos consiste en pensar que la misericordia de Dios solo se puede manifestar mágicamente con resultados positivos.  La verdad es que ante un corazón roto Dios podrá poner junto a nosotros uno de verdad, un corazón que en realidad esté roto por el dolor y el sufrimiento, y es allí donde entenderemos que hemos sido afortunados y que además estamos en capacidad de ayudar a otros cuyo dolor no alcanzamos a imaginar.


5. Cuando logramos perdonar
¡Cuán difícil es, cuánto cuesta perdonar lo "imperdonable”! A mí me falta mucho, pero mucho, para perdonar del todo y puede que a ti también. Es normal, somos seres humanos y algunas cosas nos cuestan demasiado, pero he llegado a entender que el verdadero perdón solo proviene de Dios, de su misericordia. Por nuestras propias fuerzas somos incapaces de perdonar algunas faltas: abandono, infidelidad, asesinato, violación, aborto, etc. Cuando se sientan incapaces de perdonar a alguien (como me pasa a mí), déjenselo a Dios, pídanle: Señor, Tú bien sabes cuánto dolor me causó esta persona, sabes también que soy incapaz de perdonar aunque lo intente, por eso recurro a Ti, llena Señor mi corazón de tu misericordia porque no puedo hacerlo yo solo. Ya verás como con el tiempo sientes que el rencor se aleja y el perdón se acerca más. El caso de cada uno es distinto, pero cuando una persona no ha perdonado se puede identificar con los siguientes síntomas: rabia, resentimiento, deseos de venganza, pensamientos negativos hacia las otras personas, depresión, incomprensión, ansiedad e incluso odio. Si vino a tu mente una persona al leer alguno de estos síntomas es porque todavía no la has perdonado. Cuando no se ha estado en los zapatos del otro es muy difícil entender las barreras que le impiden a esa persona llegar al perdón. Por eso, cuando hables con alguien a quien le cueste mucho perdonar no te conviertas en un sabelotodo, no critiques, no juzgues, pues solo Dios sabe plenamente qué pasos debe seguir esa persona para llegar al perdón, si es que en realidad lo quiere.


6. Cuando nos experimentamos amados de nuevo
La soledad se aloja en millones de corazones y a veces no somos capaces de darnos cuenta de que las personas más cercanas a nuestras vidas necesitan amor. Dios es el único que se percata de cada sentimiento que hay en nuestro interior y así mismo se encarga de poner en nuestro camino a las personas indicadas que puedan hacernos sentir amados de nuevo, pero todo a su tiempo. Tenemos a un Dios que todo lo puede, que todo lo ve y que también escucha nuestras plegarias, lo que tenemos que entender es que así como su misericordia es infinita también lo es su paciencia. Porque… ¡Vaya que hay algunos (me incluyo) que somos acelerados e impacientes! Todos queremos sentirnos amados, absolutamente todos, pero muchas veces nos olvidamos de que ya lo somos. ¿Qué pasaría si cada ser humano sobre la faz de la tierra se sintiera verdaderamente amado por Dios? No olvidemos a qué fuimos llamados y que nuestra existencia es valiosa.  Lo bello de todo esto es que por misericordia de Dios cada día puede ser una aventura, cada día puede convertirse en el día en que creímos que nada iba suceder pero todo sucedió. Por misericordia de Dios encontramos el amor una y otra vez y por su misericordia también imploramos ser amados en el silencio de nuestro interior.


7. Cuando logramos alcanzar una meta
Todas nuestras metas cumplidas solo se alcanzan por la misericordia de Dios, que nos da las fuerzas para luchar, para perseverar, para sacrificarnos, para caernos y volvernos a levantar. Recordemos que somos hijos de Dios, no somos cualquier cosa lanzada al azar a este mundo. No nos olvidemos de Dios cuando estemos en la cima, pues es Él el único que hecho posibles las cosas. Cuando la emoción por un logro nos invade pocas veces nuestro primer pensamiento es  para Dios. Si dejáramos que sea Él quien dirija nuestra vida todo sería distinto. No nos acostumbremos a estar en nuestra zona de confort en la que todo se da, todo viene y todo va, pero a nuestro modo y no al de Dios. No nos olvidemos de hacer nuestros planes con Dios, contarle nuestros sueños y susurrarle nuestros deseos. Él escucha pero no actúa según nuestros planes o nuestro reloj, actúa según su voluntad y su tiempo, pues el tiempo de Dios es perfecto al igual que la dosis de misericordia que recibimos para poder alcanzar nuestras metas.


8. Cuando ocurre lo imposible
Nuestras plegarias han sido escuchadas, ese ser querido que había partido hace ya mucho tiempo, vuelve; la conversión de un familiar o amigo ocurre; la noticia de un embarazo que parecía inalcanzable se anuncia. Miles y miles de milagros ocurren a diario y algunos son tan pequeños e insignificantes que no les damos importancia: la lluvia, que vuelve tras una intensa sequía, los cultivos que dan cosecha, el árbol que nos da sombra, el agua y la luz que llegan. Lo imposible ocurre cada minuto por misericordia de Dios para su pueblo. Todo es obra del Dios que nada olvida, del Dios que riega la tierra como su propio jardín, del Dios que permite que esa agua les dé de beber a los cultivos o al ganado. El aire que respiramos, el alimento que llega a nuestra mesa, las comodidades del hogar y la compañía de nuestros amigos y seres queridos… El secreto está en descubrir que hasta la oruga que se convierte en mariposa o la mujer "estéril” que concibe un hijo son un milagro, que por misericordia de Dios, ocurren día a día.


9. Cuando somos capaces de ayudar a los demás
No hay satisfacción más grande que la de dar. Sentirnos útiles es muy importante, no importa la edad, ayudar a los demás nos hace mejores seres humanos y nos permite contemplar el mundo con otros ojos. Sé que muchas veces te preguntas "¿pero si no tengo dinero cómo puedo ayudar?”. Lo puedes hacer de infinitas maneras, ofreciéndote como voluntario/a en una fundación, enseñándole a leer a comunidades que no tienen acceso a la educación, cargando los paquetes de la ancianita cascarrabias, enseñándole a bailar a los abuelos, uniéndote a una campaña por la vida o siendo el vocero que permita recaudar fondos para ofrecer un desayuno o un almuerzo a las personas de la calle. Esa inexplicable sensación que sentimos al dar es como una bomba de amor, gratitud y compasión que estalla en nuestro interior y transforma nuestras vidas para siempre. Esa es la misericordia de Dios, insondable, infinita y transformadora.


10. Cuando nos descubrimos hijos de María
¡Madre mía de mi alma! ¿Qué más regalo? ¿Quién puede ser más afortunado? Por misericordia de Dios, tenemos a la mejor de las madres, a la más hermosa, la mujer elegida por Dios Padre para traer al mundo la salvación. Nuestra Madre querida no despega los ojos de sus ovejas, nos consuela, nos escucha, nos abraza, intercede por nosotros ante el Padre e incluso nos saca del purgatorio. ¡Qué maravilla! ¡Qué misericordia más infinita! Dios pudo haber enviado a su Hijo solo, pero quiso demostrarnos que María era el perfecto ejemplo de Hija, Esposa, Madre y amiga, Dios nos amó tanto que nos hizo merecedores de tan grandiosa mujer, de la única que vivió en carne propia el dolor más inimaginable del mundo. Si pensamos en cualquier sufrimiento nos daremos cuenta de que nuestra madre, María Santísima, también lo padeció: María concibió antes del matrimonio y fue rechazada y expulsada de su territorio, le negaron posada la noche en que daría a luz, quedó viuda, pues José murió antes de la crucifixión de Jesús y vio morir a su Hijo de la manera más desgarradora que podrá existir en la historia. Ella más que nadie conoce nuestro dolor, hemos sido llamados a ser sus hijos solo por misericordia pues, ¿qué mejor amor que el de María?


* Autor: Nory Camargo | Fuente: Catholic-link  

miércoles, 30 de marzo de 2016

LA MISERICORDIA NO ENTRA EN LOS CORAZONES DUROS Y CERRADOS


La misericordia no entra en los corazones duros y cerrados
El Papa dijo que para acoger la misericordia de Dios, el primer paso es reconocerse pecador y que la misericordia no entra en corazones cerrados y duros.




El Papa dijo que el primer paso para acoger la misericordia de Dios es reconocerse pecador. Fue durante su homilía  en Casa Santa Marta. Los corazones cerrados, aseguró, no dejan entrar la voz del Señor, que es un padre amoroso.

FRANCISCO

"Escuchen hoy la voz del Señor. ¡No endurezcan su corazón!’. El Señor siempre nos habla así, también con ternura de padre nos dice:‘Vuelvan a mí con todo su corazón, porque soy misericordioso y piadoso’. Pero cuando el corazón es duro esto no se comprende. La misericordia de Dios sólo se comprende si tú eres capaz de abrir tu corazón, para que pueda entrar”. 

Francisco recordó que los que buscan siempre una explicación por no entender el mensaje de Jesús fracasan en su fidelidad y olvidan la palabra perdón.


EXTRACTOS DE LA HOMILÍA EN ESPAÑOL
(Fuente: Radio Vaticana)


"Esta infidelidad del pueblo de Dios – reafirmó el Papa Bergoglio– y también la nuestra, nuestra propia infidelidad, endurece el corazón: ¡cierra el corazón!”.

"No deja entrar la voz del Señor que, como padre amoroso, siempre nos pide que nos abramos a su misericordia y a su amor. Hemos rezado en el Salmo, todos juntos: ‘Escuchen hoy la voz del Señor. ¡No endurezcan su corazón!’. El Señor siempre nos habla así, también con ternura de padre nos dice: ‘Vuelvan a mí con todo su corazón, porque soy misericordioso y piadoso’. Pero cuando el corazón es duro esto no se comprende. La misericordia de Dios sólo se comprende si tú eres capaz de abrir tu corazón, para que pueda entrar”. 

"Ésta es la historia, la historia de esta fidelidad fracasada. La historia de los corazones cerrados, de los corazones que no dejan entrar la misericordia de Dios, que han olvidado la palabra ‘perdón’ – ‘¡Perdóname Señor!’ – sencillamente porque no se sienten pecadores: se sienten jueces de los demás. Una larga historia de siglos. Y Jesús explica esta fidelidad fracasada con dos palabras claras, para poner fin, para terminar el razonamiento de estos hipócritas: ‘Quien no está conmigo, está contra mí’. ¡Claro! O eres fiel, con tu corazón abierto, a Dios que es fiel contigo o estás contra Él: ‘¡Quien no está conmigo, está contra mí!’”. 

"Pidamos al Señor la gracia de la fidelidad. Y el primer paso para ir por este camino de la fidelidad es sentirse pecador. Si tú no te sientes pecador, comienzas mal. Pidamos la gracia que haga que nuestro corazón no se endurezca, que esté abierto a la misericordia de Dios y a la gracia de la fidelidad. Y cuando nos encontramos nosotros, infieles, la gracia de pedir perdón”. 

jueves, 24 de marzo de 2016

REZAR POR LOS VIVOS Y MUERTOS: UNA FORMA DE SER MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE


Rezar por los vivos y muertos: una forma de ser misericordiosos como el Padre
Este Año de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta obra


Por: Ronny Alfaro | Fuente: Catholic.net 




Misericordia

Misericordia es una palabra compuesta por “miseria” y “cor”, cuyos significados respectivos son miseria y corazón. Con base en esto, se han realizado una serie de interpretaciones sobre su significado. Uno de ellos lo da San Agustín, quien propone la miseria como aquel estado en que la persona ha perdido todo, excepto su vida, una persona que está dando sus últimos alientos antes de morir; y propone el corazón como ese órgano ardiente que quema la miseria, y es capaz de dar y mantener a alguien con vida.

Es decir, misericordia significa devolver la vida, la esperanza y el consuelo a aquel que estaba en la miseria, que lo había perdido todo, que se sentía solo, desamparado, sin dignidad; es mostrarle a la persona que ha cometido un error, una mirada de amor, de perdón, de empatía; no significa que se le acepte lo que ha hecho mal, pero sí que le haga sentir que tiene oportunidades para ponerse de pie y comenzar de nuevo; es darle una oportunidad para que vuelva a la vida.

Las obras de misericordia

La Iglesia Católica propone una serie de obras, tanto corporales como espirituales, con las cuales, como se ha mencionado, una persona puede devolver la vida a alguien que ha llegado a la miseria. Dichas obras son capaces de levantar a una persona que ha caído y necesita de alguien que le tienda una mano. A todas estas acciones con las cuales se pone en práctica este concepto, se les llama obras de misericordia.


Obras de misericordia espirituales

Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 362, “La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual.” Es decir, toda persona tiene una dimensión espiritual la cual rompe las barreras del espacio y del tiempo, de manera que, en cierta forma, se puede estar unido a otras personas sin importar el lugar o el momento en que se encuentre; ya sea que se encuentre en este mundo o que haya partido de él, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia en el numeral 953, refiriéndose a la comunión de los santos.

Una de esas obras de misericordia es rezar por los vivos y por los difuntos, pues los efectos de la oración cumplen las características propias de nuestra condición espiritual.

La oración

La Iglesia nos invita a orar por los vivos y los difuntos; pero, ¿qué es la oración? A través de los años, se han dado muchas definiciones; una de ellas la presenta el numeral 2559 del Catecismo de la Iglesia, donde afirma que es “…la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”; y como Santa Teresa del Niño Jesús decía: “Es un impulso del corazón”, con el cual se puede interceder ante Él.

Rezar por los vivos

Muchas veces una persona se acerca a otra para decirle: “Rece por mí”, o bien “Rece por mi hermano, amigo, o abuelo”; quizás porque hay algún problema que le está afligiendo, le hace caer en la desesperanza y en algunos casos ir perdiendo el sentido de la vida; y tiene la confianza de pedirle a la otra persona que interceda ante Dios, pues cree firmemente que Él escucha las súplicas que se le envían.

Pero, ¿cómo saber si las oraciones de verdad son escuchadas por el Padre? En numerosos pasajes de los Evangelios, Jesús mismo invita a las personas que le seguían a que pidieran confiadamente al Padre, porque sabe que su Padre realmente escucha las súplicas y las atiende según sea Su Voluntad. (Cf. Mt 7:7-11; Mt 18:19-20; Mt 21:22; Mc 11:24-26; Jn 15:7; Jn 14:13; Jn 15:16)

Algunos ejemplos escritos en el Nuevo Testamento son: la intercesión de María en el milagro de las bodas de Caná (Jn 2:1-11), con la mujer cananea que pide por su hija enferma (Mt 15: 21-28), y con el padre de un epiléptico que se arrodilla ante Jesús (Mt 17:14-20). En estos ejemplos se demuestra cómo quien se acerca a Jesús y pide al Padre por otras personas, Este escucha a su Hijo y concede lo que aquel esté necesitando.  

Rezar por los difuntos

Quizás se haya escuchado de parte de muchas personas, en especial de las “no católicas”, que de nada sirve rezar por los que ya han muerto, y la mayoría de las veces se basan en Eclesiastés 9:5 (donde se afirma que los muertos dejan de existir, por lo que es inútil pedir por ellos) y en que en las Escrituras nunca se pide orar por ellos.

Lo primero que habría que señalar es que el Eclesiastés es un libro del Antiguo Testamento, y el Pueblo de Israel, en ese tiempo, estaba confuso en cuanto a creer o no en una vida después de la muerte, por lo que existía cierta división (Cf. Hechos 23:7-8). Con la venida de Jesucristo al mundo, Dios deja claro que después de la muerte al hombre le espera, ya sea contemplar Su Gloria en el Cielo o el “llanto y rechinar de dientes”, es decir, el Infierno. Por lo tanto, si una persona cree en Cristo, sin importar que sea católico o no, necesariamente debe creer en las palabras escritas en el Nuevo Testamento, pues en este se da la plenitud del mensaje de salvación desarrollado progresivamente en los libros del Antiguo Testamento… Cristo vino a darle plenitud a la ley. (Cf. Mt 5:17)

Ahora, si se mira con cuidado lo que dice Jesús en los Evangelios, queda claro su mensaje de que cualquier cosa que pidamos al Padre, Él la concederá; no hace excepciones, ni notas aclaratorias que señalen que de nada vale pedir por los que ya han muerto.

En lugar de ello, más bien Jesús ora, y le devuelve la vida a Lázaro ante la petición de Marta y María (Jn 11:17-44); a la hija de Jairo cuando este le implora que la sane (Mc 5:21-43); o al hijo de la viuda de Naín (Lc 7:11-17). Cristo hace esto porque sabe que es igual de importante pedir por los vivos que por los muertos, pues Él de la misma manera está dispuesto a acoger con ternura las súplicas y a actuar según Su Voluntad.     

Purgatorio

También en esta parte es importante hacer mención del purgatorio. El Catecismo de la Iglesia, en los numerales 1030 y 1031, lo explican como “…la purificación final de los elegidos…”, es decir, que aquellos que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no purificados del todo, necesitan ser abrazados por el fuego del Espíritu Santo, “…a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo.”

Bíblicamente, Pablo expresa que en el día del Juicio “…el fuego probará la obra de cada cual: si su obra resiste al fuego será premiado... él se salvará, pero como quien pasa por el fuego” (1Co 3:13-15). Este proceso de purificación se puede acelerar mediante prácticas como la oración (Cf. 2 Macabeos 12:46); de ahí las intenciones particulares que se presentan en las Eucaristías, y la Celebración de los Fieles Difuntos donde se pide por todos los muertos, incluso por aquellos de los que nadie se acuerda. Ahora bien, muchos niegan la existencia del purgatorio argumentando que esa palabra no se encuentra en la Biblia; sin embargo, las palabras Encarnación y Trinidad tampoco aparecen, pero son necesarias para explicar los misterios de Nuestra Redención.

Conclusión

Entonces, ¿para qué orar por los vivos y por los difuntos? Oramos por los vivos para que Dios, en lo infinito de su Amor y Misericordia, devuelva la esperanza, la ilusión, las ganas de vivir a aquellas personas que las han perdido, que han caído en la miseria. Y oramos por los muertos para que Él, en su infinita Bondad y Misericordia, acelere el proceso de purificación del alma en el purgatorio. De esta manera se espera que acoja más prontamente en su Santo Reino a los que han partido de este mundo y les conceda gozar de la Vida Eterna que es la meta a la cual todos los cristianos aspiran alcanzar.

Este Año de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta obra, y así ser como el Padre, rico en Ternura y Misericordia, el cual, por medio de su Hijo ha prometido: “Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 7:7).

sábado, 9 de enero de 2016

MÁS DE UN MILLÓN DE FIELES HA PARTICIPADO YA DEL JUBILEO EN ROMA DURANTE EL PRIMER MES


Más de un millón de fieles ha participado ya del Jubileo en Roma durante el primer mes
Por Alvaro de Juana


 (ACI).- El Jubileo de la Misericordia ha recibido en Roma en su primer mes a más de un millón de fieles. Así lo anunció el responsables de su organización y presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, el Arzobispo Rino Fisichella.

En un artículo publicado por el diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, el prelado destaca que en el primer mes del Año Santo se ha registrado la participación de 1.025.000 personas.

El Jubileo dio inicio el pasado 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, cuando el Papa Francisco abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Hasta el 20 de noviembre de este año, fiesta de Cristo Rey del Universo, se celebrarán multitud de celebraciones y eventos no solo en Roma, sino en todas las diócesis del mundo puesto que el Santo Padre ha dispuesto que se pueda participar desde ellas en el Jubileo.

Fisichela señala que “los números no son importantes en una dimensión espiritual”. “Sin embargo, muestran una intenta participación y una exigencia sentida”, indica.



Además, recuerda en el diario que “el Papa Francisco desea que el Jubileo sea primero un evento eclesial, vivido en cada Iglesia local, para redescubrir la fuerza de la misericordia en la vida cotidiana de los creyentes”.

Se trata, en definitiva, de “un compromiso concreto de ser cada uno instrumento visible de misericordia hacia todos”.

En el artículo, Fisichella asegura que desde todo el mundo llegan “testimonios que conmueven por la gran participación del pueblo con ocasión de la apertura de la puerta santa en las diócesis”.

“Las catedrales y los santuarios no bastan para contener el flujo de fieles que han llenado las plazas a la espera de realizar el gesto simbólico de pasar por la puerta santa”.

“La gran presencia del pueblo espera que el mensaje del encuentro con Cristo y la posibilidad de experimentar la ternura y el perdón de Dios son percibidos como una exigencia personal para dar sentidos a los eventos dramáticos de la historia de estos años”, asegura Fisichella.

El responsable del Jubileo también agradece a las fuerzas del orden y la seguridad su importante trabajo para que los fieles puedan peregrinar sin problemas.

sábado, 2 de enero de 2016

PAPA FRANCISCO ABRE CON OTRA PUERTA SANTA Y PRESENTA A MARÍA COMO ICONO DEL PERDÓN SIN LÍMITES






Papa Francisco abre otra Puerta Santa y presenta a María como icono del perdón sin límites



 (ACI).- Esta tarde en Roma, el Papa Francisco presidió una Misa con motivo de la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor por el Jubileo de la Misericordia que se celebra desde el pasado 8 de diciembre y hasta el 20 de noviembre próximo. Es la cuarta Puerta Santa que abre el Papa. La primera fue en la Catedral de Bangui, capital de República Centroafricana, durante su viaje al continente africano, después la puerta de la Basílica de San Pedro para inaugurar el Año Santo y luego la de la Basílica papal de San Juan de Letrán, también en Roma.

Hoy, después del rito de introducción y el acto penitencial en el atrio de la Basílica, el Papa abrió la Puerta Santa, donde permaneció en oración durante unos segundos. Luego, primero entró él seguido de los concelebrantes y de algunos representantes religiosos y fieles laicos. A continuación comenzó la celebración. 

En la homilía, Francisco, dijo que “hoy más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen María, sobre todo como Madre de la Misericordia”. “Quien atraviesa ese umbral está llamado a sumergirse en el amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin miedo alguno; y puede recomenzar desde esta Basílica con la certeza de que tendrá a su lado la compañía de María”.

Francisco también señaló que “para nosotros, María se convierte en un icono de cómo la Iglesia debe extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña a la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce límites. No lo puede detener la ley con sus argucias, ni los saberes de este mundo con sus disquisiciones!

Después de la Misa, rezó ante la imagen de la Virgen de la Salus popoli romani y luego saludó a los fieles que le esperaban en el exterior de la Basílica.



A continuación, el texto completo de la homilía:

Salve, Mater misericordiae!

Con este saludo nos dirigimos a la Virgen María en la Basílica romana dedicada a ella con el título de Madre de Dios. Es el comienzo de un antiguo himno, que cantaremos al final de esta santa Eucaristía, de autor desconocido y que ha llegado hasta nosotros como una oración que brota espontáneamente del corazón de los creyentes: «Dios te salve, Madre de misericordia, Madre de Dios y Madre del perdón, Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría». En estas pocas palabras se sintetiza la fe de generaciones de personas que, con sus ojos fijos en el icono de la Virgen, piden su intercesión y su consuelo.

Hoy más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen María, sobre todo como Madre de la Misericordia. La Puerta Santa que hemos abierto es de hecho una puerta de la Misericordia. Quien atraviesa ese umbral está llamado a sumergirse en el amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin miedo alguno; y puede recomenzar desde esta Basílica con la certeza de que tendrá a su lado la compañía de María. Ella es Madre de la misericordia, porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la misericordia divina, Jesús, el Emmanuel, el Esperado de todos los pueblos, el «Príncipe de la Paz» (Is 9,5). El Hijo de Dios, que se hizo carne para nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se hace peregrina con nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.

María es Madre de Dios que perdona, que da el perdón, y por eso podemos decir que es Madre del perdón. Esta palabra –«perdón»– tan poco comprendida por la mentalidad mundana, indica sin embargo el fruto propio y original de la fe cristiana. El que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo quien ama de verdad es capaz de llegar a perdonar, olvidando la ofensa recibida. A los pies de la cruz, María vio a su Hijo ofrecerse totalmente a sí mismo y así dar testimonio de lo que significa amar como Dios ama. En aquel momento escuchó a Jesús pronunciar palabras que probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde niño: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En aquel momento, María se convirtió para todos nosotros en Madre del perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su gracia, fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo inocente.

Para nosotros, María se convierte en un icono de cómo la Iglesia debe extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña a la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce límites. No lo puede detener la ley con sus argucias, ni los saberes de este mundo con sus disquisiciones. El perdón de la Iglesia debe tener la misma amplitud que el de Jesús en la Cruz, y el de María a sus pies. No hay alternativa. Y por eso el Espíritu Santo ha hecho que los Apóstoles sean instrumentos eficaces de perdón, para que todo lo que nos ha conseguido la muerte de Jesús pueda llegar a todos los hombres, en cualquier momento y lugar (cf. Jn 20,19-23).

El himno mariano, por último, continúa diciendo: «Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría». La esperanza, la gracia y la santa alegría son hermanas: todas son don de Cristo, es más, son otros nombres suyos, escritos, por así decir, en su carne. El regalo que María nos hace al darnos a Jesucristo es el del perdón que renueva la vida, que le permite cumplir de nuevo la voluntad de Dios, y que la llena de auténtica felicidad. Esta gracia abre el corazón para mirar el futuro con la alegría de quien espera. Es la enseñanza que proviene del Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. […]Devuélveme la alegría de tu salvación» (51, 12.14). La fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la tristeza provocada por el rencor y por la venganza. El perdón nos abre a la alegría y a la serenidad porque libera el alma de los pensamientos de muerte, mientras el rencor y la venganza perturban la mente y desgarran el corazón quitándole el reposo y la paz.

Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos de par en par nuestro corazón a la alegría del perdón, conscientes de ver restituida la esperanza cierta, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.

Y con amor de hijos aclamémosla con las mismas palabras pronunciadas por el pueblo de Éfeso, en tiempos del histórico Concilio: «Santa Madre de Dios».

domingo, 27 de diciembre de 2015

PAPA FRANCISCO EXPLICA QUÉ ES LO MÁS BELLO QUE PUEDE DAR UN PADRE A SU HIJO, JUBILEO DE LAS FAMILIAS

Jubileo de las Familias: Papa explica qué es lo más bello que puede dar un padre a su hijo
Por Eduardo Berdejo



 (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco presidió este domingo la Misa por la Fiesta de la Sagrada Familia y el Jubileo de las Familias, donde pidió que cada hogar cristiano “sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón” y aseguró que lo más bello para un padre y una madre es la oportunidad de bendecir todos los días a sus hijos, para encomendarlos al cuidado del Señor “al comienzo de la jornada y cuando concluye”.

“¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, para que sea Él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día”, expresó el Santo Padre.

“Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos –afirmó-, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña”.

Durante su homilía, Francisco señaló que con ocasión del Jubileo de la Misericordia muchos peregrinan hacia “la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios”. “Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios –que reflexiona sobre la peregrinación de Elcaná y Ana con su hijo Samuel al templo de Siló, y de José y María con Jesús para la fiesta de Pascua- es que la peregrinación la hace toda la familia”.

“Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias”, afirmó Francisco en la Basílica de San Pedro.

“Cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones. Es esta una peregrinación. La peregrinación de la educación a rezar. Y saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras del Salmo: ‘¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!’”.

En ese sentido, el Papa alentó a las familias “a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración”.

El Pontífice indicó que al final de su peregrinación a Jerusalén, la Sagrada Familia regresa a su casa a continuar su vida diaria. “Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres. Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida”.

“Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su ‘aventura’, probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia”, señaló.

En su homilía, el Santo Padre pidió “que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer”.

“No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Me encomiendo a ustedes, queridas familias, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca”, concluyó el Papa.
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